26-Agosto-2009 Mario Cervera
Vuelve a aparecer en Atrio una estimada reflexión de este joven biólogo, teólogo y educador. Ojalá, en esta comunidad abierta de personas en búsqueda de sentido en lo profundo de lo humano, en la que dominan los años, no nos falte nunca savia joven, tanto en autores como en lectores y comentatistas…
«Una joven mujer bajaba de Jerusalén a Jericó, huyendo de su marido, con el que la conviencia estaba resultando imposible. Éste consiguió alcanzarla y después de desnudarla y golpearla, se fue dejándola medio muerta.
Se fue recuperando con el paso del tiempo, tanto física como anímicamente, después de separarse de su marido.
Unos años después conoció a un hombre del que se enamoró y después de un tiempo de amistad éste le propuso compartir la vida y formar una familia.
Un día, se cruzó en su camino un sacerdote, al que la mujer pidió consejo. Era un hombre bueno, bastante institucional, que le escuchó con amabilidad y entendió su situación. Le dijo: “a pesar del dolor que has sentido, de la necesidad de la separación y de tus necesidades afectivas actuales, no te olvides que el matrimonio es indisoluble. Sigue el vínculo con tu marido, aunque no viváis juntos. Le tienes que dar sentido a tu soledad, desde una fidelidad a tu compromiso matrimonial. Seguro que Dios te da las fuerzas para ofrecer tus luchas y vivir con sentido tus renuncias, porque Él te lo pide”.
Más tarde, se cruzó en su camino un experto en derecho canónico (levita), que le insistió: “tu matrimonio sigue existiendo mientras no haya sido nulo. Si no lo es, no puedes tener otra pareja ni formar otra familia en un futuro. Es la voluntad de Dios, que tú decidiste cumplir. Tu vida matrimonial ha acabado, pero no el matrimonio. La vida matrimonial puede acabar cuando acaba el amor, pero el matrimonio es un vínculo en Dios, que es indisoluble”.
La mujer, fue un día a hablar con un sicólogo agnóstico, que también le ayudó. Éste no le habló de ninguna norma, ni de la voluntad de Dios. No enfocó la decisión de la mujer como una cuestión entre un bien y un mal, como algo fijado de antemano en base a una “ley”. Su actitud fue diferente: escuchó mucho, intentó conocer la realidad de la mujer. Al final, respetando las convicciones de la misma, le sugirió: “elige el camino que creas que te va a humanizar más, que va a hacerte crecer. Sigue tu conciencia, desde tus convicciones humanas y religiosas. Sin duda puede haber trampas cuando decidas: puedes engañarte y creer que tu nueva vida afectiva es de verdad humanizadora, y no ser así; pero tienes que ser tú la que decidas en conciencia. Elige la opción que te haga dar más vida a tu alrededor, en ti misma. Las dos opciones pueden ser buenas si las decides con madurez y te llevan a ser “un tú en mejor”.
La mujer sintió que el buen sicólogo le había vendado las heridas. Ella sentía su corazón sereno, agradecido, reconstruido, ungido.
La mujer decidió en conciencia formar una nueva familia, teniendo una vida estable,feliz, solidaria. Esa fue su “posada”, que el sicólogo agnóstico le había hecho descubrir. En la posada, la familia fue aumentando con los años: tuvieron unos hijos encantadores, que contribuyeron a hacer de este mundo más humano”.
¿Quién de estos tres te parece que fue más prójimo de la mujer que cayó en manos de su marido?
Vete y haz tú lo mismo”.
La parábola habla por si sola. Soy consciente de que puede resultar un poco demagógica, ya que hace caricatura de un tema que es más complejo, con el peligro añadido de meter injustamente “en el mismo saco” colectivos que no se identifican con los personajes de la historia, ni con sus frases. Pero sirva la provocación (y mi comentario) para hacer reflexionar. Me detendré, sobre todo, en lo que no es literal en la historia:
- A veces las convicciones religiosas no son generadoras de humanidad. Todos tenemos mucho que purificar en ellas. Sobre todo cuando se presentan maniqueamente dos alternativas: una como buena (la que sigue la “ley eclesiástica”) y la otra como la mala (la que no la sigue). Se elimina así la posibilidad de un discernimiento real, en el que la persona pueda ver dos opciones como “buenas” (o posiblemente buenas) y elija la mejor (o la menos mala), la que genere más vida. En el caso en cuestión, no pocos enfoques juzgarían la decisión de la mujer como un “no valorar” el matrimonio o el compromiso inicial, o (peor aún) como dar la espalda a Dios. En el ejemplo, la mujer no es que no valorara el matrimonio, sino que valoró más una vida mejor. ¿Cambiaría el enfoque visto así?
- En todo discernimiento, evidentemente, entran muchas variables (incluyendo las trampas, por supuesto). Por eso hay que discernir con cuidado. Pero no creo que sea adecuado plantear la cuestión, de entrada, desde “esta opción es imposible”, y menos aún apelando a la “voluntad de Dios”, como algo ya establecido.
- Todo discernimiento se tiene que realizar con madurez, respetando la decisión personal de la persona, sin “cargarle” con leyes que ‘sólo’ se explican desde el mismo sistema religioso, y a veces acaban culpabilizando más. Las ‘leyes’ de cualquier sistema religioso deberían ser una ayuda para iluminar, siempre en positivo y no como carga adicional, las conclusiones a las que llegaría cualquier persona que estuviera fuera del propio sistema religioso. De lo contrario, estaríamos diciendo que el sistema religioso no ofrece directrices razonables, sino artefactos del sistema.
- El criterio de toda decisión es “hacer el bien y evitar el mal”, lo que se concreta en un “ser más humano”, más auténtico, un “yo en mejor”. Evidentemente no siempre es la decisión más fácil la que hay que tomar. Para eso hay que analizar despacio cada situación, según circunstancias. Una visión en la que se descarta, de entrada, una de las opciones, merece sospecha: puede ser legalismo, no admite el conflicto de valores.
- Aún así, si alguno está convencido de que en conciencia tiene que dar a conocer la “norma”, para evitar el laxismo y la subjetividad que educan en un “amor a la carta” (o en una falsa humanización), habría que recordarle la famosa frase de San Juan de la Cruz: “donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”. Incluso, ante decisiones que aparentemente parecen inmorales, hay que ser prudente, y analizar si se crece en el amor. Con frecuencia se crece bastante más que siguiendo simplemente “la norma”. Por otro lado, decidir en conciencia no significa quitar valor al camino que dejas, sino darle más valor a otro valor, que se ha visto como más importante.
- Las religiones, en su discurso más institucional, a veces favorecen o dan una imagen mucho más “levítica” o “sacerdotal” que “samaritana” (usando los personajes de la parábola original). Y bastantes miembros parecen reproducir esta imagen (por formación, insistencias, maneras de entender la fidelidad a la institución, etc). Si prestamos atención, el sacerdote y el levita dieron un rodeo, sin ayudar al hombre que había sido agredido. Lo curioso es que lo hicieron, precisamente (eso es lo trágico), por seguir sus convicciones religiosas: ir al templo, seguir sus cánones de pureza… Pero ¿eran realmente humanas y humanizadoras estas convicciones, que dejaron al hombre medio muerto al borde del camino? ¿Cuánto tenían de ideología esas convicciones? Pensar que el cristianismo hoy es, en la práctica, más “samaritano” que “levítico” o “sacerdotal”, es mucho decir. Basta el ejemplo del relato de la mujer. Podemos analizar también las insistencias sacramentales, morales en determinados temas, y ver cómo descuidamos otras más sociales o solidarias (samaritanas).
- No sólo las posturas institucionales parecen a veces menos samaritanas, sino que en el día a día parece que no pocos sacerdotes, laicos, consejeros espirituales, caen en esta tentación. A estas personas les invitaría a estudiar más sicología y menos “doctrina” (no exenta de ideología). Y a que sospechen de consejos que ‘sólo’ se explican desde el mismo sistema religioso, como decíamos. Porque Dios no puede añadir ‘nada’ que no coincida con un camino humanizador y en el que impere el sentido común, sin cargas añadidas.
- La preocupación levítica o sacerdotal es una tentación bastante común. ¿Cuántas madres cristianas, por ejemplo, están preocupadas porque su hijo no va a misa, y no se preocupa si su hijo no ayuda a los pobres? ¿Cuántas familias y comunidades religiosas se sienten cristianas, cuidan su vida sacramental pero descuidan su vida “samaritana”, de ayuda a los necesitados?
- Precisamente son los elementos “samaritanos” los que deberían predominar en toda religión, tanto en su dimensión más institucional como en la dimensión más personal. Es evidente que así fue la vida de Jesús: nada levítica, nada sacerdotal, “todosamaritana”. Y no es casualidad que estos elementos “samaritanos” sean los más universales (a un budista no le sale ir a misa, como es normal, pero se conmoverá al ver a una persona medio muerta el borde del camino, o a la gente que cada día muere por las consecuencias del hambre). Los otros son “añadidos” válidos, humanizadores si el sistema lo es, constitutivos de cada opción, pero sabemos que mal entendidos pueden “restar humanidad”. Basta el ejemplo: ‘sólo’ un ‘levita judío’ daría un rodeo por no tocar alguien supuestamente impuro, ‘sólo’ un ‘sacerdote judío’ dejaría al hombre medio muerto por sus prisas para cumplir con su obligación religiosa en el templo. Sin embargo, sabemos que Jesús puso boca abajo la concepción del “hombre religioso”, al mostrar que el ‘más religioso’ es el misericordioso, el más prójimo (el samaritano).
- Quizás muchas personas agnósticas o ateas, o cristianos tachados de “relativistas”, actúen con más misericordia y sentido común que otros cristianos más institucionales. Y no porque sean mejores personas, sino porque sus convicciones se centran más en la persona que en la ley, en la humanización que en el cumplimiento. El hecho de no apelar a la voluntad de Dios (y menos como algo pre-establecido) les hace situarse ante la realidad de la persona en su camino de esperanza y reconstrucción, sin condicionamientos “caídos del cielo”. Eso les permite vendar las heridas sin prejuicios, legalismos, ni “rodeos”. Les permite cargar al herido y facilitar “lugares de reposo”.
- Evidentemente, no tenemos que renunciar a nuestras convicciones cristianas, a nuestras
mediaciones. Pero tenemos que ajustarlas y revisarlas, para que el criterio humanizador, misericordioso, samaritano, sea siempre la realidad principal. El miedo al relativismo o al laxismo no tienen que asustar, ya que pueden alimentar injustamente la actitud levítica o sacerdotal, actitud ante la cual la sociedad y un gran sector cristiano están diciendo “basta”. Y el “basta” se comprende: porque la actitud samaritana es fácil de explicar y es reconocida como universal; en cambio, para dar razón de la actitud levítica y sacerdotal hacen falta “dar muchos rodeos”, apelar a una supuesta voluntad divina y, no pocas veces, fundamentan evidentes faltas de misericordia.