Percibimos la mano de Dios cuando nos reconforta. Cuando sentimos una felicidad que nos lleva más allá de nosotros, sin una causa aparente, podemos ver la mano de Dios; por ejemplo, al experimentar la confianza y la seguridad en Él: Salmo 131, "Señor, mi corazón no es engreído ni mis ojos altaneros: no he tomado un camino de grandezas ni de prodigios que me superarán. Al contrario, tranquila y en silencio he mantenido mi alma; como un niño saciado que se aprieta a su madre, mi alma en mí nada reclama."
El consuelo también llega al realizar que Dios es centro de nuestra existencia, en una profundidad mayor que la que podemos imaginar. Salmo 139: "Señor, Tú me observas y conoces, sabes si me siento o me levanto, Tú conoces de lejos lo que pienso. Ya esté caminando o en la cama, me escudriñas, eres testigo de todos mis pasos. Aún no está en mi lengua la palabra, cuando ya Tú, Señor, la conoces entera. Me rodeas por todos lados y me proteges con tu mano. Me supera ese prodigio de sabiduría, son alturas que no puedo alcanzar. Si digo entonces: "Que me oculten al menos las tinieblas, y la luz se haga noche sobre mí", para Tí no son oscuras las tinieblas y la noche es luminosa como el día. Pues eres Tú quien creó mis entrañas, quien me tejió en el seno de mi madre. Te doy gracias por tantas maravillas, admirables son tus obras, y mi alma bien lo sabe."
De Espacio Sagrado
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