Frente a un espejo, enciende una vela y observa tu rostro.
¿Quién es? ¿Te gusta ella o él?
No aparecen marcas para odiarte; sólo para amarte.
Luego observa a Jesús a tu lado, también mirándote en el espejo.
¿Cómo te vé? S
us ojos son cariñosos, felices con tu compañía.
No por tu apariencia, por tu pobreza, tu poder o tus amigos, sino por que tú eres su hermana, su hermano, hijos de Dios.
Luego agradece a Dios por ese amor, que no nos llega por algo que hayamos hecho, sino que porque Dios es nuestro padre, y nosotros somos sus hijos.
Como una madre que nos ama, Dios se alegra mucho más por lo que somos, que lo que podría molestarse por lo que no somos.
De Espacio Sagrado
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