A lo largo de las semanas que siguieron luego de la Resurrección de Jesús, su madre María debe haber sido una presencia central para la comunidad de los discípulos. Tal como lo hacemos hoy, ellos habrían reflexionado sobre los relatos de la vida y muerte de Jesús. Dios estaba presente en todos ellos. Nosotros nos hemos acostumbrado a pensar que Dios estaba presente en la Pasión y Crucifixión de Jesús. Dudo que María hubiera podido pensar así. Ya no podía ver una cruz sin que su estómago sufriera un espasmo de desolación total, semejante a lo que la mayoría de nosotros siente cuando nos presentan con recuerdos de nuestros calvarios personales.
Cuando más adelante conversaba con Juan y Pedro, a María le encantaba recordar las parábolas de Jesús, su caminar sobre las aguas, cuando sanaba a leprosos y alimentaba a las multitudes; era parecido a lo que hoy hacemos al intercambiar noticias sobre nuestras familias, nuestros trabajos y hobbies, los éxitos de nuestros hijos. No debemos quedarnos en los recuerdos dolorosos; sin embargo debemos agradecer al Señor por nuestras cruces, y por estar con nosotros y nosotras en los peores momentos, así como en los mejores. Nos es difícil detectar cuando Dios está más cerca. San Juan(15:1) nos recuerda del significado del dolor: "Dios poda cada rama que no presenta frutos, para que el árbol pueda entregar cada vez más."
Espacio Sagrado
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