Equipo Atrio, 08-Febrero-2010
Encontramos en Carta Maior, una agencia brasileña de noticias, este artículo publicado en su blog personal por Washington Araújo, periodista y escritor. Nos ha parecido novedoso el tema y muy correctamente escrito. Por eso lo hemos traducido y lo ofrecemos a los visitantes de ATRIO, esperando sus comentarios.
A quien pueda interesar: Haití no es Afganistán
Washington Araújo
La reportera se aproxima, crea el suspense básico, informa que tiene una persona enterrada a menos de tres metros bajo sus pies, aumenta el suspense cargando de tristeza la voz, acerca el micrófono al suelo sin dejar de decir: «ya puedo escuchar la voz de una persona, una mujer, ¡hay una mujer aquí abajo!» ¿Cuántas de estas escenas no hemos visto en las últimas semanas? Es innegable que hubo compasión en las escenas grabadas por la reportera. También es innegable que ella intuyó que esas escenas ocuparían el mejor espacio de las noticias de la noche, llevadas al publico por su principal informativo. Informes como éste han dado la vuelta al mundo y fotos de las víctimas, vivas o muertas, han hecho el mismo camino.
Fue así como el mundo tomó conciencia de la existencia de Haití. En nuestro imaginario, Haití asume los rasgos de una persona herida, impotente, entre la vida y la muerte, en medio de destrozos de construcciones. E igualmente en las informaciones que dicen que de 150 mil a 200 mil personas murieron en el país a causa del terremoto del día 12 de enero de 2010. Las imágenes en la televisión captan aquel polvito fino agregando al aire que se respira, partículas de arena, cemento y cal. Los reporteros incluyen en sus reportajes frases, antes impactantes y ahora absolutamente normales como: «Aquí, donde había un edificio de seis pisos debe haber cientos de personas enterradas» o frases más elaboradas y no menos dramáticas como «estamos en un inmenso cementerio. Todo Puerto Príncipe esta así». La línea que separa periodismo de sensacionalismo fue y sigue siendo muy débil.
En los últimos 21 días el trabajo de la prensa se resumió a mostrar imágenes de la destrucción de la capital haitiana. Devastación y caos. Rescate de las víctimas. Ayuda humanitaria en camino. La cobertura brasilera abrió un capítulo especial: estamos de luto también por Zilda Arns, Luiz Carlos da Costa y otros 19 militares que actuaban en la Fuerza de Paz de la ONU en Puerto Príncipe. La prensa potenció las dificultades del país para hacer frente a su reconstrucción y demostró que el país caribeño presentaba serios «defectos» de construcción.
¿Tierra de nadie tal vez?
La historia de Haití verá el terremoto como el evento que desnudó de golpe la extrema pobreza y miseria en la que el país se encontraba. Es obvio que si Haití fuese menos pobre los efectos de la tragedia serían inmensamente menores. Haití aparece en el IDH (Índice de Desarrollo Humano) de 2008 en la 148ª posición, siendo la nación mas pobre de las Américas, con una esperanza de vida de 60,78 años y un analfabetismo del 52,9%. De sus 9 millones de habitantes, el 80% viven por debajo de la línea de la pobreza. En los últimos años, empresas multinacionales, principalmente textiles, se instalaron en Haití en busca de mano de obra barata.
Un mundo tan lleno de buenas intenciones, tan rápido en ofrecer (y enviar) ayuda humanitaria, tan sensible hasta el punto de ofrecer aporte financiero de monta para la reconstrucción del país devastado, parece desorientado o incompetente para crear planes de reconstrucción del país basados en principios básicos de autosostenibilidad.
Haití necesita ser ayudado no sólo por haber sufrido un terremoto de 7 grados de magnitud, sino porque tiene una historia marcada por otras tragedias. En el siglo XIX tres potencias europeas invadieron Haití: Francia en 1869, España en 1871 e Inglaterra en 1877; en el siglo XX Estados Unidos invadió Haití tres veces: en 1914, 1915, permaneciendo hasta 1934; y nuevamente volvió a invadirlo en 1969. Cada invasión externa es como una fábrica de saqueos, ruinas, destrucción, dolor y muerte. Los haitianos fueron, por tanto, víctimas de terremotos morales provocados por otras naciones, su autoestima como nación y pueblo quedó reducida a una nota de pie de página de la historia. Conviene recordar que una nación no invade a otra, moviliza tropas y gasta fortunas en desplazamientos y guerras solamente por el placer de invadir. Un país es invadido porque tiene riquezas para saquear, posee una localización geográfica estratégica y su población –militar y civil– no tiene preparación para autodefenderse con éxito. Las invasiones, aisladamente, no fueron suficientes para exterminar Haití y entre invasión e invasión extranjera el pueblo haitiano fue víctima de dictaduras sanguinarias instaladas por el médico François Duvalier, conocido como Papa Doc (1957 a 1971), quien trasmitió el mando a su hijo Baby Doc (1971 a 1986). Arrodillado ante el pedestal de los dominadores extranjeros, Haití vio su historia desaparecer por el desagüe de forma casi ininterrumpida.
La prensa cambia el ojo humano por el ojo de cristal
La prensa viene informando de que el mayor desafío posterremoto es llevar ayuda humanitaria a los millones de necesitados, en el menor lapso de tiempo posible. Y hasta la guerra entre bastidores de brasileros y estadounidenses para determinar qué país sería responsable de la coordinación general de las operaciones recibió amplio espacio en la prensa. Brasil tenía 1.266 militares en Haití, subió a 2.600. Estados Unidos, que tenía menos de 1.000 soldados en el país apoyando la Fuerza de Paz de la ONU para la Estabilización de Haití (Minustah), elevó este contingente a 20.000. Considerando que la embajada de Estados Unidos en Puerto Príncipe era su tercera mayor embajada en el mundo y tenía 3 mil hombres, el número de usamericanos en Haití ronda ahora los 25.000. En este punto la prensa ha dejado vacíos abisales como el de no presentar tablas comparativas con el número de militares por nacionalidad que llegan y salen de Haití, inexistencia de recuadros informativos del estilo «Haiti a fondo» para informar sobre la historia del país y la relación con algunas potencias extranjeras que en el pasado estuvieron como invasores y ahora como puntas-de-lanza de ayuda humanitaria posterremoto.
La cobertura privilegia lo superficial, las imágenes de la tragedia, las dificultades para que vuelva la vida normal a la capital haitiana, denuncia también el secuestro de niños. Pero ninguna emisora de televisión ni ningún periódico de renombre llamaron la atención de su audiencia o de sus lectores hacia el hecho de que los 20.000 soldados estadounidenses en Haití, país con 9 millones de habitantes es superior a las fuerzas conjuntas de Estados Unidos y de la OTAN en Afganistán en este primer año del gobierno Obama: 70 mil para una población de 28 millones. La prensa parece haber perdido en los escombros de Puerto Príncipe su capacidad de análisis, ya que en un cálculo preliminar se constata que hay más tropas per capita en Haití que en Afganistán, zona de guerra declarada hace ya bastante tiempo.
Mas allá de las imágenes de madres en trance arrullando a hijos muertos en sus brazos, escenas que traspasan el alma, la prensa presentó Haití al mundo como un país, como un estado fallido, como una nación desgobernada por completo, como si un terremoto −por grande que sea en la escala Richter − tuviese el poder letal de transformar en ruina la capacidad de un pueblo de disfrutar del derecho a la autodeterminación. En ese sentido, vemos el terremoto como paño de fondo para pasar a la opinión pública mundial el concepto de que Haití es incapaz de organizarse y gobernarse por si sólo. Queda, entonces, descubierta la perversa tesis de que Haití necesita ser monitoreado y su bienestar pasa por un regreso a los tiempos de los protectorados. Y todo esto para su bien. Los haitianos que vi en los telediarios eran todos supervivientes de la catástrofe.
Se buscan: 8.800.000 haitianos
¿Dónde están los otros ocho millones ochocientos mil haitianos, ese formidable contingente de la población no afectado directamente por el terremoto? Faltan imágenes en mi mente de haitianos no afectados directamente por el terremoto hablando de su país. Es preciso señalar que la población de Haití sobrepasa los 9 millones. ¿Donde están los profesores, ingenieros y médicos haitianos? ¿Y sus comerciantes y sus amas de casa? ¿Por qué no han sido alcanzados por los diligentes profesionales de la prensa? ¿Es que no deberíamos saber la opinión de los propios haitianos sobre cómo entienden ellos que debería realizarse el trabajo de reconstrucción de Puerto Príncipe? ¿Cómo ve la población la acción de los militares estadounidenses al emprender el rescate de su país tan terrible y trágicamente empobrecido? ¿Entienden que esta vez se trata de una acción humanitaria o de una nueva invasión? ¿Conoce alguien a algún periodista haitiano que se haya pronunciado sobre el día siguiente, sobre la semana siguiente al terremoto? La cobertura sobre Haití, como un todo, nos sustrajo la voz y el pensamiento de los haitianos. Basta de hablar solamente del sufrimiento humano.
Es mas fácil, claro, quitarse un peso de conciencia firmando un cheque de 375 millones de dólares o de 50 millones de euros que proponer y ejecutar políticas públicas de inclusión social e educacional, disminuir su elevada tasa de mortalidad infantil y crear mecanismos para elevar la calidad de vida del pueblo haitiano. A este respecto pienso que la prensa tiene un importante papel a desempeñar trayendo tales temas a la agenda relacionada con la cobertura de Haití en los próximos meses.
Existen muchas maneras de ayudar al pueblo haitiano, pero no solo de pan viven las víctimas de las catástrofes, sean estas naturales o históricas. Los vehículos de comunicación podrían influir en el futuro de Haití si mantuviesen «encendidos» los reportajes críticos al mero asistencialismo −sabio y oportuno en un primer momento y dañino como forma de minar la capacidad de su pueblo−, y pusiesen en la agenda del día a día la necesidad de que gobiernos y organismos multilaterales actúen forma osada y consistente para reconstruir la confianza de los haitianos en que ellos mejor que nadie podrán escribir su propio futuro.
Washington Araújo es periodista y escritor. Titulado en Comunicación por la Universidad de Brasilia, tiene libros sobre medios de comunicación, derechos humanos y ética publicados en Brasil, Argentina, España, México.
Su blog: http://www.cidadaodomundo.org
Email – wlaraujo9@gmail.com
[Traducción para ATRIO: MJG +
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