1.- La primera lectura de hoy, mis queridos jóvenes lectores, hace referencia a una persona enigmática: Melquisedec. Aparece en el Génesis, este fragmento, como personaje histórico. En un salmo y en la carta a los hebreos como símbolo-tipo del Mesías. Y no hay ninguna otra referencia más.
Regresaba Abraham con un poderoso ejercito de 318 soldados, tras salir victorioso de una guerra contra una coalición de cinco reyes (¡¡) cuando ocurre el encuentro que se narra. Era rey y sacerdote de Salem, lugar que se identifica con Jerusalén. Se ofrece pan y vino, que pudiera ser un regalo, pero que el contexto y los lugares bíblicos que a él se refieren, le dan significado de sacrificio. Imaginaos, pues, poniendo un panecillo sobre una piedra, como un menhir de los que vemos en nuestras tierras, y derramando posteriormente vino sobre él. Ofrenda hecha a Dios, sin derramamiento de sangre. (Si no sabéis lo que es un menhir, tal vez os sirva de explicación el que os diga que es lo que fabricaba el mítico Obelix, el de los relatos de Asterix). ¿En qué lugar ocurrió el encuentro? He leído que existe una tradición que lo recuerda en la cima del Tabor, en la actual iglesia ortodoxa. Sólo he podido visitarla en una ocasión y no he visto dentro ningún monumento conmemorativo.
2.- Pan y vino, son dos alimentos comunes, tanto en mesas de ricos, como de pobres, en las tierras mediterráneas y de Oriente medio. Pan y vino que utilizaría posteriormente Jesús en la Santa Cena (de aquí esta lectura, hoy). Hay que advertir que el vino sería de muy inferior calidad a la de nuestros caldos. Según parece, ni lo filtraban, ni sabían impedir que se avinagrase.
No es de extrañar, pues, que los judíos le añadieran agua, gesto que continuamos haciéndolo nosotros en la misa y que, si no fuera por este origen, y los símbolos que se le dan en una oración que recitamos los sacerdotes en silencio, sería empeorar la bebida. Así que esta lectura nos remonta a épocas muy lejanas y nos hace ver que Dios-Padre, desde muy antiguo, preparó el rito que utilizaría su Hijo, cuando viniera a hacerse uno de los nuestros y permanecer posteriormente, realmente, sacramentalmente, con nosotros.
3.- El texto de la carta de San Pablo que proclamamos hoy, es la más antigua referencia escrita que poseemos de la institución de la Eucaristía. Habían pasado alrededor de 20 años del acontecimiento y una tradición de esta calidad en Oriente, tiene más valor que un documento notarial entre nosotros. Es asombroso lo que afirma: cada vez que comulgamos estamos proclamando al mundo, al universo entero, el misterio sublime del Señor, su muerte gloriosa, salvadora. Aquí reside la responsabilidad del que comulga. Si hubo tiempos en los que muchos no se atrevían a comulgar más que en muy contadas ocasiones, dada la grandeza del misterio y la conciencia de la propia indignidad, comprobamos como ahora, entre nosotros, van bastantes a comulgar, olímpicamente, como quien se lleva a la boca una galleta, con la misma displicencia con que se mastica el regaliz. Un buen manjar, un excelente plato bien cocinado, puede no ser apto para un estómago enfermo. Primero hay que ponerse bueno, después saber ingerir bien el bocado que tomamos, para que, posteriormente, nos resulte saludable.
Lo dicho en último lugar no es para desanimaros y recomendaros que no comulguéis. Alimento del alma, suave y fácilmente digerible, es la oración. Buena comida es la asimilación de la Palabra revelada bíblica. Higiene espiritual es el sacramento de la penitencia y, en llegando aquí, comulgar se convierte en el mejor sustento para ser fuerte, atleta de Jesús, testimonio vivo de su redención.
4.- En el evangelio se explica el episodio de la multiplicación de los panes y los peces. Por la descripción que hace Lucas, se da uno cuenta que posteriormente a aquel prodigio, los apóstoles descubrieron que aquel prodigio no había sido más que un anticipo de la multiplicación eucarística de todo su Ser, para satisfacción de los que le siguieran.
Observad, mis queridos jóvenes lectores, que la Santa Cena venía precedida por tres años de predicación. Los panes y los peces bendecidos y repartidos fueron complemento a una jornada de escucha de su doctrina. La primera misa no se celebró precipitadamente, no duró una escasa media hora, como muchos quieren dure la de hoy en día. La segunda, la de Emaús, vino precedida por una larga enseñanza y reflexión, mientras efectuaban un trayecto que bien pudo ser de dos horas.
Os he explicado estas cosas para que tengáis siempre presente la maravillosa riqueza espiritual que se nos ha otorgado a los cristianos. A veces, a cualquier hora del día o de la noche, entro en la iglesita que hay pegada a mi casa y celebro misa pensando en el misterio divino, en muchas otras cosas más, en muchas personas, no olvidando a los posibles queridos jóvenes lectores, a los que dedico un rato cada semana, escribiéndoos estos mensajes-homilías.
Por Pedrojosé Ynaraja
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