La foto es histórica: Fidel Castro de traje y corbata, el único líder comunista en el hemisferio, parado junto al papa polaco Juan Pablo II sobre una alfombra roja colocada en el aeropuerto José Martí.
Corría 1998, cientos de miles de personas esperaban al pontífice y otro tanto abarrotaba las parroquias en un inusitado auge de religiosidad que tenía a los sacerdotes exhaustos y asombrados. Pero diez años después los templos lucen semiacíos y las procesiones con pocos fieles.
Es inocultable que la Iglesia católica no logró consolidar la desbordante cantidad de feligreses, en tanto apuesta ahora por elevar la calidad de sus creyentes; mientras sus relaciones con el gobierno son más tranquilas que antaño pero no están exentas de altibajos.
Sencillo en sus maneras, de tono firme y sin esquivar respuestas, el obispo auxiliar de San Cristóbal de La Habana, monseñor Juan de Dios Hernández (Holguín, 1948), no pareció sorprendido por esta realidad.
"El elemento cuantitativo no es el criterio que define a la Iglesia, lo que la define es el seguimiento a Jesús", manifestó durante una entrevista exclusiva con AP.
Para Hernández, quien fue formado y ordenado sacerdote jesuita, es razonable el fenómeno siempre que uno ponga el acento en lo pastoral: "el Santo Padre vino a Cuba como va a todas las iglesias, a confirmarla en la fe; vino para toda Cuba, pero de un modo especial para aquellos que han tenido la experiencia de fe".
El polaco Juan Pablo II fue factor clave en la lucha contra el comunismo en su país. Para nadie pasaron inadvertidos entonces su consejo _menos espiritual que político_ de que "Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba" dicho en las barbas de su anfitrión Castro.
"El Santo Padre crea grandes expectativas porque es una figura internacional, pero eso no puede opacar la figura central de ser el (apóstol) 'Pedro' de hoy, a quien Jesús le da un mandato", explicó Hernández.
Entonces se vio lo inimaginable: a Castro en primera fila junto a su gabinete participando respetuosamente de una misa de miles de personas en la Plaza de la Revolución. El Papa con el trasfondo de un enorme cartel de Cristo y flanqueado por la legendaria imagen del comandante guerrillero Ernesto "Che" Guevara.
Desde entonces la Iglesia católica ganó indudables espacios de reconocimiento como el decreto de feriado para las Navidades, los permisos para procesiones, el acceso esporádico para emitir mensajes por los medios de comunicación y la posibilidad de atender espiritualmente a estudiantes latinoamericanos.
Sin embargo muchas de las demandas de la institución no fueron atendidas como el permiso para brindar educación religiosa, la oportunidad de participar en programas asistenciales a través de Caritas, las ceremonias en las cárceles _actualmente hay capellanes que trabajan con reclusos que lo solicitan_ o la entrada permanente a la prensa.
Además, desde siempre la Iglesia mostró su desagrado por la legalización del aborto, una práctica considerada en Cuba derecho de las mujeres aunque a veces haya algunos abusos en su utilización.
"Hay que mirar la situación en un marco procesal", indicó monseñor Hernández, para quien la relación con el gobierno isleño "a veces va lento", otras "se acelera", hay elementos conflictuales y de coincidencia.
"Pienso que vamos caminando", reflexionó el prelado.
Algunos critican además a la Iglesia por haberse negado como institución a respaldar a los grupos disidentes, poco conocidos en lo interno.
El argumento de la alta jerarquía llegó contundente y fue su rechazo a tomar partido en una comunidad donde revolucionarios _como el ilustre intelectual Cintio Vitier_ y opositores _como el activista Oswaldo Payá_ suelen ser feligreses por igual.
Las tensiones entre los religiosos y las autoridades comenzaron después del triunfo de la revolución en 1959, cuando en la isla se profundizó el modelo comunista y la Iglesia se identificó con las clases ricas desplazadas del poder.
Al punto que bajo tutela eclesial se llevó a la práctica la "Operación Peter Pan", un plan de la inteligencia estadounidense por el cual cientos de niños fueron sacados de Cuba _mediante sacerdotes católicos_ pues se corrió el falso rumor de que el nuevo gobierno cancelaría la patria potestad y los enviaría a la Unión Soviética. Muchos de los menores jamás volvieron a ver a sus padres.
Pero fue hacia finales de los 80 y los 90 cuando una apertura del gobierno permitió los primeros sólidos acercamientos.
Hernández lo explicó así: "desde el Encuentro Nacional Eclesial cubano (1986) dejó de ser una Iglesia atrincherada, en esa relación Iglesia-Estado pasamos por años difíciles... (pero) nos dimos cuenta de que la Iglesia no puede vivir defendiéndose sin anunciar el Evangelio".
Paralelamente, en todas estas décadas, nunca se rompieron las relaciones diplomáticas con el Vaticano.
Pese a las distancias, las autoridades cubanas mantienen actualmente un discurso que a veces se emparenta con el de los sacerdotes, sobre todo en torno a la necesidad de fortalecer los valores morales de las personas para enfrentar un mundo lleno de consumismo y las desequilibrantes tentaciones de los tiempos de la globalización.
Pero la Iglesia tuvo que estar atenta a otro frente: el crecimiento de los evangélicos y el tradicional culto afrocaribeño de la santería, sumamente popular en la isla.
"No se puede enfrentar una realidad luchando contra ella; se acoge a esas personas con esa fe, llamémosla así, rudimentaria", comentó Hernández. "Y tratamos ir promoviendo que encuentren la verdadera fe que hace crecer a la persona".
En todo caso la estrategia de Plan Pastoral cubano es fortalecer la formación y la conciencia de los católicos, el "discipulazgo", por el cual el creyente viva "con coherencia aquello que predica", señaló el prelado. Una visión realista que pone énfasis más a la calidad que a la cantidad de fieles.
Fuente: El Periodista Digital
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