Comentario de Mons. Cristián Contreras Villarroel, Obispo Auxiliar de Santiago, publicado en El Mercurio del 29 de Mayo de 2006.
Cuántos lectores quisieran la tranquilidad del domingo con que leen este diario para el resto de la semana. La palabra “domingo”, del latín “dominicus”, “dominica dies”, significa “día del Señor”, el día en que Jesucristo resucitó, principal misterio de nuestra fe cristiana.
En su bimilenaria historia, la Iglesia jamás ha dejado de celebrar este día como día de fiesta semanal. La Eucaristía ha sido su centro. Con el correr del tiempo el domingo empezó a celebrarse desde las vísperas, el sábado por la tarde.
A partir del siglo IV se fue añadiendo además el aspecto del descanso laboral, inédito hasta entonces.
La doctrina del Concilio Vaticano II (1962-1965) señala que el domingo es la fiesta primordial que se presenta a la religiosidad de todos los fieles para celebrarla con alegría y como liberación del trabajo (Constitución sobre la Liturgia, n. 106).
El Código de Derecho Canónico (c. 1247) determina que en el domingo los fieles “se abstendrán de aquellos trabajos y actividades que impidan el culto a Dios o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo”. Hay mucha bondad en este criterio.
En tanto, la enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica señala que el domingo contribuye a que todos puedan disfrutar del descanso, de la vida familiar, social, cultural y religiosa, no olvidando las obras de la caridad fraterna, como visitar a los enfermos, a los encarcelados, a las personas solas.
El Siervo de Dios Juan Pablo II en 1998 nos regaló una Carta Apostólica titulada “Dies Domini” (El día del Señor). Además de la rica espiritualidad y teología que contiene, señala el desplazamiento cultural que significa hablar hoy de “week end” o “fin de semana”, con todos sus elementos positivos, pero también negativos. Viví diez años en Roma y me emocionaba el coloquial saludo “salve” y los deseos de todos, el día viernes o sábado de “una buona domenica” (un buen domingo).
¿Es imposición de la cultura cristiana el establecimiento de un día de descanso, por casi dos milenios? Creo que no. Pero para los creyentes debiera ser un punto de central discernimiento acerca de lo que hace con su existencia y con la de los demás. Y para toda persona humana, el domingo es un dato de su constitución limitada que necesita del descanso semanal, pero también de su estructura religiosa, social o familiar y de su carácter lúdico.
¿Significa esto que en el domingo se debe abstener de todo trabajo? De ningún modo. ¿Qué pasaría por ejemplo con la atención a los enfermos en los hospitales, clínicas y postas? ¿Qué sucedería si servicios como las panaderías o los transportes públicos y las bencineras cesaran en sus trabajos? ¿Qué pasaría si no funcionaran los cines o no hubiese partidos de fútbol? También en domingo necesitamos servicios de informaciones en radio, diarios y televisión.
Para la vida contemporánea son necesarios hoy en día los servicios y los lugares de esparcimiento; es necesario que ellos sirvan a la estructura fundamental del ser humano, a sus necesidades naturales y que permitan compartir en familia. Para ello nuestra cultura ha acuñado el término “estar en turno”, pero manteniendo el domingo como día saludable para el descanso y en el caso de los creyentes también para religarse con su origen: Dios.
En mayo de 2003, Mons. Manuel Camilo Vial, Obispo Secretario General de la Conferencia Episcopal, en nombre del Episcopado, consideraba “urgente para el país que se legisle para defender el domingo como día de descanso, permitiendo aquellas tareas cuyo funcionamiento es necesario, mediante turnos indispensables, para el bien de la sociedad”.
No todo en nuestra sociedad puede estar basado en las relaciones económicas. El ser humano es más que su capacidad de hacer negocios. Lo económico no puede subyugar el anhelo profundo de la persona humana de descansar, de estar consigo misma, de relacionarse con su familia y con el Señor. La experiencia de los países económicamente más desarrollados muestra que es absolutamente humano —justo y necesario— guardar un tiempo privilegiado para cultivar la vida familiar, el encuentro gratuito con otros y el ocio como contraparte del negocio o trabajo del resto de la semana. Para la estructura fundamental de la persona humana, el domingo es un regalo y un derecho.
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