Benedicto XVI confío a la Misericordia de la Virgen María y del Padre celestial a la diócesis de Savona al concluir la primera etapa de su noveno viaje apostólico en Italia.
El recuerdo de un hecho histórico que marcado la historia de la Iglesia en estas tierras fueron las apariciones marianas de 1536, testimoniadas por la veneración mariana vivida en el Santuario de Nuestro Señora de la Misericordia.
Ante la famosa estatua de la Virgen el Papa depuso, como sello y recuerdo de la visita, la Rosa de oro.
Pero sobre la cabeza de esta Virgen yace una corona que nos hace remontar hasta el año 1815, cuando Pío VII, desterrado por Napoleón, en esta ciudad de la Liguria, se arrodilló, como Benedicto, para rezar al final de su forzado destierro.
En la homilía de la Misa presidida en Plaza del Pueblo al Papa evocó estos antiguos hechos que son recordados con orgullo por los savoneses y que enseñan la importancia de conservar inalterada en las pruebas la confianza en Dios, conscientes de que no abandona nunca a su Iglesia.
Al final dirigió un mensaje re reconocimiento por el trabajo silencioso y decisivo de los sacerdotes, por el testimonio de los religiosos y las religiosas, por el coraje que los jóvenes a menudo saben demostrar al elegir, contracorriente, al Señor.
De esta manera difunden el amor y la esperanza, convirtiéndose en verdadera "levadura" por toda la humanidad.
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