Sunday, December 17, 2006

Benedicto XVI: Jesús es la auténtica alegría de la Navidad


Queridos hermanos y hermanas: En este tercer domingo de Adviento, la liturgia nos invita a la alegría del espíritu, con la famosa antífona que retoma una exhortación del apóstol Pablo: «Alegraos en el Señor… El Señor está cerca» (Cf. Filipenses 4, 4.5). La primera lectura bíblica de la misa también es una invitación a la alegría. El profeta Sofonías, al final del siglo VII a. C., se dirige a la ciudad de Jerusalén y a su población con estas palabras: «Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén... El Señor tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador!» (3,14.17).

Dios mismo es representado con análogos sentimientos: «Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta» (Sofonías 3,17-18a). Esta promesa se realizó plenamente en el misterio de la Navidad, que celebraremos dentro de una semana, y que es necesario renovar en el «hoy» de nuestra vida y en la historia.

La alegría que despierta la liturgia en los corazones de los cristianos no sólo les está reservada a ellos: es un anuncio profético destinado a toda la humanidad, en particular, a los más pobres, en este caso, ¡a los pobres en alegría! Pensemos en nuestros hermanos y hermanas que, especialmente, en Oriente Medio, en algunas zonas de África y en otras partes del mundo viven el drama de la guerra: ¿qué alegría pueden vivir? ¿Cómo será su Navidad?

Pensemos en tantos enfermos y personas solas que, además de experimentar sufrimientos físicos, sufren en el espíritu, pues con frecuencia se sienten abandonados: ¿cómo compartir con ellos la alegría sin faltarles al respeto por su sufrimiento? Pero pensemos también en aquellos, en especial en los jóvenes, que han perdido el sentido de la auténtica alegría, y que la buscan en vano allí donde es imposible encontrarla: en la carrera exasperada por la autoafirmación y el éxito, en las falsas diversiones, en el consumismo, en los momentos de embriaguez, en los paraísos artificiales de la droga y de cualquier otra forma de alienación. No podemos dejar de confrontar la liturgia de hoy y su invitación --«¡Alegraos!»-- con estas dramáticas realidades.

Como en los tiempos del profeta Sofonías, la Palabra del Señor se dirige precisamente a quien se encuentra en la prueba, a los «heridos de la vida y huérfanos de alegría». La invitación a la alegría no es un mensaje alienante, ni un paliativo estéril, sino más bien una profecía de salvación, un llamamiento a un rescate que parte de la renovación interior. Para transformar el mundo, Dios escogió a una humilde muchacha de un pueblo de Galilea, María de Nazaret, y la llamó con este saludo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». En esas palabras se encuentra el secreto de la auténtica Navidad. Dios las repite a la Iglesia y a cada uno de nosotros: ¡Alegraos, el Seor está cerca! Con la ayuda de María, entreguémonos nosotros mismos, con humildad y valentía, para que el mundo acoja a Cristo, que es el manantial de la auténtica alegría.

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