Os ofrezco este cuento oriental que me parece precioso. Es un eco del canto del “Magníficat”, en el que se dice: Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.
Sí, queridos amigos, ¿por qué nos empeñamos en escalar puestos, en tratar de ser más importantes y poderosos que otros? La grandeza de una persona no está en los títulos que posea, ni en el poder que ostenta, ni en el dinero que tenga. La grandeza de una persona le viene por ser imagen de Dios y queda subrayada por la humildad y la sencillez con la que se desenvuelve.
Éste es el cuento que os traigo hoy:
Cierta vez, hace mucho tiempo, un anciano rey pensó que, habiendo visto ya en su vida todo lo que deseaba, solamente le faltaba ver a Dios. Llamó a sus sabios y consejeros y les ordenó que le hicieran ver a Dios. Aquellos le respondieron que era imposible cumplir tal orden. Él los amenazó con duros castigos.
En el campo, un pastor de ovejas se enteró del deseo del rey y de sus amenazas. Llegó hasta el palacio e hizo avisar al rey que él haría posible que viera a Dios. Una vez en la presencia del monarca, éste le preguntó si era capaz de mostrarle a Dios. El pastor le dijo que, si quería ver a Dios, tenía que salir al patio, con él, al mediodía. Así lo hicieron. El pastor le indicó entonces que, durante un minuto mirara fijamente el sol. El rey trató de mirarlo, pero no pudo, y protestó creyendo que el propósito del pastor era que quedara ciego.
Entonces el pastor replicó:-Señor, el sol es una de las obras de Dios, y no de las más grandes. Si su majestad no puede mirar directamente una de las obras de Dios, ¿cómo pretende ver al Creador del sol?
El rey reconoció que tenía razón y desistió de su propósito.-Sin embargo -agregó- tengo una pregunta que formularte.
¿Qué había antes de Dios?
-Para obtener la respuesta -dijo el pastor- debe contar en forma regresiva a partir del número 10.
El rey contó: diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno.
El pastor pidió que siguiera contando. El rey, fastidiado, dijo:
-¡No hay más números!
El pastor agregó:
-Tiene razón. De la misma manera, el Uno es Dios. Con El comienza todo, antes de él no hubo nada.
El rey quedó conforme con la respuesta, pero le hizo otra pregunta.
-¿En qué se ocupa Dios?
El pastor le contestó:
-Para saber eso, su majestad debe quitarse sus ropas reales y dármelas.
El rey se quitó sus ropas, las entregó al pastor, quien se vistió con ellas y pasó sus ropas de pastor al rey, pidiéndole que se vistiera con ellas. El rey preguntó:
-¿Qué más debo hacer?
El pastor le respondió:
-Ahora tiene que bajar del trono y sentarse en el piso.
El rey así lo hizo. Entonces el pastor se sentó en el trono y declaró:
-La ocupación de Dios consiste en ensalzar a los humildes y humillar a los soberbios (Jacobo Beredjiklian - Cuento oriental).
Podríamos concluir esta lectura rezando con paz y sosiego, sin prisas, y con un corazón atento, el Salmo 130: Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros…
Aprendamos de la Virgen María, nuestra madre, a vivir en la humildad, a esperarlo todo de Dios, a no considerarnos superiores a nadie, a tratar a todos como hermanos nuestros, a saber vestirnos con la ropa del otro, ponernos en el lugar del otro, para comprender y poder compartir con él su situación.
Con mi afecto y bendición,
+ Juan José Omella OmellaObispo de Calahorra y La Calzada-Logroño
de Ecclesia Digital
No comments:
Post a Comment