La fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo, el 2 de febrero, recuerda a dos ancianos sabios, Simeón y Ana.
Aristóteles escribió sobre los ancianos, diciendo "nos inclinamos a prestar atención a los dichos indemostrables y la opiniones de aquellos con experiencia y años, debido a que, desde su visión, contemplan el principio de las cosas."
Tener la visión de la experiencia significa la fe en una realidad que no cambia, y el gozo de una realidad que sí cambia.
Para los ancianos, el realismo toma un nuevo sentido: lo que es real es lo experimentado en cosas pasadas.
Los ancianos están desconectados del diario vivir, de la ambición, y esta desconexión les trae sabiduría, una perspectiva mayor que les permite percibir cuando lo final y lo real se volverán luminosos.
Cuando lleguen a la ancianidad, ustedes pueden ser tentados a rendirse a la transitoriedad, a no tener ningún futuro; pueden ser tentados al cinismo y a la desesperanza, en las cuales la mutabilidad habrá triunfado.
La verdadera fe de la ancianidad está en directa oposición a este cinismo.
Ha descartado el retraimiento soñador de la niñez, ha renunciado a las interminables demandas de la juventud, ha visto cómo son de transitorios los logros humanos.
En esta perspectiva, la Providencia y el Amor de Dios, la comunión de los vivos y los muertos en Cristo, el significado trascendente de la Ultima Cena, puede llegar a ser más real que nada en este mundo - aunque no fácilmente.
No es que tengamos todas las respuestas; pero tenemos las suficientes para sostener nuestra fe y nuestro amor.
"El amor es el fruto de la Fe, es decir, de la oscuridad", dijo San Juan de la Cruz.
Esa Fe se basa en la fidelidad de Dios.
De Espacio Sagrado
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