Estaban esperando los caminos
para sentir en su terrosa espalda
la caricia del asno que traía
el peso de un capullo a punto de brotar.
para sentir en su terrosa espalda
la caricia del asno que traía
el peso de un capullo a punto de brotar.
Estaban esperando los arroyos,
los castillos de corcho, las montañas de musgo,
las nubes de algodón, las lavanderas
de barro y los molinos,
para hacerse suspiro y maravilla
de Nacimiento, cada Navidad.
Estaban esperando las campanas
para echarse a volar y arrancar a los vientos
las inefables lenguas de su música.
Estaban esperando las estrellas
para poner en todos los murales celestes
la flecha indicadora
que soñaban los Magos.
Estaban esperando los papiros
-polvo de paraísos, diluvios, babilonias,
desiertos, faraones, rayes, jueves...-
y todas las doncellas del pueblo de Israel
y los preciosos versos de Virgilio
y las reales águilas de todas las banderas
del Imperio Romano.
Estaban esperando las legiones angélicas
para poner rumbo a Belén sus alas
y llevar a los astros
la más extraña nueva de los hombres.
Estaban esperando los pastores
en su lenta velada de balidos
y sonoros cencerros y lana humedecida
por la lluvia de todos los inviernos terrestres.
Estaban esperando los profetas
y la voz del Bautista tonante en los desiertos.
Y José, el asombrado y asombroso José,
almirante mayor de los caminos
a las riendas del "no-temas" angélicos
y la fe levantada como un faro antiniebla
contra todas las dudas naturales.
Y María, la de los sueños grandes,
la de las noches blancas,
la de los maternales rubores inviolados,
alzada sobre el arco de los tiempos
en el signo de Isaías a Acab que dará a luz un hijo>.
Estaban esperando todos.
Todos y todos estaban esperando.
(Como tú y yo -nosotros-
estamos esperando
ahora
en esta vigilia permanente,
que este largo y tembloroso adviento que es la vida".
los castillos de corcho, las montañas de musgo,
las nubes de algodón, las lavanderas
de barro y los molinos,
para hacerse suspiro y maravilla
de Nacimiento, cada Navidad.
Estaban esperando las campanas
para echarse a volar y arrancar a los vientos
las inefables lenguas de su música.
Estaban esperando las estrellas
para poner en todos los murales celestes
la flecha indicadora
que soñaban los Magos.
Estaban esperando los papiros
-polvo de paraísos, diluvios, babilonias,
desiertos, faraones, rayes, jueves...-
y todas las doncellas del pueblo de Israel
y los preciosos versos de Virgilio
y las reales águilas de todas las banderas
del Imperio Romano.
Estaban esperando las legiones angélicas
para poner rumbo a Belén sus alas
y llevar a los astros
la más extraña nueva de los hombres.
Estaban esperando los pastores
en su lenta velada de balidos
y sonoros cencerros y lana humedecida
por la lluvia de todos los inviernos terrestres.
Estaban esperando los profetas
y la voz del Bautista tonante en los desiertos.
Y José, el asombrado y asombroso José,
almirante mayor de los caminos
a las riendas del "no-temas" angélicos
y la fe levantada como un faro antiniebla
contra todas las dudas naturales.
Y María, la de los sueños grandes,
la de las noches blancas,
la de los maternales rubores inviolados,
alzada sobre el arco de los tiempos
en el signo de Isaías a Acab
Estaban esperando todos.
Todos y todos estaban esperando.
(Como tú y yo -nosotros-
estamos esperando
ahora
en esta vigilia permanente,
que este largo y tembloroso adviento que es la vida".
(Francisco Vaquerizo Moreno)
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