Jesús resucitado nos refiere inmediatamente al Jesús histórico. No hay mandamientos nuevos más allá de la palabra, conservada en aquellas primeras comunidades como un tesoro y más tarde condensada en los libros del Nuevo Testamento, de aquel Jesús que anduvo por los caminos de Galilea predicando el Reino y haciendo el bien a todos aquellos con los que se encontraba.
Sus mandamientos se sintetizan en la ley del amor: construir la fraternidad dando la vida y regalando lo que tenemos y somos, compartiéndolo todo, sin excluir a nadie, con las puertas abiertas a todos pero especialmente a los que más sufren, a los más alejados, a los que les ha tocado la peor parte en este mundo. Esa es la conversión que nos piden las palabras de Pedro en la lectura de los Hechos de los Apóstoles. Decir que Jesús murió para que nuestros pecados fuesen perdonados es lo mismo que decir que murió para comenzásemos desde ya a vivir de una forma nueva.
Del miedo a la alegría
Ese proceso, pasar de la sorpresa a vivir de una manera nueva y distinta –resucitada–, se ve reflejado en la lectura del evangelio de Lucas. Los discípulos pasan del miedo inicial a la escucha de la palabra de Jesús. Es una palabra de paz. No hay razón para alarmarse ni para salir corriendo. Es el mismo Jesús que habían conocido allá a la orilla del lago Tiberiades o por los caminos de Galilea o en las calles de Cafarnaúm o enseñando en el templo de Jerusalén.
Del miedo y la sorpresa pasan a la alegría. “¡Está vivo!” “¡Es el maestro!”. Y vuelven a hacer lo que tantas veces hicieron con él: comer y charlar. Lo que hacemos en todos los países y en todas las culturas cuando queremos expresar la alegría de estar juntos, la fraternidad, la amistad, la vida. Jesús toma el pescado, de lo mismo que estaban comiendo ellos. Jesús comparte su comida y, mientras come, les explica las escrituras para que entiendan lo sucedido. Y, al final, los envía: “Vosotros sois testigos de esto”. La Eucaristía, lugar de encuentro con el resucitado
Los discípulos han dado un paso más. Han sentido de nuevo la presencia viva de Jesús. Se sienten enviados a anunciar al mundo que Dios está de nuestra parte, que nos promete un futuro nuevo, que ni el odio ni la violencia ni el rencor tendrán la última palabra, que el Reino es algo más que un sueño. Todo lo han comprendido en torno a la mesa, al pan y la palabra compartidos.
La Eucaristía sigue siendo el mejor don que atesora la Iglesia. Ya no es el momento dramático del Jueves Santo. Ahora hemos experimentado la resurrección de Jesús y su presencia se hace real en el pan bendito y compartido y en la palabra escuchada que nos llega al corazón. Cada domingo, cada día que se celebra la Eucaristía, se produce el milagro: experimentamos a Jesús vivo. Y salimos al mundo dispuestos a ser testigos del Dios de la Vida, del Dios que vence a la muerte y nos invita a vivir, a relacionarnos con los demás, de una forma nueva. Eso es celebrar la resurrección de Jesús.
Fernando Torres Pérez, cmf
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