Durante la Pascua meditamos sobre el cuerpo, mi cuerpo. Esta carne no es diferente a mí. Soy yo. Los rostros que vemos a nuestro alrededor son vivos, y muestran signos de amor, dolor, ternura, arrogancia o indulgencia.
Como dice el proverbio: el rostro que tienes a los cuarenta años es el que mereces. Así también nuestras manos se han formado con las habilidades que les hemos entregado, nuestras extremidades con el ejercicio que les hemos ofrecido, nuestros pulmones, corazón y estómago con el uso o abuso con que los hemos tratado.
Ahora es el tiempo de conversar con este amado pero mortal cuerpo: ¿Te escucho?¿Tengo libertad sobre ti?¿Te respeto como mi templo del Espíritu Santo? Envejecerás y morirás conmigo; pero ése no es el final. Eres sagrado, y la Pascua abre un proyecto de vida apasionante para ambos.
De Espacio Sagrado
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