Fue lo que explicó el Pontífice a los obispos apenas nombrados, a quienes pidió «testimonios creíbles»
ALESSANDRO SPECIALEROMA
El reto de la “Nueva Evangelización”, a la que se dedicará el Sínodo de los obispos que comienza en octubre en el Vaticano, en realidad tiene antiguas raíces. Es más, según el Papa Benedicto XVI, se pueden encontrar esos orígenes desde el evento que dio forma a la Iglesia católica tal y como la conocemos en nuestros días: el Concilio Vaticano II. Por ello no es casual que el 50 aniversario de la apertura del Concilio se festeje justamente en medio del Sínodo.
Al hablar esta mañana con los nuevos obispos, que se encuentran en Roma para asistir a un Congreso promovido por la Congregación para los Obispos, el Papa Ratzinger recordó que su predecesor Juan XXIII veía en el Concilio al que convocó una ocasión para hacer dar «un salto hacia adelante, hacia una penetración doctrinal y una formación de las consciencias», para que la doctrina «cierta e inmutable» de la iglesia fuera «profundizada y presentada de forma tal que pudiera responder a las exigencias de nuestro tiempo».
«Se podría decir –comentó Benedicto XVI– que la Nueva Evangelización comenzó justamente con el Concilio, que el beato Juan XXIII veía como una nueva Pentecostés que habría hecho florecer la Iglesia en su riqueza interior y en su maternal extensión hacia todos los campos de la actividad humana».
La fe pide, indicó el Pontífice ante los nuevos obispos, «testigos creíbles, que confían en el Señor», para ser «signos vivos de la presencia del Resucitado en el mundo»». De ahí que el Obispo, «primer testigo de la fe deba acompañar el camino de los creyentes dando ejemplo de vida en el abandono confiado a Dios. No se puede estar al servicio de los hombres, sin ser antes siervo de Dios».
El Papa concluyó indicando a los prelados que el «compromiso personal a la santidad» debe llevarles diariamente a «asimilar la Palabra de Dios en la oración y nutrirse de la Eucaristía». La caridad, ha de impulsarles a estar cerca de sus sacerdotes porque son «sus primeros y más preciosos colaboradores para llevar a Dios a los hombres y los hombres a Dios». El amor del Buen Pastor los conducirá a «prestar atención a los pobres y a los que sufren, para apoyarlos y consolarlos, así como para guiar a aquellos que han perdido el sentido de la vida».
Vatican Insider
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