He celebrado el 50° aniversario de matrimonio de dos esposos que verdaderamente se han amado y se aman hoy igual o más que el primer día. Se ha tratado de una de las fiestas más bellas en las que he participado.
Estos esposos han tenido el don de estar juntos por tanto tiempo, otros han sido separados antes –físicamente– por la muerte, pero han vivido la misma experiencia, si bien por un tiempo más breve.
No todo ha sido fácil, pero la voluntad de recorrer el camino juntos jamás decayó, y la vena del amor y de la unión profunda, no se ha agotado jamás. Es algo posible, es algo real, se lo encuentra entre nosotros. Pienso que es la experiencia mejor que se ofrece a las mujeres y a los hombres de esta tierra en el ámbito del orden normal de las cosas y de la vida; experiencia completa, humana, es decir física y espiritual al mismo tiempo, que tiende naturalmente a difundirse dando otra vida, y felicidad en torno a sí.
¿Qué otra cosa mejor podemos desear a los jóvenes y a las personas a las que queremos? Y entonces, ¿no deberíamos ayudarlos a mirar en esta dirección y a desear que puedan realizar, si no perfectamente, al menos con suficiente serenidad, este ideal? ¿Por qué debemos hacerles creer a ellos que es una cosa del otro mundo, que es imposible?
Quizá muchos lo habrían querido y no lo han tenido, pero el sufrimiento y la desilusión no deben impedir seguir mirando juntos en la dirección justa, porque sólo así hay más esperanza y probabilidad de llegar. Y del verdadero amor todos podemos gozar, incluso cuando es vivido por los demás.
En suma, no hay que disminuir el valor del amor profundo y fiel entre un hombre y una mujer: cuando se ve y se encuentra se hace evidente que es una de las cosas más bellas del mundo. ¿Quién gana no queriendo reconocerlo?
Quien busca la felicidad por otro camino es libre de hacerlo y de venir a contarnos qué cosa habrá encontrado. Pero éste es el camino maestro ofrecido a la gran mayoría de las mujeres y de los hombres de esta tierra, a través de todas las épocas. Por su bien, por su felicidad, debemos ayudarlos a encontrarla y a recorrerla por todo el tiempo que les será dado en este mundo. Y así, quizá, también podrán comprender mejor cómo continúa la vida en el otro: Amor. Es el sentido de la fiesta de Milán.
(Traducción de María Fernanda Bernasconi – RV).
¿Qué otra cosa mejor podemos desear a los jóvenes y a las personas a las que queremos? Y entonces, ¿no deberíamos ayudarlos a mirar en esta dirección y a desear que puedan realizar, si no perfectamente, al menos con suficiente serenidad, este ideal? ¿Por qué debemos hacerles creer a ellos que es una cosa del otro mundo, que es imposible?
Quizá muchos lo habrían querido y no lo han tenido, pero el sufrimiento y la desilusión no deben impedir seguir mirando juntos en la dirección justa, porque sólo así hay más esperanza y probabilidad de llegar. Y del verdadero amor todos podemos gozar, incluso cuando es vivido por los demás.
En suma, no hay que disminuir el valor del amor profundo y fiel entre un hombre y una mujer: cuando se ve y se encuentra se hace evidente que es una de las cosas más bellas del mundo. ¿Quién gana no queriendo reconocerlo?
Quien busca la felicidad por otro camino es libre de hacerlo y de venir a contarnos qué cosa habrá encontrado. Pero éste es el camino maestro ofrecido a la gran mayoría de las mujeres y de los hombres de esta tierra, a través de todas las épocas. Por su bien, por su felicidad, debemos ayudarlos a encontrarla y a recorrerla por todo el tiempo que les será dado en este mundo. Y así, quizá, también podrán comprender mejor cómo continúa la vida en el otro: Amor. Es el sentido de la fiesta de Milán.
(Traducción de María Fernanda Bernasconi – RV).
Eclessia
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