Arauco tiene una pena….
Así comienza una canción de Violeta Parra que en este último tiempo cada día suena en mi mente.
La pena más grande que sentimos las mujeres y hombres mapuche es la total indiferencia del gobierno y la sociedad chilena, no sólo frente a la muerte de jóvenes mapuche y los 104 días de huelga de hambre de la Chepa, sino frente a todos las personas que formamos parte de este pueblo. Es menos doloroso cuando el Estado lo encarnan unas autoridades que no conocemos, pero es más doloroso cuando esa negación e indolencia proviene de nuestros propios pares y de las personas con las que convivimos a diario dentro del País Mapuche.
Tal como me lo dijo el propio José Saramago “es un milagro que ustedes hayan sobrevivido”, y es así. Aun cuando la asimilación ha tenido efectos devastadores, somos un pueblo vivo. Mucho se ha escrito los últimos años sobre los graves efectos de la negación del otro, incluso se ha planteado que la desconfirmación, la no-existencia del otro es una de las experiencias psicológicas más traumáticas para un ser humano. Sólo lo que se hace visible cobra existencia y sólo lo que se ve se puede nombrar. Los mapuche hemos pasado y seguimos pasando por todo ello.
No hablamos de un pasado remoto, hablamos de un pasado reciente de un poco más de 100 años. Cuando decimos que nuestros antepasados defendieron sus tierras con su propia vida estamos hablando de 4 ó 5 generaciones, de hecho tres tíos abuelos de mi abuelo murieron a los pies del Cerro Conun Huenu. Sin embargo, la sociedad chilena no ha querido conocer esta historia aunque paradojalmente se elige a Leftraro (Lautaro) como el séptimo héroe “nacional”, desconociendo con ello que este gran guerrero era mapuche y no chileno.
En la actualidad se olvida que una inmensa cantidad de niños y niñas chilenos han sido criados y cuidados por mujeres mapuche que deber ejercer el servicio doméstico. Algunos intelectuales simpatizantes de la causa mapuche se han acercado a nuestra cultura a través de estas mujeres. Me cuesta trabajo entender que al mismo tiempo, en el plano de lo privado, se delegue el cuidado de los hijos a mujeres mapuche y que, por otro lado, se niegue su condición étnica en un plano político.
Producto de la asimilación forzada los mapuche hemos dado grandes pruebas de flexibilidad incorporando obligadamente otros códigos culturales para poder sobre-vivir y al mismo tiempo, cada vez con menos timidez, hemos conservado nuestra cultura intacta en nuestros corazones y nuestro pensamiento. El mal llamado ‘conflicto mapuche’ no es tal, no estamos en conflicto con nosotros mismos, sino con un Estado que cometió un grave error histórico que se prolonga hasta nuestros días.
Tengo la esperanza de que conocer la historia de nuestro pueblo aumentará los niveles de conciencia de todos los que habitamos este territorio. Deseo que esa inmensa solidaridad que se expresa con respeto e indignación en otras latitudes --España, Suecia, Holanda, Grecia, Francia-- “empiece por casa”. Que quienes profesan la fe católica se hagan parte de la preocupación de algunos obispos, Vial, Goic, el de Chillán o el párroco Pérez de Quepe. Que los académicos e intelectuales se sumen a los ejemplos del Colegio de Antropólogos o del grupo de historiadores que concurrió a la misma Moneda. Que otros muchos más se hubieran sumado a los académicos de la UFRO que se hicieron presente en el funeral de Matías Catrileo, pese a las ambivalentes condolencias institucionales.
No queremos sobre-vivir, ni queremos nuevos mártires, sólo anhelamos volver a vivir en armonía. Los mapuche nacimos de la madre tierra, de un suspiro de la tierra, y por eso tal como lo dice el poeta Elikura Chihuailaf la lucha por la tierra es una lucha por ternura. Y mientras Arauco tenga una pena, no nos quedará más remedio que cantar cada mañana “Levántate Cayupan…”
Paula Alonqueo Boudon
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