Salesiano mexicano, condenado por homicidio
ROBERTO ALCÁNTARA FLORES | En octubre se cumplen cinco años del asesinato de la joven Itzachel Shantal. Su cuerpo fue encontrado sin vida en el salón de un colegio salesiano en San Luis Potosí, un estado tradicionalmente masónico ubicado en la región centro-norte de México. Acusado de este crimen, el salesiano José Carlos Contreras se encuentra en prisión, purgando una condena de más de 30 años.
El P. Contreras se encuentra sentado en una silla dentro de la Sala Estatal de Derechos Humanos del Centro de Prevención y Readaptación Social de La Pila, en San Luis Potosí, descansando los antebrazos sobre el polvo de un escritorio. “La sentencia se dio el 22 de noviembre por la tarde”, recuerda. Un día antes, había estado leyendo un libro de José Antonio Pagola sobre la vida de Jesucristo. Le impactó la forma en que el autor describe a un Jesús aterrado en el momento de escuchar la sentencia de Pilatos.
Esa imagen ocuparía su mente justo cuando se le comunicó su sentencia por “violación y homicidio calificado”. “Me quedé estupefacto, pues estaba seguro de que habíamos hecho más de lo necesario para demostrar mi inocencia”.
El sacerdote cree que su proceso ha estado plagado de irregularidades, y, en el fondo, sentía que podía haber complicaciones. Por eso no le extrañó que la jueza descartara a priori las pruebas que avalaban su inocencia.
A sus 66 años, con esa condena de más de tres décadas, supone pasar el resto de su vida dentro del penal. ¿Lo ha pensado? “Hay una deuda con la verdad –apunta, tras asentir con la cabeza–. Soy una víctima más del sistema de justicia mexicano. Uno más de tantos que están encarcelados a causa de la corrupción y el abuso de poder”.
“No puedo renunciar a la esperanza”
A pesar de las angustiantes noches y los interminables días de desmoralización, el P. Contreras mantiene la esperanza de que todo llegue a su fin por el camino de la verdad.
El religioso no duda que Dios está con él. “No solo conmigo, sino con tantos hermanos de todo el mundo que se han hecho uno con un servidor en contra de esta injusticia. No puedo renunciar a la esperanza, y menos como sacerdote, pues debo animar a muchas personas que también están presas injustamente”.
“¿Con qué palabras definiría su proceso?”. Define su proceso como “¡una fabricación! ¡Una calumnia! ¡Una difamación! ¿Qué otra cosa puede ser cuando tu vida camina tranquila, eres sacerdote, maestro y, de pronto, te arman toda una historia de mentiras para sumirte en la cárcel? Un día despiertas para ir a trabajar, y ya eres asesino”.
El sacerdote se levanta pausadamente, sonríe amigable. A través de los lentes se advierte una mirada diáfana, que transmite un mensaje que no es necesario escuchar una vez más de sus labios: “Nunca reconoceré los delitos que se me atribuyen porque soy absoluta y totalmente inocente, y lo mantengo ante Dios, Supremo Juez, y ante mi querida y amada Iglesia católica”.
Vida Nueva
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