Buenos profesionales
Mi amigo jesuita indio Paul Varghese, ha escrito una anécdota en la revista guyaratí Yankalyán, enero 2009, que traduzco aquí.
‘El escritor Dilip Ranpura fue una vez a dar una conferencia a la ciudad de Bhavnagar. De la estación de autobuses se dirigió a pie al lugar de la charla. Era de noche y en el camino había una boca de alcantarillado sin tapadera. Él tropezó allí y se rompió una pierna. Hubo de ser llevado directamente al hospital y no pudo dar la conferencia.
El día siguiente los periódicos de la ciudad publicaron la noticia y explicaron la cancelación de la conferencia. El mismo día por la mañana se presentó a la puerta de su cuarto en el hospital un hombre desconocido y pidió permiso para entrar. El escritor le dijo que no lo conocía pero que podía entrar y le preguntó qué es lo que le traía aquí. El desconocido le dijo: “Yo soy el causante de que usted esté hoy en este hospital.” El escritor le miró con cara de sorpresa y dijo: “Fui yo quien me caí por descuido en aquel agujero, y no veo que usted tenga nada que ver con eso.” El hombre explicó: “Señor, yo soy ladrón. Yo robé la tapadera de ese alcantarillado y la vendí a peso por su valor como metal. Esta mañana he leído en el periódico que usted se había roto la pierna en una boca de alcantarillado sin tapadera, y esa era la que había quitado yo. Por eso he venido a pedirle perdón.”
Hubo un silencio mutuo, y el ladrón continuó: “Mire usted, señor. Yo soy ladrón y robo para comer, así es que no puedo dejar de robar. Pero una cosa le prometo. Jamás volveré a robar la tapadera de una boca de alcantarilla. Puede usted estar seguro de ello.” El hombre pronunció esas palabras con firmeza, saludó con una inclinación de cabeza, y se marchó.’
Un ladrón honrado. Yo tuve un encuentro similar una vez. Me encontraba en el Instituto Bíblico de los jesuitas en Roma, de paso de India hacia España, había dejado mi ropa y cartera en mi cuarto mientras iba a las duchas, y al volver eché de menos mi cartera. No se la había llevado ningún jesuita, desde luego, pero me explicaron que gente que trabajaba en la casa espiaba a huéspedes y se aprovechaba a veces. Eso había sucedido. Pero con un detalle. El ladrón se había llevado mi cartera con todo lo que había dentro, pero antes había sacado el pasaporte, el certificado de vacunación contra la fiebre amarilla, y el carné de conducir, y los había dejado delicadamente sobre la mesa. Otro buen ladrón. Se benefició con su oficio pero no me causó molestias innecesarias. Un buen profesional. No pude invitar aquel día a mi amigo George Ukken, misionero ahora en el Sudán, a comer en un buen restaurante romano (yo había pensado en el ‘Alfredo’ con sus célebres fetuccini) como se lo había prometido. Nos contentamos con una birra.
Carlos Vallés sj
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