Sunday, February 27, 2011

Un Afganistán en el Mediterráneo


Dos escenarios de la insurrección en los países árabes. El de Egipto, con una alianza inédita entre cristianos y musulmanes. Y el de Libia, donde el colapso del Estado allana el camino hacia el islamismo radical. El análisis de Khaled Fouad Allam
por Sandro Magister
ROMA, 23 de febrero de 2011 – Las tres fotos publicadas ad supra han sido tomadas en el Cairo, en la plaza al-Tahrir, la plaza de la Liberación. Las ha publicado y comentado en la agencia on line "Asia News", del Pontificio Instituto de las Misioneras Extranjeras, el jesuita egipcio Samir Khalil Samir, islamólogo entre los más estimados por el papa Joseph Ratzinger.
En la plaza al-Tahrir, en los momentos de la oración coránica, los cristianos coptos formaron un cordón en defensa de los musulmanes arrodillados. En el Cairo también han aparecido manifestantes con la cruz y el Corán a su lado, y la frase: "Egipcios, una sola mano". A juicio del padre Samir, la unidad operada entre musulmanes y cristianos que se ha visto en los días de la rebelión en curso, es el signo que el islamismo fundamentalista no está al frente del momento crucial, ni en Egipto ni en los otros países del norte de África y del Golfo.
Seguramente, la revolución que hoy desconcierta a los países árabes no ha partido de las mezquitas. La más célebre e influyente de las mezquitas sunnitas, la de al-Azhar en el Cairo, ha aparecido rápidamente fuera de juego. Sus líderes, todos ellos candidatos presidenciales, pagan también el precio de la caída de Mubarak.
En Egipto, la única oportunidad seria que tienen los islámicos de conquistar el poder está ligada al destino de los Hermanos Musulmanes. Estos tienen una notable fuerza organizativa. Tienen el control de las principales disciplinas profesionales: ingenieros, médicos, dentistas, farmacéuticos, comerciantes, abogados. Han penetrado en el mundo agrario. Uno de sus líderes, Sobhi Saleh, está presente en el Comité que los militares han constituido para reformar la Constitución egipcia. Está aliado a ellos el presidente de este mismo Comité, Tariq al-Bishri, hijo de un gran imán de al-Azhar.
Pero más que un efecto de su fuerza, esta inserción de los Hermanos Musulmanes dentro del Comité para la nueva Constitución parece un gesto calculado de los militares en el poder, para controlarlos.
Ni siquiera la presencia explosiva del jeque Yussuf al-Qaradawi, líder carismático de los Hermanos Musulmanes de todo el mundo, que retornó a el Cairo luego de décadas de exilio para guiar la oración del viernes 18 de febrero en la plaza al-Tahrir y arengar a la multitud, parece haber orientado la insurrección en dirección al extremismo religioso.
Al-Qaradawi se ha regocijado por el abatimiento del "Faraón", pero la caída de Mubarak no ha acontecido realmente por mano de los Hermanos Musulmanes.
Ha relatado el sueño de la liberación de Jerusalén, rescatada de los infieles, pero ni antes ni después de su sermón ha sido quemada ninguna bandera de Israel.
En los días de la insurrección, también han permanecido intactas las iglesias cristianas, objeto de crueles agresiones sólo pocas semanas antes, cuando el régimen de Mubarak tenía todavía el pleno control del país. El patriarca de los coptos, Shenuda III, apostó hasta lo último por la permanencia de Mubarak en el poder, de quien se sentía más seguro que de un cambio de régimen. Pero los coptos han salido a las calles desde los primeros días, para reclamar más libertad.
El padre Samir dice que la convulsión actual le recuerda la revolución egipcia del año 1919 contra el Reino Unido, que ocupaba Egipto y Sudán, una revolución no de tipo religioso, sino orientada hacia la independencia.
Pero la insurrección que hoy incendia a los países árabes, desde Egipto a Yemen, no está lanzada contra potencias extranjeras como Israel, Estados Unidos u Occidente. Y mucho menos contra los cristianos. Los enemigos son internos, son los regímenes tiránicos. Las exigencias son elementales. La primera de las rebeliones, en Túnez, tuvo su origen en el encarecimiento del precio del pan.
Khaled Fouad Allam, argelino con ciudadanía italiana, profesor de islamismo en las universidades de Trieste y de Urbino, explicó a "Avvenire", el diario de la Conferencia Episcopal Italiana, que los protagonistas de la actual insurrección son las generaciones jóvenes:
"Los jóvenes entre los 18 y los 30 años tienen una práctica religiosa que se puede tipificar como piadosa. El Islam ya no es visto como la solución, como probablemente hubiera ocurrido hace diez o quince años. Los jóvenes ya no creen que el Corán les dará trabajo, como podían creerlo sus padres. Son creyentes y practicantes, pero no tienen una carga ideológica. Desde Yemen a Argelia no sentimos slogans religiosos".
Y más aún:
"Luego está el aspecto de la globalización: se está desarrollando una conciencia mundial de la democracia. Un joven argelino que se comunica vía Internet con su amigo de Roma se pregunta cómo es posible que en la otra orilla del Mediterráneo hay libertad y en su país no. Esto crea un sentimiento muy fuerte. No cuenta la tecnología informática en sí, sino su efecto, en realidad una aceleración de la maduración de la toma de conciencia".
La insurrección no muestra que tenga una dirección precisa. No tiene líderes. No tiene grandes organizaciones. "Durará mucho tiempo", advierte Allam. Sin éxitos previsibles.
El retrato que surge es el de un mundo musulmán más frágil y desordenado del que se acostumbra imaginar. Es mucho más abigarrado, mucho más expuesto a la secularización y a los lenguajes de la comunicación global, universales pero también imprecisos en cuanto al significado.
Es un retrato que se corresponde en forma impresionante con el retrato vívidamente descrito en un libro autobiográfico de la ítalo-marroquí Anna Mahjar-Barducci, de la que este servicio de www.chiesa ha reproducido un capítulo:> Ana y sus hermanos. Los miles de rostros del verdadero Islam*
Lo que se ha dicho hasta aquí se aplica a casi todos los países árabes hoy en insurrección. Pero con una excepción.
Esta excepción es Libia.
Es también el profesor Khaled Fouad Allam quien lo explica, en un comentario publicado en "Il Sole 24 Ore", el más difundido diario financiero de Italia y de Europa, el 23 de febrero.
Libia jamás ha sido una nación homogénea. Es una maraña de tribus árabes, bereberes y africanas, para cada una de las cuales vale más que nada el espíritu de cuerpo. Al estallar la insurrección, rápidamente ciudades y regiones enteras se han mantenido autónomas.
En Libia no hay auténticas y verdaderas instituciones estatales, no hay un Parlamento, no hay un ejército que pueda asumir el poder, como ha ocurrido en Egipto, que asegure una transición controlada.
Para Gheddafi la "revolución" era el Estado, y el Estado era él. El suyo era un "maoísmo islámico" depurado de la tradición profética, la Sunna, que lo convirtió en extraño y antipático para la totalidad del mismo mundo musulmán sunnita.
Paradójicamente, la tiranía de Gheddafi aseguraba a la Iglesia Católica niveles de libertad mayores al de cualquier otro país musulmán de la región.
La caída de Gheddafi puede entonces coincidir con el colapso total de Libia, la que podría convertirse, advierte Allam, en "un Afganistán en el Mediterráneo".
Porque en el caos y en el vacío estatal encontrarían presencia y espacios de acción propia las corrientes islámicas más radicales, provenientes de África y de otros países árabes, a contramano de la exigencia "laica" de libertad expresada por los jóvenes que también en Libia han invadido las plazas, en muchos casos pagando con su vida.
Un nuevo Afganistán, con un islamismo incendiario, riquísimo en petróleo y en gas, en el límite con Italia y Europa.
Chiesa

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