Por José María Maruri, SJ
1.- Dicen los entendidos que Marcos en esta brevísima narración de las tentaciones del Señor en el desierto (emplea 2 versículos mientras Lucas13 y Mateo 11) lo que pretende es enseñar a sus primeros cristianos, y a nosotros, que el Bautismo (ser católicos) ni nos saca del desierto de la sociedad en que vivimos, ni nos libra de las muchas tentaciones que hay en él, pero nos lleva a una segura victoria (por eso los ángeles servían al Señor)
2.- Pero, ¿en qué se funda la seguridad de la victoria? Ni vosotros (creo yo) ni mucho menos yo, nos sentimos con derecho a subirnos al podio y recibir la medalla de oro (con la de bronce me contentaría yo) Todos tenemos la experiencia de que nosotros mismos no somos ninguna seguridad de llegar a buen término en el camino de nuestra fe. Yo creo que aún los que se creen con méritos, en el fondo de su corazón saben que ninguno se va a salvar, va a triunfar, porque seamos buenos, sino porque Dios en bueno y nos mira siempre con misericordia y se ha comprometido con nosotros en sacarnos adelante a trancas y barrancas.
3.- A ver si me sé explicar porque la cosa puede hacerse aburrida y pesada. Todos sabemos que en la Sagrada Escritura abundan palabras como Testamento (Viejo y Nuevo), alianza, pacto… y yo creo que la que está más cerca de nuestro conocimiento es promesa, lo que Dios nos ha prometido. Porque los pactos de Dios con los hombres no son un alto el fuego, que dura mientras ambas partes se arman de nuevo hasta los dientes. Tampoco un pacto entre iguales sentados en la misma mesa y poniendo condiciones por ambas partes. Todo pacto, alianza o compromiso que haga Dios con los hombres es siempre unilateral. Es hecho por Dios con entera libertad, porque nosotros no podemos poner condición alguna.
Y eso es lo que Dios vino haciendo ya desde esa simpática e infantil narración del Arca de Noé, comprometiéndose a darle salida honrosa al hombre que se había metido por mal camino enfrentándose con Dios. Ya a Adán y a Eva les promete la victoria, se compromete con la humanidad en Noé y luego lo va a hacer con Abrahán y con Moisés.
Y a diario lo está haciendo con nosotros en cada Eucaristía donde en la fórmula de la consagración de cáliz se nos repite: “esta es mi Sangre, Sangre del Nuevo y Eterno Testamento”, del Testamento, del Pacto, de la Promesa ratificada con la Sangre del Señor, el lacre que firma ese documento es Sangre de Dios
4.- Lo que de antiguo viene prometiendo el Señor es que el mismo Dios hecho hombre va a caminar hombro con hombro con cada uno de nosotros y nos va a sacar adelante en medio de las gotas finas con que tropecemos a lo largo del camino (como aquella de Noé). Y en medio de las soledades de desierto en que a veces nos encontramos, dentro de una sociedad paganizada. O zarandeados por las tentaciones del demonio, más o menos atractivo.
5.- Todos nosotros estamos bastante escarmentados de promesas, sobre todo electorales. Por eso cuando oímos la palabra promesa nos ponemos en guardia y pensamos que seriedad tendrá esa promesa.
La promesa del Señor no sólo es seria porque es promesa de Dios, que no puede fallar, sin fallar la misma existencia de Dios, sino porque en muestra de su seriedad ha dado su sangre y su vida para que creamos que va en serio.
Y cuando uno es capaz de arriesgar y perder la vida por otra persona no cabe duda de que va en serio. Pues esta es la Buena Noticia que nos da hoy San Marcos tan escuetamente, que por el desierto y por la tentación llegaremos al Reino apoyados en el hombreo de un Dios hecho carne y hueso como nosotros y que ha dado su vida por nosotros.
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