Sin duda la noticia más leída del verano, cuyo interés, como un thriller de película sin desenlace, sigue intrigándonos cada día, es el supuesto secuestro de Madeleine, la niña inglesa de cuatro años, que veraneaba en el Algarve portugués con sus dos hermanitos gemelos de dos, y sus padres, Kate y Gerry McCann, ambos médicos y últimamente convertidos en sospechosos de su desaparición.
¿Por qué los más influyente medios del mundo entero le han dado a este caso tan exhaustivo seguimiento? ¿Cuáles son las verdaderas claves del caso Madeleine? Secuestros de niños sin resolver hay todos los días. Campañas mediáticas para recuperarlos también.
Aquí quizás se han dado ingredientes especiales. Padres británicos con buena pinta, ambos médicos, que están pasando sus vacaciones en una tranquila playa y una colonia veraniega inglesa del sur de Portugal; que antes de avisar a la policía llaman a los medios de información; que acuestan a los niños y se van a cenar a un restaurante próximo con amigos, donde consumen dieciséis botellas; que acuden al lucero del alba en su campaña para dar a conocer al pérdida: al Papa, Beckham, la Iglesia, el Gobierno, magnates ingleses; que recaudan más de un millón de euros de la gente para buscar a la niña; que son católicos practicantes y acuden a la iglesia de Praia da Luz a rezar todos los días; en una palabra, que consiguen poner en un puño el corazón del mundo entero.
Y que de pronto se convierten en un santiamén en sospechosos de homicidio involuntario: posible administración de sedantes para cenar tranquilos; perros ingleses que huelen a muerte; huellas, sangre y ADN de la niña en el maletero y la casa; interrogatorio de la justicia portuguesa de más de diez horas a la madre como sospechosa con derecho a callarse (figura legal portuguesa del arguido); mutismo de los McCann en su precipitado y no previsto regreso a Londres; fichaje en su país de un abogado y un portavoz de lujo; guerra mediática entre la prensa portuguesa y la del Reino Unido; carencia, al parecer, por el momento de pruebas –sobre todo del cuerpo del delito- concluyentes para acusarles y también para exculparles.
En fin ha sido y sigue siendo una novela policíaca o escalofriante reality show que estamos viviendo en directo, pero de lamentable lesa humanidad. Uno no sabe cual es la mayor tragedia para estos desgraciados padres: si haber perdido a su hija o verse ante el mundo culpables de su desaparición. Si no son responsables de la misma, su sufrimiento debe ser muy hondo; pero, ¿y si lo son? Uno no puede imaginarse tanto dolor por mucha flema inglesa que luzcan. No se nos borra de la cabeza ese rostro desencajado de Kate, una mujer que en todo caso seguramente sabe mucho más de los que dice.
¿Y el espectáculo mediático? En un instante el magnate inglés le retira el avión privado; el Vaticano quita de su web la foto con Benedicto XVI; y luego de nuevo esa huída hacia delante intentado exculparse, dispuestos a seguir buscando como sea a la pequeña Madeilene. Como si los periodistas con nuestra barita mágica tuviéramos en un instante el poder de cambiar la compasión por odio. ¡Sólo el 20 por ciento de los ingleses creen ahora que los MacCann sean inocentes!
¿Qué es esto que estamos viviendo? Existe sólo lo que sale en los medios. Pienso en los padres del niño canario y de tantos otros desparecidos. ¿Quién se acuerda de ellos? O en los delincuentes de poca monta, los pobres “chorizos” que cumplen condena porque no tienen un euro ni un abogado decente que le arrime un hombro. Un dato curioso: las aves carroñeras de los programas “del corazón” no se han ocupado de este tema. ¿Por qué? Demasiado trágico, supongo, para su frívolo cotilleo.
¿Qué es verdad o mentira? ¿Vivimos entre seres reales o personajes de ficción? El inmigrante rumano que se ha autoinmolado quemándose en público por no encontrar trabajo en España; el diputado estadounidense que ha presentado una demanda a Dios porque permite el sufrimiento en el mundo (!); las recientes medidas-sorpresa del Gobierno, sacando dinero del erario público para subvencionar bebés y viviendas para jóvenes en vísperas electorales, como si no hubieran tenido tiempo en toda la legislatura; las semanas que ha costado a Salvamento Marítimo encontrar algunos de los cadáveres de los pescadores gaditanos en Barbate (importancia de unos restos); las tropelías que siguen azotando Irak y Oriente Medio. Y, de un plumazo, borrados del mapa Pavarotti, Bergman, Emma Penella, Umbral, Antonioni, todos desaparecidos por muerte, la verdadera demostración de que vivimos como dentro de un film, el sueño, el gran teatro del mundo de Calderón, una “efigie de este mundo” que pasa según San Pablo.
Aunque, si todo es cine y nada el del todo real, ¿qué nos queda? La verdad, lo que ante ellos mismos y ante Dios son y saben en su corazón los McCann, los políticos, los famosos y cualquier hombre de la calle que nunca fue noticia en un periódico ni jamás salió en televisión. Queda la conciencia, la honestidad y, si alguien se acuerda de él, ese amor gratuito que va más allá de una hueca palabra o un spot de televisión.
Pedro Miguel Lamet SJ
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