San Lucas nos presenta la imágen de Jesús cenando en la mesa de Simón el fariseo, y la pecadora a sus pies. "¡Espanto, horror!" gritarían los tabloides: "¡Predicador acepta caricias públicas de una notoria prostituta!" Simón piensa: "Si este hombre fuera un profeta, sabría el tipo de mujer que tiene a sus pies, y la mala fama que tiene". Simón sólo conoce las categorías de limpio o impuro, de aceptados o rechazados. Su tejido social está amenazado al aceptar la presencia de esa persona en su mesa.
Para Jesús no hay rechazados. No reacciona contra los que le acusan de ser un comilón y un borracho. Acepta la comida y la bebida, no como un signo de santidad, sino como un medio para unirse con todos a la vez, con limpios y con impuros.
"La sabiduría se justifica en todos los hijos", dice Jesús. No consiste en conocer todas las reglas y entregar juicios, sino que en promover la amistad entre todos los hijos de Dios, hombres y mujeres, como la pecadora. Ésa es la Buena Nueva.
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