Pocas cosas hay tan hermosas como el entendimiento y la comunicación entre las personas, cuando comprobamos que comprenden lo que queremos decir y cuando nosotros mismos sabemos entender a los demás, llegando a adivinar lo que están pensando casi antes de que las palabras salgan de su boca. Algo totalmente distinto de aquellas conversaciones que parecen un diálogo entre sordos, como si se hablaran distintos lenguajes. Experiencias tan opuestas como Babel, donde se confundieron las lenguas y Pentecostés, donde todos se entendían a pesar de hablar lenguas distintas. Adentrándonos en el terreno religioso resulta gratificante sentirnos escuchados y comprendidos por Dios y conocer con nitidez lo que quiere de nosotros, sus planes. Pero también puede ocurrir lo contrario: que nos dé la impresión de que Dios no nos escucha ni atiende o que seamos incapaces de conocer su voluntad.
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