Thursday, November 02, 2006

"Más ventanas y menos espejos"




Lo he leído en un panel publicitario que anunciaba una marca de “whisky”. Me ha gustado. Recomendación válida para cada uno de nosotros y para nuestras comunidades. Del tipo que éstas sean. Al espejo nos miramos. Y lo que vemos no es lo que somos, sino lo que aparentamos. De esa percepción no salimos. El horizonte perceptivo es mínimo. Incapaz de ampliar nuestro mundo cognoscitivo. Lo que limita más, no es que sólo aparezcamos nosotros en el campo visual, es que no permite superar la epidermis. Porque tratar de ver nuestro interior, es bella, dura e imprescindible tarea. Es pretender conocernos y poder descubrir en lo hondo al que nos trasciende. Es llegar a la celda interior de santa Catalina o el castillo interior de la santa de Ávila donde teníamos que descubrir, como nos aconsejaba san Agustín, la verdad de nuestro ser. De eso no sabe nada el espejo.

Las ventanas que permiten ampliar nuestro horizonte. Cognoscitivo y afectivo. A través de ellas se purifica el aire denso, poco respirable que generamos cerrados en nosotros mismos. Las ventanas nos sitúan en comunión con naturaleza y sociedad, sin la que no existe persona humana. Sirven para mostrarnos a los demás, que son algo nuestro; y poder pasar de la ventana a la puerta que se abre para que entren en nuestra vida.

Nosotros, la Iglesia, nuestra Orden, nuestras comunidades, nuestras familias deben preocuparse más de las ventanas que de los espejos. De los demás que del narcisista contemplar nuestro rostro. Otros rostros hemos de descubrir. El de Dios: “tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro”; el de los demás. En concreto los rostros heridos, macilentos, necesitados de abrazo.

Juan José de León Lastra, OP
De "Con acento"

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