Friday, February 12, 2010

Puerto Príncipe se entrega a la fe un mes después del seísmo


Católicos y protestantes rezan en actos multitudinarios a los fallecidos

'Ya hemos honrado a los muertos con el luto. Ahora toca seguir adelante'
El presidente del país caribeño lanza un mensaje: 'Haití no morirá'
Haití se ha convertido en una gigantesca iglesia y una fiesta de recogimiento, cantos y oración al cumplirse un mes del terremoto que dejó la capital reducida a un montón de cascotes. El Estado ha decretado tres días de luto oficial y poca gente trabaja en esta jornada en Puerto Príncipe, una situación no excepcional cuando cerca de un 70% de la población se encuentra en paro.
Decenas de miles de personas se han reunido en distintos puntos de la capital en señal de duelo. Un duelo que los haitianos celebraron abriendo los brazos, cerrando los ojos, apuntando su rostro al sol y cantando durante horas hasta el llanto.

Católicos y protestantes llenan iglesias y campos religiosos improvisados en la calle para rezar a sus más de 217.000 muertos. En muletas, en sillas de ruedas o cojeando decenas de mutilados se sumaron a la gran marea blanca que se concentró en la plaza en el 'Camps de marts' de Puerto Príncipe, epicentro de una celebración que durará tres días.
Aunque hubo misas en muchos lugares, el 'Camps de marts' no es cualquier lugar. En esta plaza, ubicada en el centro de la ciudad, se concentran en pocos metros el pasado y el presente de Haití.
El ayer es la estatua negra y encadenada del esclavo arrodillado que hace soplar la caracola, símbolo de pueblo que lleva la libertad en el ADN. También lo es la estatua de Desalins, padre de la patria que dirigió aquella masa de esclavos contra los franceses hasta hacer de este país el primero en lograr la independencia de la colonia.

El hoy lo representa el derruido Palacio presidencial que parece mirar abatido a sus paisanos a pocos metros de donde todos ellos agradecen al Señor seguir con vida. El hoy es también el gigantesco campamento hecho de telas y plásticos junto al que se celebra la ceremonia y en el que viven miles de personas. Un campamento donde se pelea por cubo de agua o un plato de comida cada día y que se tragó el parque más decente que tuvo algún día esta ciudad.
Desde las seis de la mañana un goteo incesante de personas llenó la plaza hasta desbordarla por completo pocas horas después. Desde lo alto del estrado se leía la biblia y se pedía "un Haití unido para afrontar el futuro". Desde abajo familias enteras seguían con su propia Biblia las lecturas del nuevo testamento y rezaban y aplaudían con un entusiasmo que desbordaba los escombros.
'Es la mejor ayuda que tengo'
"Me siento bien, esta es la mejor ayuda que tengo" explica un joven con aspecto de 'hip-hopero' llegado desde un parque cercano en el que duerme. Su aspecto de pandillero violento nada tiene que ver con los ojos llorosos con los que habla después de escuchar 'la palabra de Dios' desde el improvisado púlpito.
Tres horas más tarde, a las nueve de la mañana, el calor ya golpea con dureza la explanada. A las 16.53, hora del terremoto de hace un mes, también seguirá aquí para arrodillarse junto a todos los haitianos.

Parece irónico que los organizadores pidan tres días de ayuno a cuantos aquí están. Nuestro pandillero lleva un mes comiendo pan, agua y algo parecido a galletas.
En una de las calles de Siver La Plane una congregación protestante ha montado un escenario y una enorme carpa donde cientos de haitianos también mezclan cánticos y rezos a Dios, que acompañan con bailes y palmas. Algunos visten sus mejores galas, pantalones y zapatos, y las mujeres lucen túnicas blancas y pañuelos del mismo color.
En el dialecto creole, el pastor habla de que"Dios quiere Haití", pero lo ha puesto a prueba "para demostrar su fe". Muchas mujeres parecen sumidas en un trance. Con las palmas mirando al cielo, balancean la cabeza con los ojos cerrados en una especie de conexión mística. Continuarán así durante el día y la noche.

A escasos cuatrocientos metros, en una iglesia católica, cientos de fieles siguen la misa en la calle, ya que el centro está abarrotado. "El padre ha hablado de que ya ha pasado un mes de la catástrofe, que ya hemos honrado a los muertos con el luto y ahora toca seguir adelante", explica una de las monjas católicas que reza junto a los feligreses.
En camisa blanca y con un brazalete negro, el presidente de Haití, René Preval, durante otra ceremonia organizada en la Universidad de Notre Dame de la capital, pidió a los ciudadanos "limpiar sus rostros de lágrimas" para reconstruir el país, aunque tampoco él pudo reprimirlas durante el acto. "Haití no morirá, no debe morir", dijo el mandatario, quien prometió a los ciudadanos seguir movilizando a la comunidad internacional en busca de ayudas para la reconstrucción.
El Mundo

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