Un amigo poeta me envía este texto de José Felix Olalla, que quiero compartir con vosotros. Habla de tres contemporáneos, dos de ellos desaparecidos (Albalá y Cabodevilla) y el tercero felizmente vivo, el poeta jesuita Emilio del Río, cuya antología Tu nombre ha florecido tuve el gozo de prologar y recomiendo vivamente. No son buenos tiempos para la lírica, porque el ciudadano de hoy vive literalmente colgado de su cartera, llena o vacía (por lo de la crisis). Es pues un remanso leer textos así.
TRES RESPUESTAS A LA VOZ INTERIOR:
Emilio del Río, Alfonso Albalá, José Mª Cabodevilla
Por José Félix Olalla
No se puede desatender a la voz interior que cada uno de nosotros percibe cuando escucha con atención. Esa voz nos permite hermanarnos con todo lo que existe y nos remite a Dios y esa voz provoca una respuesta que es libre y distinta en cada hombre. Unos podrán aceptarla y otros rechazarla, quizás por ser una voz demasiado humilde, pero todos en algún momento deberán responder de forma personal.
Ajustándome al formato de este encuentro, quiero presentar con la obligada brevedad que la ocasión requiere, el testimonio y la obra literaria de tres autores contemporáneos; dos poetas, Alfonso Albalá y Emilio del Río y un ensayista, José María Cabodevilla. Son tres autores distintos a los que hermana una excelente calidad literaria y sobre todo una respuesta afirmativa a la llamada cristiana. Pensaré cumplido mi objetivo si suscito en alguno de los asistentes a este encuentro el interés por la obra, sé que conocida pero nunca suficientemente, de cualquiera de ellos. Empezamos:
Emilio del Río
Emilio del Río nació en Valdanzo (Soria) en 1928, es jesuita, ha residido varios años en Centroamérica y en la actualidad vive en Valladolid. Recientemente Ediciones Vitruvio ha publicado una antología de su obra poética bajo el título de Tu nombre ha florecido que selecciona poemas de su decena larga de libros de creación poética, a los que hay que añadir ensayos y traducciones de poetas de lengua francesa e inglesa.
Jugando con el sentido de su apellido, Pedro Miguel Lamet ha definido el cauce de su obra como “un río que conduce al mar del Todo” y ha escrito sobre la transmisión de una revelación mística casi sin solución de continuidad entre materia y espíritu. San Pablo diría a las gentes del Areópago que Dios ha hecho al hombre para que este le encuentre y esto es posible porque Dios se ha hecho tan extendido y tan tangible como una atmósfera que nos bañara. Por eso, puede escribir Emilio del Río:
Porque rebosa todo lo que adentro guardo de Ti
Porque todo mi ser está en el Tuyo
Porque el más hondo corazón señala tu mar
Porque eres Dios y yo soy hombre solo.
Jugando con el sentido de su apellido, Pedro Miguel Lamet ha definido el cauce de su obra como “un río que conduce al mar del Todo” y ha escrito sobre la transmisión de una revelación mística casi sin solución de continuidad entre materia y espíritu. San Pablo diría a las gentes del Areópago que Dios ha hecho al hombre para que este le encuentre y esto es posible porque Dios se ha hecho tan extendido y tan tangible como una atmósfera que nos bañara. Por eso, puede escribir Emilio del Río:
Porque rebosa todo lo que adentro guardo de Ti
Porque todo mi ser está en el Tuyo
Porque el más hondo corazón señala tu mar
Porque eres Dios y yo soy hombre solo.
Dios no actúa en el mundo desde arriba o desde fuera. No actúa por encima del proceso del mundo, sino que lo hace desde dentro de él. Esta enseñanza, que la biología evolutiva permite sugerir, la encontramos en la intuición profunda de nuestro autor.
Ya no diré más nombres, ya no diré otro nombre
Todos los nombres son de Ti
Contigo
Está naciendo entera la eterna primavera.
Todos los nombres son de Ti
Contigo
Está naciendo entera la eterna primavera.
De su trayectoria americana nos queda un libro esencial, América, noche y alba prologado por el gran poeta nicaragüense Pablo Antonio Cuadra y marcado por el tremendo impacto del terremoto que destruyó la capital en diciembre de 1972. Aquí, en este crisol del dolor, se encienden las preguntas como llagas profundas y el hombre descubre su esencia vulnerable:
En el silencio cósmico, Cristo llora en la noche.
Hay un lugar del alma, sobre la cruz rajada
y todo el sufrimiento es un escombro vivo
de donde sale sola la rosa de un mañana
del querer que se suelda, más allá de los huesos
abriendo cada pecho a su repuesta exacta.
Alfonso Albalá
Alfonso Albalá es el poeta de la sed y el poeta de la armonía. Cuando he escudriñado sus pasos en el camino, me he encontrado con la pureza de la búsqueda de Dios, me he encontrado con un hombre veraz, envuelto en la nostalgia, atento a la naturaleza de su sed, con un hombre que espera honradamente la salvación que viene de Dios.
Nacido en Coria, en la provincia de Cáceres, en 1924 y muerto prematuramente en Madrid en 1973, cuando aun no había cumplido los 50 años, dejó escritas, junto a su poesía, tres novelas y un ensayo a modo de manual sobre la enseñanza del periodismo. Un manual que ciertamente fue muy apreciado por varias promociones de universitarios.
Su poesía completa ha sido recogida en un volumen preparado por sus hijas en 1998 en el que se reproducen sus notas para un ensayo sobre la armonía a las que pertenece el siguiente párrafo:
El hombre es siempre un regreso hacia Dios pasando por su sí mismo y desde su mismidad. Cuando el hombre cae en la cuenta de que está solo- ¿por qué empezamos a entristecernos, desde nosotros mismos, justamente al borde de la primera adolescencia?- empieza en él la anhelación de lo otro, Se ve entonces incompleto, roto, caótico. Hay quienes entonces se ciegan en su mismidad y ahí quedan: hay quien se apoya en las criaturas y se queda en ellas, cegado también; pero hay quien se apoya en las criaturas para ir procurándose totalidad, madurez, continuidad y solidez en el regreso hacia la Armonía que es contemplar a Dios, nuestro único fin.
El hombre es siempre un regreso hacia Dios pasando por su sí mismo y desde su mismidad. Cuando el hombre cae en la cuenta de que está solo- ¿por qué empezamos a entristecernos, desde nosotros mismos, justamente al borde de la primera adolescencia?- empieza en él la anhelación de lo otro, Se ve entonces incompleto, roto, caótico. Hay quienes entonces se ciegan en su mismidad y ahí quedan: hay quien se apoya en las criaturas y se queda en ellas, cegado también; pero hay quien se apoya en las criaturas para ir procurándose totalidad, madurez, continuidad y solidez en el regreso hacia la Armonía que es contemplar a Dios, nuestro único fin.
Este es el misterio del amor humano vivido cristianamente. Con él, la mujer aparece como lo que es para el hombre, umbral de armonía.
La Armonía, escrita con unas mayúsculas connotativas, era la clave vital de Albalá. En 1952 publicó precisamente Umbral de armonía libro con el que había obtenido un accésit del premio Adonais.
Llamado estoy, Señor, a la armonía,
desde este barro Alfonso, sumidero
de mi afanoso izar, en tu madero,
mi corazón altivo, todavía.
Morder siempre tu Verbo con mi encía
desde el principio ya, con mi asidero,
desde la tierra madre hacia tu alero,
a comulgar tu voz en romería.
Comulgar de tu pan y de tu vino,
ser yo tu vino y pan, mi Dios lejano,
ser mástil de tu sed y de camino,
comulgar la canción de aquella mano
donde Tu tacto empieza, donde el lino
de tu vellón me llaga, Cristo hermano.
desde este barro Alfonso, sumidero
de mi afanoso izar, en tu madero,
mi corazón altivo, todavía.
Morder siempre tu Verbo con mi encía
desde el principio ya, con mi asidero,
desde la tierra madre hacia tu alero,
a comulgar tu voz en romería.
Comulgar de tu pan y de tu vino,
ser yo tu vino y pan, mi Dios lejano,
ser mástil de tu sed y de camino,
comulgar la canción de aquella mano
donde Tu tacto empieza, donde el lino
de tu vellón me llaga, Cristo hermano.
José María Cabodevilla
Cabodevilla es un modelo ejemplar de un escritor que desdeñó una gloria terrena a la que su sabiduría y su indiscutible talento podían haberle conducido. Él prefirió desdeñarla. Se definió como un sacerdote que escribía, no como un escritor que ejerciera un ministerio sacerdotal. Durante varias décadas sus libros conocían sucesivas ediciones y encontraban miles de lectores, pero él se mantenía libre de cualquier atadura, como un desconocido para el gran público.
Mercedes Salisachs, que le ha reivindicado siempre, cuenta su educada negativa para publicar en una gran editorial cuando era ella la responsable y Joaquín Ortego, su editor en la BAC, ha referido su respuesta cuando se le ofreció presentar su candidatura para la Real Academia de la Lengua.
Mercedes Salisachs, que le ha reivindicado siempre, cuenta su educada negativa para publicar en una gran editorial cuando era ella la responsable y Joaquín Ortego, su editor en la BAC, ha referido su respuesta cuando se le ofreció presentar su candidatura para la Real Academia de la Lengua.
Aunque nunca escribiera un verso, en sus textos hay una gran carga lírica y numerosos ejemplos de lo que Bruno Candelier considera la base del interiorismo. En el prólogo a “orar con las cosas”, su libro póstumo, cuenta que Krishna, la máxima encarnación de Dios entre los hindúes, vivió con su madre hasta que llegó la hora de abandonar el hogar. En el momento de la despedida ella, entre lágrimas, le pidió una gracia: “Concédeme que pueda verte cada vez que cierre los ojos” y Krishna respondió: “Te concederé una gracia mucho mejor; me verás cada vez que los abras”. Ya lo decía Santa Teresa: A Dios se le puede encontrar, no solo entre las criaturas sino también entre los objetos que nos rodean.
Cabodevilla escribió sobre casi todos los temas y principalmente sobre Dios y sobre el hombre, sobre sus necesidades, sobre el sufrimiento, sobre la caña más vulnerable de todas las que existen:
No está el alma en el cuerpo como el vino en un vaso, sino como el alcohol en el vino. Cuerpos que sufren: candelas ardiendo, pomos de alabastro, copas para la extraña sed de Dios, toscos himnos a la Encarnación.
El cuerpo agotado del hombre que trabajó dieciséis horas. El cuerpo de la madre que todavía no ha dado a luz y es para Ti tan sagrado e intangible como una custodia. Ese otro cuerpo inmóvil, paralítico desde hace veinte años, poco más que un estuche de dolores, poco menos que una piedra preciosa con que comprar el universo. El cuerpo de la virgen que no se prostituye, el cuerpo de la esposa que no se rehúsa. El cuerpo del adolescente que no se malgasta, el cuerpo del mártir que no se retrae. Los cuerpos afligidos de los ascetas o de los soldados que duermen sobre el lodazal…
Participantes de Tu Pasión, endomingados ya para la gran ceremonia de la boda, esperando arder dichosamente un día, victoriosos y claros.
En la obra de Cabodevilla, hay una consideración profunda del mundo y del hombre que hace desaparecer toda frontera entre lo sagrado y lo profano. Para él, no es más sagrada la soledad que la actividad pues solamente es sagrado ese preciso lugar donde suena la voz del Señor. Porque unas veces Dios habla en una habitación silenciosa de Betania y otras veces habla fuera, en el tumulto de la ciudad.
Y con ese Dios es necesario un trato personal, no solo a la persona de quien escucha sino a la persona de quien habla. Orar no es discurrir sobre la oración como tampoco la poética es poesía. Ya decía Kierkegaard que Dios es alguien a quien se habla, no alguien de quien se habla:
Al orar, no solo pienso en Dios, sino que pienso que Él está pensando en mí. No solo creo en Dios, sino que creo que Él también cree en mí. Mantengo su Nombre como mi única fortuna, y mantengo ante Él mi nombre como mi única identidad, puesto que mi “yo” no tiene otra consistencia que ese tú que Él pronuncia cuando me nombra.
Al orar, no solo pienso en Dios, sino que pienso que Él está pensando en mí. No solo creo en Dios, sino que creo que Él también cree en mí. Mantengo su Nombre como mi única fortuna, y mantengo ante Él mi nombre como mi única identidad, puesto que mi “yo” no tiene otra consistencia que ese tú que Él pronuncia cuando me nombra.
He aquí pues tres autores espléndidos cuya lectura proporciona al lector consuelo y aprovechamiento. Tres autores que tuvieron el propósito de ver todas las cosas en Dios y cuya recompensa fue ver a Dios en todas las cosas.
Conferencia pronunciada el sábado 28 de marzo en Madrid, en el seno de un pequeño congreso de poesía mística que dirigía Bruno Rosario Candelier, Director de la Academia de la Lengua de República Dominicana
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