Por José María Martín OSA
1.- Dios no recuerda nuestros pecados. La primera lectura del profeta Isaías deja claro que la salvación es gracia de Dios y no recompensa por los méritos de Israel. No es lo que podía esperarse, pues Israel se olvidó de invocar el nombre de Yahvé. Invita a Israel a que haga recuento de sus méritos si los halla, pero sólo es posible recordar una serie de pecados. Así que la salvación que ahora se anuncia es lo que Israel no merece; es gracia y, por lo tanto, algo nuevo y sorprendente. En el principio de la liberación y la renovación del pueblo está siempre el perdón de Dios y no los méritos acumulados. Así ha ocurrido otras veces en su historia y así va a ser ahora. Además de borrar nuestros delitos, Dios no se acuerda de nuestros pecados. Podemos decir “borrón y cuenta nueva”. Pero a veces no somos conscientes de que Dios es Padre
Misericordioso y no un juez que lleva nota exacta de todo lo malo que hacemos. Muchas veces hacemos cosas incorrectas ante los ojos de Dios y nos sentimos mal. Vamos a Dios, le pedimos perdón y al rato le volvemos a pedir perdón, y le volvemos a pedir perdón una y otra vez, sin darnos cuenta que Dios nos perdonó desde la primera vez que se lo pedimos, y no sólo eso, se ha olvidado de nuestro pecado…. Si Dios ya te perdonó, ¿Quién eres tú para no perdonarte?
Esta historia nos puede hacer reflexionar:
“Llega una mujer a una iglesia por primera vez, asegurando que ella podía hablar directamente con Dios y que Dios le respondía directamente todo lo que ella le preguntaba. Los miembros de la iglesia estaban asombrados y el sacerdote estaba escéptico. El pastor la llama aparte y le pregunta:
- ¿En serio usted habla directamente con Dios?
- Si, padre, en serio.
- ¿Y realmente Dios le contesta en forma directa?
- Si, en forma directa.
- Pues para serle sincero, yo no lo creo; pero si es verdad lo que me dice, entonces vaya con Dios y le pregunta qué pecado le confesé el jueves pasado y luego viene y me lo cuenta.
- Está bien, así lo haré.
Luego de una semana, regresa la mujer y el sacerdote sarcásticamente le pregunta:
- ¿Le preguntó a Dios lo que le dije?
- Sí, le pregunté y Él me contestó.
El sacerdote un poco asombrado y con miedo de que la señora lo delatara ante la congregación, le pregunta:
- ¿Y que le contestó?
A lo que la mujer responde:
- Dice Dios que ya no se acuerda”.
2.- Jesús cura y perdona. Los judíos relacionaban necesariamente el pecado con el sufrimiento. Para ellos estar enfermo o impedido era consecuencia del pecado. Si alguien sufría era porque había pecado. Para los judíos, un enfermo era alguien con quien Dios estaba enfadado. Esta idea la tienen incluso hoy muchas personas que creen que la enfermedad es fruto de algo malo que han hecho, dicen cosas como "…yo no he hecho nada malo para que Dios me envíe esta enfermedad…" Pecado y enfermedad eran inseparables para la mentalidad de la época. Cualquier judío habría estado de acuerdo en que el perdón de los pecados era condición previa para la curación. Jesús rompe de nuevo un esquema, perdona el pecado para que la curación se realice en plenitud; pero el perdonar los pecados era un cualidad exclusiva de Dios. Sólo Dios era quien podía perdonar los pecados, de ahí que los maestros de la ley lo acusaran de blasfemo.
3.- La camilla: dejar el pasado y asumir con esperanza el futuro. Jesús cura al enfermo y hay después del milagro un acto que se nos puede pasar por alto. Dice la Palabra que el enfermo "tomó su camilla y salió de allí a la vista de todos." Este tomar la camilla bien puede significar asumir el pasado, el propio pasado de sufrimiento y soledad. Los seres humanos tenemos muchas cosas del pasado que nos paralizan, nos acobardan y nos aturden. Son cosas que nos hacen infelices. Tomar el pasado ya curado es mirar lo sucedido sin dolor. ¡Cuánto sufrimiento sin fecha de caducidad existe en muchos seres humanos! Sólo quien curado asume su pasado puede tomar su camilla y andar por los senderos de Dios. Si antes la camilla —el pasado— era quien sostenía su parálisis, es ahora la vida curada quien mantiene sus recuerdos. Nunca debemos de olvidarnos que la salvación que Jesús nos trae es una salvación que abarca todas las dimensiones de la persona: pasado, presente, sentimientos, vida social…
4.- Debemos ser colaboradores de Dios como los camilleros. En nuestro mundo de hoy también existen muchos porteadores de seres humanos enfermos de muy diversos males: físicos, morales, sociales… Los que llevaron al paralítico hicieron todo y más. Fueron creativos en la necesidad, se llenaron de constancia y fueron muy insistentes. Estas pueden ser las actitudes básicas de cualquier proceso de evangelización. Normalmente siempre encontraremos estorbos para llevar a otros a Jesús. Cada uno de nosotros podemos abrir esa parte del techo que separa a muchos de Dios y hacer que se produzca el encuentro entre Dios y el ser humano herido de diversos males. ¿Cómo podemos nosotros, porteadores de fragilidad, abrir esos boquetes en el techo para el encuentro con el Señor?
El texto de Marcos nos plantea varios interrogantes: ¿Cómo comprendo y acojo el perdón de Dios que Jesús me ofrece? ¿Siento necesidad de él? ¿Cuál es la parálisis más grande que no me permite vivir la vida con plenitud? También a mí, Jesús me dirige su mirada y dice: "hijo, hija, tus pecados te son perdonados". La Palabra de Jesús está llena de la fuerza de Dios.
Escuchándola con fe podemos experimentar su perdón lleno de amor. ¿Cuáles son mis relaciones con mi familia y mi comunidad? ¿Soy indiferente a los otros, como la multitud, o quizá cerrado y duro, como los escribas? Pero podría intentar adoptar la actitud de los cuatro hombres que llevaban la camilla, que se sienten responsables de quien sufre una parálisis. Ayudando a los otros, nosotros mismos recibimos la bendición en abundancia y nos convertimos en colaboradores de Dios.
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