Cada día la gente se preocupa más por la salud. Se mide la tensión, se hace analíticas y chequeos y se informa sobre las sustancias, contaminantes y virus que le pueden afectar físicamente. La obsesión por los virus ha llegado incluso a la informática y las comunicaciones. Hoy no se da un paso en el progreso sin que a este le salga un grano, el otro lado negativo de ese crecimiento. Virus o contrapartidas tienen el automóvil, el aire acondicionado, la calefacción, el teléfono móvil, las fábricas, la televisión, la antenas e incluso las hasta hace poco inocentes carne y verduras. Por no hablar de los temidos transgénicos y futuros humanoides creados en laboratorio, si Dios no lo remedia.
Sin embargo hay una clase de virus de los que casi nadie se preocupa. Flotan en el ambiente sin darnos cuenta; entran en nuestra familia, nuestras costumbres, lo más íntimo de nuestra personalidad. Se cuelan con el periódico, la radio, el cine, la televisión, la valla publicitaria de la esquina. Incluso en la forma de hablar de la gente en la calle y en las directrices de las grandes multinacionales. Cambian nuestros hábitos de vida y pueden fulminarnos como seres cabalmente humanos en un santiamén. Son los virus mentales.
Lo más peligroso de estos virus es que toman formas agradables, de sentido común, prosperidad y hasta consejos de personas respetables, mientras no inoculan su peligroso veneno sin que nos apercibamos de ello. Por ejemplo, entre los jóvenes se expande más y más el virus de las marcas. Si no llevas ropa firmada, no eres nadie. O el virus de la fama. Ser famoso es “lo más”, cueste lo que cueste. Incluso si para ello hay que pisar a los semejantes y hasta matar, si llega el caso.
Otros virus que contaminan nuestro espacio mental son los del sentimiento de culpa ecológico, la belleza física y delgadez por encima de todo, el miedo al futuro, la incomunicación supercomunicada, la necesidad de resolver los conflictos violentamente, la adoración al dinero, el consumismo frenético, la sexualidad vacía de contenido, las drogas blandas y duras, la incultura de la imagen, la videojuegomanía, la fugacidad de las relaciones, la música convertida en ruido, el racismo y la xenofobia, el neobelicismo, el pensamiento único económico, la discriminación por el poder adquisitivo y mil más.
Lo malo de estos virus mentales es que se instalan en nuestro sistema como lo más natural del mundo. ¿Qué daño pueden hacer las ideas?, se dice la gente. No se dan cuenta de que las “malas ideas” tienden a convertirse incluso en daños físicos y enfermedades. Y mientras nos compramos rápidamente un antivirus para el ordenador o la gente se preocupa hoy obsesivamente por los malos efectos del tabaco, nadie vende por ahí caretas antigases para el alma.
Los sabios de todos los tiempos presentan un camino muy eficaz, que consiste en despertar por dentro. Son las personas dormidas o narcotizadas por la sociedad actual las que no tienen defensa contra los virus mentales. El que está alerta, el que ha visto mínimamente claro, no se deja engañar cuando, por ejemplo, le presentan una anoréxica como modelo de belleza femenina; le inoculan la tesis de que en la sguerras está muy claro quienes son los buenos y quienes los malos, o les aseguran que los inmigrantes del Magreb son chusma de delincuentes que lo que vienen es a quitarnos el pan.
El viejo eslogan que figuraba en el frontispicio del templo del oráculo de Delfos sigue siendo válido hoy día: “Conócete a ti mismo”. Profundizar en nuestra propia verdad, porque en el fondo de nosotros estamos bien hechos, es el mejor modo de protegernos de los agentes externos negativos. Hoy más que nunca debemos servirnos del silencio contra el ruido, de la armonía contra el caos, de la alegría interior frente a la contaminación de tristeza, de la cultura frente a la vulgaridad, el amor y la paz frente al odio y la violencia. Y para ello es excelente la meditación de cerrar los ojos y unificarse por dentro.
Se diría que sobre nuestras cabezas flotan dos nubes vibratorias: una negra de bajo nivel, con todos los pensamientos negativos, tristes y derrotistas que mueven a la depresión, el crimen, la amargura; y otra nube blanca que condensa todas las alegres ideas positivas de la buena y sencilla gente de este mundo, que suele engendrar pensamientos de amor y esperanza. En cierto modo es responsabilidad nuestra saber conectarnos con una u otra.
Pedro Miguel Lamet SJ
Del blog "El alegre cansancio"
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