Por Padre Ángel García
RD
Jueves, 26 de marzo 2009
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Jueves, 26 de marzo 2009
Hay personas que no deberían morir, porque son valiosas, porque son amadas, porque son únicas. Hay personas cuya sola existencia nos hace seguir confiando en la humanidad. Hay personas cuya vida mitiga las atrocidades que otros hayan hecho. Quien más merece incluirse en este grupo de hombres es Vicente Ferrer. Ahora nos cuentan que su estado de salud ha empeorado.
Un día, en Andalucía, escuché un piropo que le decían a un torero: “Maestro, no te mueras nunca” le gritó un aficionado. Eso es lo que desde hemos conocido el estado crítico de salud de Vicente Ferrer y su lenta agonía, gritamos, corazón adentro, miles de personas en España, en la India, en todo el mundo: “Vicente, no te mueras nunca”. Y va a ser cierto. No por nuestro deseo, sino por su vida.
Vicente Ferrer no va a morir nunca. Los que creemos, sabemos que en cuanto acabe su vida terrena gozará de otra vida, eterna, junto al Padre. Le suban o no a los altares, a Vicente Ferrer, que fue un santo en vida, le espera la Gloria. No la gloria mundana, que su exquisita sencillez siempre quiso evitar, sino la verdadera, la buena, la definitiva.
Pero además Vicente Ferrer seguirá vivo en la tierra, en los corazones de quienes le conocimos, quisimos, y admiramos (porque conocerle era amarle) así como en los de tantos que le amaron, le admiraron y confiaron el él aún sin conocerle. Pero sobre todo, permanecerá en aquellos, miles y miles de personas -los más pobres entre los pobres- a quienes ha dedicado su vida. Su inmortalidad está en los hospitales, escuelas, casas, pozos, caminos; en todas las comunidades y pueblos de su querida Anatapur. Vicente, su Father, seguirá vivo mientras uno de esos niños aprenda a leer, mientras una de esas madres pueda alimentar y ver crecer a su hijo.
Gracias, Vicente por tu testimonio, por tu obra; gracias por tu vida.
Gracias por seguir con nosotros para siempre.
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