Cuando era pequeño, mi padre me llevaba a pasear por los olivares, algunos centenarios, en medio del calor tórrido del verano.
Las cabras ramoneaban en los troncos retorcidos y las chicharras chirriaban invisibles entre las ramas. Casi nunca hablábamos.Pero hay algo que me dijo una vez, señalando los brotes. Cada brote da fruto una vez cada dos años, me dijo. Parece muerto y seco este año, pero el próximo producirá una aceituna. El Tiempo de los Olivos no es el mismo que el nuestro, ¿lo entiendes? Sí, le dije. Tal vez no mentía del todo.
Ismael
Fuente: Jesuitas de Castilla
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