Sunday, May 25, 2008

Comer

Gil de Siloé: Última Cena. Cartuja de Miraflores. Burgos


Cuerpo y Sangre de Cristo (A), Juan 6, 51-59

EXPERIENCIA DECISIVA

ANTONIO PAGOLA
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).



ECLESALIA, 21/05/08.- Como es natural, la celebración de la misa ha ido cambiando a lo
largo de los siglos. Según la época, teólogos y liturgistas han ido destacando algunos aspectos
y descuidando otros. La misa ha servido de marco para celebrar coronaciones de reyes y
papas, rendir homenajes o conmemorar victorias de guerra. Los músicos la han convertido en
concierto. Los pueblos la han integrado en sus devociones y costumbres religiosas…
Después de veinte siglos, puede ser necesario recordar algunos de los rasgos esenciales de la
última Cena del Señor, tal como era recordada y vivida por las primeras generaciones
cristianas.

En el fondo de esa cena hay algo que jamás será olvidado: sus seguidores no quedarán
huérfanos. La muerte de Jesús no podrá romper su comunión con él. Nadie ha de sentir el
vacío de su ausencia. Sus discípulos no se quedan solos, a merced de los avatares de la
historia. En el centro de toda comunidad cristiana que celebra la eucaristía está Cristo vivo y
operante. Aquí está el secreto de su fuerza.


De él se alimenta la fe de sus seguidores. No basta asistir a esa cena. Los discípulos son
invitados a «comer». Para alimentar nuestra adhesión a Jesucristo, necesitamos reunirnos a
escuchar sus palabras e introducirlas en nuestro corazón, y acercarnos a comulgar con él
identificándonos con su estilo de vivir. Ninguna otra experiencia nos puede ofrecer alimento
más sólido.

No hemos de olvidar que «comulgar» con Jesús es comulgar con alguien que ha vivido y ha
muerto «entregado» totalmente por los demás. Así insiste Jesús. Su cuerpo es un «cuerpo
entregado» y su sangre es una «sangre derramada» por la salvación de todos. Es una
contradicción acercarnos a «comulgar» con Jesús, resistiéndonos egoístamente a
preocuparnos de algo que no sea nuestro propio interés.



Nada hay más central y decisivo para los seguidores de Jesús que la celebración de esta cena
del Señor. Por eso hemos de cuidarla tanto. Bien celebrada, la eucaristía nos moldea, nos va
uniendo a Jesús, nos alimenta de su vida, nos familiariza con el evangelio, nos invita a vivir
en actitud de servicio fraterno, y nos sostiene en la esperanza del reencuentro final con él.

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