La policía ha obligado a salir a los activistas después de tres horas de encierro
Entraron en la última misa y se negaron a abandonar el templo, donde colocaron pancartas
Han llegado a la catedral de La Almudena para la misa de las 19.00 y no se han vuelto a levantar de los bancos. Unas 25 personas —14 afectados por la hipoteca en distintas fase del desahucio acompañados por una decena de activistas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y el 15-M— han aguardado durante cerca de una hora, hasta que el bedel ha anunciado por megafonía “son más de las 20.00, La Almudena está cerrada, por favor abandonen la catedral”. Pero no se han levantado.
Nacho Murgui, presidente de La Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid (FRAVM), ha explicado entonces al bedel que ninguno de los presentes tenía intención de marcharse sino de encerrarse en La Almudena hasta que se atiendan sus casos y los de el resto de afectados por los desahucios. El bedel, aturdido, ha cerrado entonces la puerta de la catedral, ha llamado a los responsables, y se ha sentado cerca de la puerta a esperar.
Entre los encerrados había muchos dramas hipotecarios, algunos en sus primeras etapas, otros ya desahuciados. Historias como la de Francisca, en paro, cuyo marido, repartidor, ingresa 800 euros para una hipoteca de 900 euros. “El mes pasado hemos dejado de pagar porque ya es que no podemos”, dice. O como la de Xiomara, de 31 años madre de un niño de cinco que espera su segundo lanzamiento para el próximo 4 de julio (el primero logró frenarlo con apoyo hace unas semanas). Esta inmigrante dominicana, limpiadora, obtuvo por medio de una inmobiliaria un préstamo de 259.000 euros y explica que para que le concedieran el préstamo los responsables de la inmobiliaria falsearon su nómina, que era de 800 euros, por una de 1.200 euros. También estaban entre os encerrados Lourdes Rodríguez y María Eugenia Arévalo, madre e hija y ecuatorianas, que adquirieron sendas viviendas por medio de una financiera (Ibercredit) e insisten en que las engañaron para que se avalaran mutuamente y que acabaron comprando por más de 200.000 euros viviendas protegidas que en realidad no debían superar los 60.000 euros de precio de venta.
Y mientras unos aspiraban a evitar sus desahucios, otros -ya desahucaidos- buscaban con el encierro poder condonar sus enormes deudas con sus respectivas entidades bancarias. Así lo esperaban Pablo Cedeño y Gladys Vasques, ecuatorianos de 65 y 61 años, que adquirieron una vivienda de la que ya han sido desalojados junto a su hijo. “El banco nos sigue reclamando 110.000 euros. Por nosotros, que ya estamos jubilados, no estamos aquí, estamos por nuestro hijo y por nuestros dos nietos, para que le condonen la deuda”.
Tras dos horas de espera en que la penumbra ha ido apoderándose del interior de la catedral, cinco agentes antidisturbios han entrado en La Almudena acompañados de un párroco encargado de mediar con los encerrados, que han desplegado pancartas contra los desahucios a los pies del altar. Murgui, Tatyana Roevo y Aída Quinotoa, portavoces de la PAH, han hablado en nombre de los encerrados, así como Eubilio Rodríguez (“todos me llaman Billy, hasta Rouco”), cura en la parroquia de San Fermín, en La Cañada Real. “Si aceptamos que se encierren hoy, mañana tenemos aquí a miles de personas”, argumentaba el mediador eclesiástico, que se ha entregado en la tarea. “Y ¿por qué íbamos a permitírselo a unos sí y a otros no? Hace 20 años se entendía, pero ahora ya habéis logrado la foto, el fogonazo, ya tenéis lo que queréis”, les decía.
A las 22.30 los antidisturbios han dado instrucciones claras a los encerrados: “O salís por vuestro propio pie después de que os identifiquemos a todos u os detenemos. Pensadlo rápido que esto no es un debate”, ha dicho el mando. Finalmente, todos los encerrados han salido voluntariamente, excepto el cura de La Cañada, a quien han sacado a empujones. Todos los encerrados han sido identificados, así como varias de las personas que les esperaban fuera de la catedral, donde el despliegue policial impresionaba: 20 lecheras policiales aguardaban a los 25 encerrados.
El País
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