Diez madres de novicios jesuitas se reúnen periódicamente para compartir sus experiencias
ÁLVARO REAL. Fotos: LUIS MEDINA | Sonríen y charlan. No paran de hablar un segundo sobre sus familias y sus miradas muestran la ilusión de quien se refiere con orgullo a un hijo. Se hace difícil, muy difícil tomar notas de su conversación porque una y otra vez se interrumpen, se hacen bromas y no cesan de reír a carcajadas. Son cinco madres: Blanca, Margarita, Rosa, Gabriela y Ana, a quienes un buen día sus hijos les dijeron que querían ser religiosos y entrar en un noviciado de la Compañía de Jesús.
“Es una revolución. Se te descuadra todo y se te remueven hasta las entrañas”, cuenta Rosa Martínez a Vida Nueva. Su hijo, Carlos Gómez-Virseda, realiza su sexto año desde que entró en el noviciado en la Comunidad Jesuítica de El Pozo del Tío Raimundo, en Madrid. Precisamente, fue ella la que tuvo la idea de reunir a las madres de los futuros jesuitas para poder compartir sus sensaciones y experiencias.
Se reúnen unas tres veces al año, aunque sin fecha fija. La primera madre en sumarse a la iniciativa fue Ana Herrero Botas, pues su hijo, Nubar Hamparzoumian, que se encuentra en Salamanca estudiando 2º de Filosofía, era compañero de Carlos en el madrileño Colegio Nuestra Señora del Recuerdo. Ahora son más de diez las madres que se reúnen en el colegio o en una cafetería, como es este caso, de manera informal.
“Las reuniones nos han ayudado mucho, porque nos viene muy bien el compartir nuestras inquietudes y preocupaciones”, cuenta Gabriela Marín, cuyo hijo, Borja Riestra, que también se encuentra en Salamanca estudiando Filosofía, la sorprendió un buen día con la decisión de que quería ser fiel a una íntima vocación: “Yo ni me lo esperaba; fue de un día para otro”.
Se dicen las unas a las otras, entre bromas: “Tanta oración, tanta oración por la vocación y ahora mira, ¡nos ha tocado a nosotras!”. Y es que no es fácil. Reconocen que, al principio, “te cuestionas todo, hasta la fe. No sabéis hasta qué punto”. Ahora la oración ya no es por las vocaciones, sino por la perseverancia.
Proceso difícil
Aunque cada una de ellas lo viva de manera distinta y pudiera imaginar o no la trascendental decisión de su hijo, la evolución que viven todas las madres es muy parecida: “El primer año se pasa muy mal. En las mismas fechas se casó una hija mía y la verdad es que no lo sufrí tanto. No paré de llorar en un año entero por mi hijo”, explica Ana, que intuía la decisión antes de que su hijo se la contara: “La verdad es que iba a hacer ejercicios con amigos, lo cual me levantó un poco la liebre”.
Todas ellas nos muestran que el proceso de maduración de la vocación de un hijo es solitario y, de alguna manera, sienten “rabia” por no haber participado en esos primeros momentos. Superado este primer trance de conocer la noticia, llega lo peor. “Quizá es más duro después –confiesan–, cuando empiezas a asimilarlo y, de verdad, no te encuentras bien”. Hasta que, como explica Blanca, una se da cuenta de que “le admiras por haber sabido tomar una decisión y empeñar la vida en ello”.
Vida Nueva
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