Por Javier Leoz
1.- En el día del Señor, en este último domingo del mes de junio, celebramos la festividad de San Pedro y de San Pablo. Además, con motivo de los dos mil años del nacimiento del Apóstol de los Gentiles, esta conmemoración nos trae a la memoria lo que el Papa Benedicto XVI abogó en la basílica de San Pablo de Extramuros de Roma al proclamar el “Año Paulino”; la unidad de los cristianos y la necesidad de personas dispuestas a dar su vida por Cristo.
*Este Año Jubilar, que se inicia este 28 de junio y se prolonga hasta el 29 de junio del 2009, nos debe de ayudar a redescubrir la figura del Apóstol. La lectura de sus numerosas cartas dirigidas a las primeras comunidades cristianas nos hará revivir los primeros tiempos de nuestra iglesia; nos hará profundizar en sus impresionantes enseñanzas a los “gentiles”.
*Este año jubilar nos debe de llevar a meditar la vitalidad y la vigorosa espiritualidad de fe, esperanza y caridad que llevó a Pablo a dar un giró de 180 grados en su existencia.
*Este año jubilar puede ser una ocasión excepcional para peregrinar a su tumba o acercarnos a los numerosos lugares que visitó. Nos ayudará, si así lo hacemos, a recuperar y revitalizar nuestra fe y nuestro papel en la Iglesia de hoy con el sabor, la inteligencia, la creatividad, el ingenio y la luz que nos aportan sus enseñanzas.
*Este año jubilar, y por deseo del Papa Benedicto, nos tiene que sensibilizar también a rezar, trabajar y movernos por la unidad de todos los cristianos en una Iglesia única y unida. ¿Imposible? ¡Más imposible pareció la conversión de San Pablo y, camino de Damasco, Dios se empeñó y lo consiguió!
2.- Hoy, en el inicio de este año paulino, emergen dos figuras que son asientos indiscutibles de nuestra Iglesia: Pedro y Pablo. En los dos un común denominador: Jesús. En los dos un mismo horizonte: incentivar y animar la fe en Jesucristo. En los dos una fragilidad, su humanidad. En los dos, un toque divino: Dios se sirve, por iniciativa y voluntad propia, para llevar adelante su obra.
Sí, amigos: hoy es el día de la Iglesia, el día del Papa, el día en el que –más allá del altruismo o voluntarismo simple- reconocemos que hay una fuerza superior que nos anima y nos empuja, como a Pedro y a Pablo, a ser testigos del Evangelio. ¿Lo somos? ¿Sentimos nuestra indignidad ante el deseo del Señor de contar con nosotros? ¿Somos conscientes que, aun con nuestro barro, el Señor quiere llevar adelante su proyecto?
“Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” ¿Qué piedra, Señor? ¿Esa piedra soy yo? ¡Qué dices, Jesús! ¡Mira hacia otro lado!” ¿Por qué te fijas en mí? ¡No quiero complicaciones, Señor! Pueden ser, perfectamente, nuestros interrogantes o exclamaciones ante la voluntad firme del Señor de hacer, algo bueno y nuevo, con nosotros. ¿Qué pensaría Pedro cuando escuchó, de labios de Jesús algo parecido a “te quiero y te necesito así”?
3.- Es difícil imitar a Cristo. Es delicado llevar adelante su reino. Es espinoso, en estos tiempos, presentar –en toda su integridad- el mensaje del evangelio a una sociedad que, lo prefiere, de una manera sesgada y a su medida. Pero, como a Pedro, nos acompaña la fuerza de la oración de la comunidad. ¡Hay que rezar! ¡Tenemos que rezar! Por el Papa, los Obispos y los sacerdotes. Para que no se cansen de evangelizar en medio de zancadillas, turbulencias, traiciones, negaciones y contrariedades. Nuestro mejor homenaje, a estos gigantes de la fe –Pedro y Pablo- es precisamente empujar con nuestra oración los afanes misioneros de nuestra Iglesia. Una Iglesia, que como Pedro y Pablo, no deja de combatir para que venza el bien sobre el mal; de correr para alcanzar los ideales cristianos y, sobre todo, sin miedo a poner la cara en nombre de Cristo, aún a riesgo de recibir algún salivazo que otro.
Hoy, en este día de los dos pilares de la Iglesia, también nosotros nos debemos de sentir “resortes” de esa Iglesia. No importa que seamos pequeños o grandes; altos o bajos; fuertes o débiles. Lo importante es que estemos aportando algo de nuestro tiempo, esfuerzo, dinero y creatividad en esa tarea ilusionante del anuncio de la Buena Nueva.
4.- ¡QUIERO SER UN PILAR, SEÑOR!
Que sostenga un poco más tu Iglesia,
con la fuerza y el calor de tu Palabra
Que me haga sentir, de arriba abajo,
y de abajo arriba, tú presencia y tú poder,
tu presencia y tu voz,
tu energía y tu confianza en mí.
¡QUIERO SER UN PILAR, SEÑOR!
Como Pedro, que diga quién eres Tú:
¡El Mesías!
Como Pedro, que confiese sin temblor:
¡Eres el Hijo de Dios vivo!
Como Pablo, que de los mil caballos
en los que voy montado, Señor, caiga
para que descubra, una y otra vez,
que caminas a mi lado y no me abandonas, Señor.
¡QUIERO SER UN PILAR, SEÑOR!
Útil y siempre abierto y buscando tu voluntad
Firme y agarrado a tu Gracia
Recio y embellecido por la oración
Limpio y resplandeciente por la luz de la fe.
¡QUIERO SER UN PILAR, SEÑOR!
Como Pedro, con los poros de las limitaciones
Como Pablo, con la experiencia de dos mil años
¡QUIERO SER UN PILAR, SEÑOR!
Que sostenga, con mi pobreza,
la gran riqueza del Evangelio
En el que edifiques, en mi debilidad,
el imperio y la grandeza de tu Reino.
¡QUIERO SER UN PILAR, SEÑOR!
Como Pedro, sin miedo a ser destruido
ni derrumbado por el enemigo de la fe
Como Pablo, aventurero y abierto
para elevar, sobre mí mismo, lo que
muchos todavía no conocen: A JESUCRISTO
¡QUIERO SER UN PILAR, SEÑOR!
Y que Tú, cuando quieras y como quieras,
edifiques cuando quieras y como quieras.
Amén.
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