Por Ángel Gómez Escorial
Siempre he querido, amigo Pablo, dirigirte una de estas “cartas abiertas” que suelo escribir para Betania. Pero no ha habido ocasión, aunque, tal vez, tampoco me haya atrevido. Me anima a hacerlo la existencia de este Año Paulino, decretado por el Papa Benedicto. Yo veo, sobre todo, en estos doce meses dedicados a profundizar en ti y en tu obra, un camino profundamente ecuménico. Y me alegro. Y te explico: desde mis principios en la vida de fe, no hace mucho tiempo, me fascinó la existencia del Octavario de Oración por la Unidad de las Iglesias. Y que fuera la fecha de tu conversión el “escaparate” de dicha semana de oración. Es verdad que las Iglesias ortodoxas han seguido, siempre, teniendo en ti un adalid. No obstante, dichas iglesias viven y se desarrollan –muchas de ellas-- en las tierras donde tú ejerciste tu misión evangelizadora. Grecia, Turquía y, en general, Oriente próximo, fueron los escenarios de tu misión. Y tus viajes se narran en los Hechos de los Apóstoles. Y en tus cartas a los fieles de Corinto, Éfeso, Galacia nos describen problemas y acciones humanas, muy parecidas a las que vivimos nosotros. Dicen, por otra parte los comentaristas y exégetas que tu “mejor” carta es la dirigida a los Romanos, ya en el mundo latino. Yo no sé si esa es la mejor, porque a mi, todas me inspiran y son una fuente de conocimiento –nuevo en cada momento—de la realidad profunda de Cristo. Nadie, creo que nadie, le ha definido así, como tu lo haces. Ni nadie, como tú ha sabido vivir intensamente con Él y dentro de Él.
Por otro lado, la reforma protestante de organizó desde el conocimiento de tu conocida doctrina sobre la determinación y sobre la fe sin obras. Cosa controvertida que para mi no lo es. Los teólogos protestantes han trabajado muy fuerte con tu doctrina. Tal vez, en una época los estudiosos católicos se dedicaron a otros caminos. Pero yo creo que ambos grupos, y gracias a la profunda realidad de tu doctrina, fueron convergiendo en el único camino posible: un solo rebaño, con solo Pastor, que es Jesús. Y de ahí toda esa significación profunda en ecumenismo que adquiere, en el tiempo contemporáneo, tu figura y tu obra. Te entreviste esa división en aquello “de ser de Apolo, de Pablo, de Pedro…”. Pero asumiste que es Cristo --y su Espíritu-- quien evangeliza y convierte, los demás, puros peones. Y así es.
Yo, venerado amigo Pablo, como converso a más de los cincuenta años, me maravilla –no sé si me da un poco de envidia—tu conversión a golpe de caída de caballo. Sin duda, Jesús Resucitado te hizo un gran favor: te donó una conversión inmediata y duradera…¡Ahí es nada! Aunque, desde luego, te cambió la vida del todo, te volvió del revés. Ciertamente, Jesús necesitaba de ti para una misión y por eso te eligió. A todos nos elige para algo, lo que hace falta que lo sepamos ver y poner en marcha.
Y por hoy ya no te escribo más. Es posible que a lo largo de este año dedicado a ti, lo haga alguna vez más. Lo que yo quiero ahora es tu intercesión fuerte para que yo, gracias a Dios, pueda conocer y vivir a Cristo como tú lo conociste y lo viviste. Y, asimismo, que Betania, esta modesta página de Internet, sea capaz de ejercitar su misión y ayudar a todos aquellos que lo necesitan. ¡Muchas gracias y que seas bendito por siempre!
Betania
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