Llevo doce años trabajando en el diálogo interreligioso, aunque confieso que este diálogo es el que me trabajó a mí, y en cierta medida me cambió.
Y no porque yo haya renunciado a lo que creo y que libremente asumí al considerarlo un don, y al encontrarme cómoda y a gusto con aquello en lo que creo y que lejos de alienarme, me realiza y ayuda a vivir como persona, y lógicamente como cristiana.
En estos años aprendí a escuchar; a ponerme en el sitio del otro y a ver su parte de verdad que tal vez yo desconocía. Me abrí a otros puntos de vista, a lo que informa la fe de los que tienen un credo diferentede al mío, y a conocer qué implica en su vida lo que creen, y por qué viven como viven.
El diálogo interreligioso ha sido y es para mí una fuente de riqueza y además me ha regalado buenos amigos con los que juntos trabajamos por la paz y la convivencia.
Nunca entendí este diálogo como un espacio para “dejar de creer” lo que creo, y menos para claudicar de lo que soy como cristiana. Creo que gracias a este diálogo, intercambio, conocimiento, soy ahora más cristiana que nunca, y entiendo que Dios, además, es mucho más de lo que yo puedo creer o conceptuar: Es lo más, lo Otro, lo mejor.
De ahí a que en mi oración llame a Dios con el nombre de Alá, como sugiere el obispo Holandés Monseñor Tiny Muskens, hay un paso que no creo ni que favorezca el diálogo interreligioso, ni que me ayude a vivir mi fe, simplemente porque aprendí a llamar a Dios, por ejemplo, con el nombre de Padre, cosa que en el Islam es impensable. Y entiendo y respeto que para mis hermanos y amigos musulmanes sea impensable llamar a Dios Padre, y sin embargo le llamen con el nombre de Alá.
Creo que hay un único Dios al que llamamos de muchas maneras, pero eso no implica ninguna claudicación ni que tengamos que “hacer todos lo mismo”. A mí, el Dios de Jesucristo me ha revelado una serie de valores que hoy por hoy no han descubierto otras religiones, y posiblemente ellos tienen algunos que hoy no hemos asumido los cristianos. Jesús, poco a poco fue abriéndose a esta realidad. Él tenía claro que había sido enviado a “las ovejas del pueblo de Israel” y sin embargo en el diálogo con la mujer Siro-Fenicia, entiende que el mensaje y la salvación ha de ser para todos, y que con todos hemos de dialogar.
En la última reunión del curso pasado del Grupo de diálogo interreligioso alguien propuso que el próximo curso podíamos ir a cada centro y orar como lo hacen los anfitriones de cada confesión asumiendo “por unos momentos la fe de los otros, haciendo lo que ellos hacen, y llamando a Dios como le llaman...”. Coincidimos en que eso era empobrecernos: No tenemos que renunciar a nuestra manera de orar, ni forzarnos a aquello que no hemos asumido como propio. La riqueza nos la da también la diversidad y el ser capaces de “respetar” los espacios y modos de los otros, y a la vez de orar juntos llamando a Dios como cada uno sabe, cree, siente y puede.
El diálogo interreligioso nos da unas posibilidades insospechadas de riqueza y sin duda nos humaniza. Pero dejar de ser lo que cada uno es, y aparcar las convicciones de la fe, creo que es una pobreza.
Jesucristo me hace universal y me abre a todos, sin excepción, pero me siento identificada con su modo de orar, tal como nos lo enseñó, llamando a Dios “Abba, Padre”.
Una cosa es “descalzarse” para orar en una Mezquita, como lo hizo Benedicto XVI, y como en alguna ocasión lo hice yo misma, y otra muy diferente que yo como cristiana diga a Dios Ala, o Shiva u otro nombre.
Hemos de dialogar y abrirnos buscando puntos en común, trabajando por la humanización y la fraternidad, y haciendo lo que tenemos que hacer lo mejor que sabemos y creemos.
Dicho todo esto, respeto a los que lo ven de otra manera, y creo en su sinceridad y honestidad cuando lo hacen: Yo aun no llegué a ese punto. ¿Llegaré? Creo que no es mi ideal. De momento seguiré caminando, y compartiendo con mis amigos la fe que hemos descubierto y que derriba cualquier muro entre nosotros.
Sor Lucía Caram O.P
Sor Lucía es como me llama la gente. Soy Dominica Contemplativa, y me gusta resaltar esto por encima de lo de “monja de clausura”. Nací en el año 1966 en Tucumán, Argentina y vivo, desde 1989 en España, estuve 5 años en Valencia y desde 1994 vivo en el Convento de Santa Clara de Manresa, que es mi Comunidad. El Convento es un espacio privilegiado para orar, estudiar, “contemplar”, y una plataforma inmejorable para acoger, compartir, escuchar y predicar, con la palabra y el silencio. Desde él intento abrirme a la experiencia de Dios y al mundo; y a fuerza de sintonizar con la Palabra, lo hago con mis hermanos los hombres y mujeres de cualquier raza, religión o condición social.
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