Muchas veces se actúa, incluso desde ámbitos católicos, tergiversando la realidad espiritual católica. Da la impresión, tal forma de actuar, de querer dar gato por liebre y que el creyente se desentienda de lo que, en verdad, es verdad: la Verdad. Lo malo es cuando el sujeto pasivo y que, por lo tanto, recibe esa tergiversación, lo hace con gusto y, además, desatendiendo lo que es, evidentemente, la verdad que debería de imperar.
Un tema un tanto curioso y que tiene que ver, por una parte, con las ansias de imitación y, por otra, con el desconocimiento general de la cosa, es al que ahora me refiero: Halloween.
Ahora que faltan unos cuantos días para la celebración del día de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos (1 y 2 de noviembre respectivamente) y que estamos a menos de dos meses de las celebraciones de Navidad, me gustaría decir algo sobre este fenómeno que tanto se ha difundido entre nosotros y que no es otra cosa que esa fiesta en la que la calabaza juega un papel importante y a la relación con la muerte se le otorga un papel casi, diría yo, divertido, lo cual resulta un tanto extraño en un mundo en el que se trata de apartar temas tan duros, en principio, de la vista de los niños. Y todo esto por la tergiversación que se ha producido en el sentido de esta celebración porque, sobre todo, se pretende sustituir, de acuerdo a ese cambio de sustancia celebrativa, el que es día de recuerdo de todos aquellos que mostraron una especial virtud y son, por eso, ejemplo para sus semejantes y de aquellos que, además, nos precedieron. Y me refiero, por supuesto, a la fiesta de todos los Santos y a la que sigue, la de los Fieles Difuntos citadas supra.
Muchos creerán que esto, este tema, está un poco pasado, y no me refiero a la fecha sino a la concepción del mismo, a su verdadero significado. Sin embargo, el que esto suscribe entiende que no se trata de una cuestión de día en el que celebra este recuerdo sino de la consideración del mismo hecho relativo a lo que se trata. Es decir, que el paganismo y esoterismo que recubre y conduce esta fecha de 1 de noviembre en el mundo anglosajón, y ya en el nuestro, es lo que hay que destacar, luego aclarar conceptos y luego, por último, rechazar sin que quepa la menor duda de que el verdadero sentido que se quiere hurtar a este primer día (y al segundo) del undécimo mes del año es el que es y que luego recordaré.
En principio, pues, el rechazo a tal tergiversación debería ser asumido por toda persona que se diga católica.
Ante este fenómeno traído de tierras anglosajonas y que supone una manipulación, con ánimo claramente tergiversador, de nuestra genuina fiesta de Todos los Santos y los Fieles Difuntos, sólo cabe manifestar mi (me gustaría que fuese “nuestra”) oposición a tal cosa, en tanto en cuanto se celebra con profusión en nuestras escuelas e inculcando, a los niños, la sensación de que lo que es verdad no lo es y lo que ven es lo que es verdad.
El caso es que lo que hay, hoy día, y que se percibe en cuanto llegan estos días marcados por la fe cristiana para recuerdo, por un lado, de los que son ejemplo a seguir y, por otro, para traer, otra vez y siempre, a nuestro presente el recuerdo de aquellos que ya gozan de la eternidad; lo que hay, digo, es una imposición de esta “fiesta” tan alejada del verdadero sentido que se ha de dar, porque lo tiene, a estos primeros días del mes de noviembre.
Una vez establecido el rechazo que yo mismo tengo por esta cosa y que no oculto ni quiero hacerlo, sería conveniente clarificar, para aquellos que piensen que se trata de una discusión absurda y carente de sentido, el qué de cada cual para que, así, quien estuviera desavisado se avise y quien estuviera avisado y gustase de ese aviso pues que sepa que los demás, los que no estamos, legítimamente, con esas Halloweeneces, tenemos conciencia del asunto del que tratamos.
Para los cristianos y para los que no siéndolo, tienen un respeto por sus antepasados (pues esto es un principio de derecho natural totalmente insoslayable) el que un día al año se celebre su recuerdo, se acuda o no al cementerio a hacerlo patente (pues hoy día muchas personas tienen las cenizas de sus difuntos en su propia casa) tiene más importancia de la que muchos quieren darle como si se tratase de algo anecdótico que ocupa espacio en el telediario como algo simpático o gracioso. Por eso, ese recuerdo hay que diferenciarlo, claramente, de ese día por el que pretenden sustituirlo, que no es más que una fiesta claramente pervertidora del sentido aquel que celebramos y que respetamos. La presencia de la muerte, de la que se hace escarnio y risa no es, creo yo, para hacerla menos gravosa sino, precisamente, para hacerle una mueca. Sin embargo, para los creyentes, o no, esa muerte, que no es el final (como dice la célebre canción militar) es, al contrario, un dejar de existir para alcanzar la vida eterna, muy al contrario del concepto que esa fiesta extraña tiene de la misma cosa.
Por último, porque no quisiera ser, en exceso, pesado para no aburrir a nadie, sí que quisiera decir que se puede hacer algo positivo.
En tanto en cuanto parece que se va a acabar imponiendo esta “fiesta” entre nosotros (si es que no se ha impuesto ya) y, sobre todo, entre las jóvenes generaciones que son las tienen, en sus manos, el futuro, sería conveniente, necesario, obligado, el dar a conocer el verdadero sentido de lo que el día de Todos los Santos tiene y, así, dejar claro que, aunque ellos se vean “obligados”, por los medios y el propio centro en el que estudian, a llevar a cabo juegos, disfraces, etc, relacionados con Halloween, en el fondo, y en la superficie de su vida diaria, lo que, en verdad deben de tener en cuenta es que los Santos y los Difuntos que nos precedieron han de gustar, por fuerza, de que su recuerdo no esté manchado por deformaciones del mismo.
De otra forma nos dejaremos vencer por el mundo, por el siglo, por esa tibieza que hace de nosotros meros peleles en manos de los vencedores de la nada y el vacío y habremos caído en ese esoterismo y ese paganismo tan antiguo como el hombre y que, ahora, quieren que sea presente para dar al traste, seguro que es así, con la Verdad.
Ahora que faltan unos cuantos días para la celebración del día de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos (1 y 2 de noviembre respectivamente) y que estamos a menos de dos meses de las celebraciones de Navidad, me gustaría decir algo sobre este fenómeno que tanto se ha difundido entre nosotros y que no es otra cosa que esa fiesta en la que la calabaza juega un papel importante y a la relación con la muerte se le otorga un papel casi, diría yo, divertido, lo cual resulta un tanto extraño en un mundo en el que se trata de apartar temas tan duros, en principio, de la vista de los niños. Y todo esto por la tergiversación que se ha producido en el sentido de esta celebración porque, sobre todo, se pretende sustituir, de acuerdo a ese cambio de sustancia celebrativa, el que es día de recuerdo de todos aquellos que mostraron una especial virtud y son, por eso, ejemplo para sus semejantes y de aquellos que, además, nos precedieron. Y me refiero, por supuesto, a la fiesta de todos los Santos y a la que sigue, la de los Fieles Difuntos citadas supra.
Muchos creerán que esto, este tema, está un poco pasado, y no me refiero a la fecha sino a la concepción del mismo, a su verdadero significado. Sin embargo, el que esto suscribe entiende que no se trata de una cuestión de día en el que celebra este recuerdo sino de la consideración del mismo hecho relativo a lo que se trata. Es decir, que el paganismo y esoterismo que recubre y conduce esta fecha de 1 de noviembre en el mundo anglosajón, y ya en el nuestro, es lo que hay que destacar, luego aclarar conceptos y luego, por último, rechazar sin que quepa la menor duda de que el verdadero sentido que se quiere hurtar a este primer día (y al segundo) del undécimo mes del año es el que es y que luego recordaré.
En principio, pues, el rechazo a tal tergiversación debería ser asumido por toda persona que se diga católica.
Ante este fenómeno traído de tierras anglosajonas y que supone una manipulación, con ánimo claramente tergiversador, de nuestra genuina fiesta de Todos los Santos y los Fieles Difuntos, sólo cabe manifestar mi (me gustaría que fuese “nuestra”) oposición a tal cosa, en tanto en cuanto se celebra con profusión en nuestras escuelas e inculcando, a los niños, la sensación de que lo que es verdad no lo es y lo que ven es lo que es verdad.
El caso es que lo que hay, hoy día, y que se percibe en cuanto llegan estos días marcados por la fe cristiana para recuerdo, por un lado, de los que son ejemplo a seguir y, por otro, para traer, otra vez y siempre, a nuestro presente el recuerdo de aquellos que ya gozan de la eternidad; lo que hay, digo, es una imposición de esta “fiesta” tan alejada del verdadero sentido que se ha de dar, porque lo tiene, a estos primeros días del mes de noviembre.
Una vez establecido el rechazo que yo mismo tengo por esta cosa y que no oculto ni quiero hacerlo, sería conveniente clarificar, para aquellos que piensen que se trata de una discusión absurda y carente de sentido, el qué de cada cual para que, así, quien estuviera desavisado se avise y quien estuviera avisado y gustase de ese aviso pues que sepa que los demás, los que no estamos, legítimamente, con esas Halloweeneces, tenemos conciencia del asunto del que tratamos.
Para los cristianos y para los que no siéndolo, tienen un respeto por sus antepasados (pues esto es un principio de derecho natural totalmente insoslayable) el que un día al año se celebre su recuerdo, se acuda o no al cementerio a hacerlo patente (pues hoy día muchas personas tienen las cenizas de sus difuntos en su propia casa) tiene más importancia de la que muchos quieren darle como si se tratase de algo anecdótico que ocupa espacio en el telediario como algo simpático o gracioso. Por eso, ese recuerdo hay que diferenciarlo, claramente, de ese día por el que pretenden sustituirlo, que no es más que una fiesta claramente pervertidora del sentido aquel que celebramos y que respetamos. La presencia de la muerte, de la que se hace escarnio y risa no es, creo yo, para hacerla menos gravosa sino, precisamente, para hacerle una mueca. Sin embargo, para los creyentes, o no, esa muerte, que no es el final (como dice la célebre canción militar) es, al contrario, un dejar de existir para alcanzar la vida eterna, muy al contrario del concepto que esa fiesta extraña tiene de la misma cosa.
Por último, porque no quisiera ser, en exceso, pesado para no aburrir a nadie, sí que quisiera decir que se puede hacer algo positivo.
En tanto en cuanto parece que se va a acabar imponiendo esta “fiesta” entre nosotros (si es que no se ha impuesto ya) y, sobre todo, entre las jóvenes generaciones que son las tienen, en sus manos, el futuro, sería conveniente, necesario, obligado, el dar a conocer el verdadero sentido de lo que el día de Todos los Santos tiene y, así, dejar claro que, aunque ellos se vean “obligados”, por los medios y el propio centro en el que estudian, a llevar a cabo juegos, disfraces, etc, relacionados con Halloween, en el fondo, y en la superficie de su vida diaria, lo que, en verdad deben de tener en cuenta es que los Santos y los Difuntos que nos precedieron han de gustar, por fuerza, de que su recuerdo no esté manchado por deformaciones del mismo.
De otra forma nos dejaremos vencer por el mundo, por el siglo, por esa tibieza que hace de nosotros meros peleles en manos de los vencedores de la nada y el vacío y habremos caído en ese esoterismo y ese paganismo tan antiguo como el hombre y que, ahora, quieren que sea presente para dar al traste, seguro que es así, con la Verdad.
Eleuterio Fernández Guzmán
Ecclesia
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