El rabino que más influyó en la historia del mundo —después de Jesús de Nazaret— murió decapitado en Roma bajo el emperador Nerón y fue enterrado en las afueras de la ciudad junto a la Vía Ostiense.
Pablo de Tarso, viajero incansable y autor de la mitad de los textos del Nuevo Testamento, vino como prisionero a Roma en dos ocasiones. La primera estancia, de un par de años, terminó con su puesta en libertad. La segunda, en cambio, con la ejecución. Sobre su tumba se han alzado sucesivas basílicas que han sepultado cada vez más el sarcófago original. Excavando un pequeño túnel, el arqueólogo Giorgio Filippi ha conseguido encontrarlo, y el Vaticano confirmará el hallazgo hoy.
Por un túnel de un metro
«Lo que hemos descubierto —según Filippi— es un sarcófago o un contenedor de reliquias, que se corresponde con el del Apóstol Pablo el año 390 en la basílica de Teodosio, construida sobre la edificada por Constantino el año 320». Desde aquella fecha, las sucesivas destrucciones y reconstrucciones de la grandiosa Basílica de San Pablo Extramuros —de 131 metros de longitud, mayor que la de San Pedro durante un milenio— han ocultado el sarcófago original hasta que, a raiz del Gran Jubileo del 2000, Juan Pablo II autorizó emprender sondeos arqueológicos.
Excavando un túnel de un metro de altura y medio metro de anchura, Giorgio Filippi logró llegar hasta el sarcófago romano situado al nivel de la basílica de Teodosio y descubrir una pequeña perforación de unos diez centímetros de profundidad, tapada con argamasa, que coincide con otro agujero circular en una gruesa lápida de mármol con la inscripción «PAULO APOSTOLOMART» («A Pablo, apóstol y mártir»). Faltan las tres últimas letras de la palabra «MARTYRI» debido a la rotura de la losa, trasladada a su actual posición en el siglo IV.
Es una epigrafía sencilla, similar a las catacumbas, e indigna de quedar en la basílica de Constantino si no hubiera tenido valor como parte del primitivo «trofeo» mencionado por el presbítero Gayo, junto con el del Apóstol Pedro, en un escrito de finales del siglo II o principios del III: «Yo puedo mostrarte los trofeos de los apóstoles. Si te acercas al Vaticano o a la Vía de Ostia, encontrarás los trofeos de quienes fundaron esta Iglesia».
En la placa de mármol —que está formada por cuatro piezas irregulares y mide 2,12 metros por 1,27—, hay una perforación redonda y otras dos cuadradas. El agujero redondo servía para hacer llegar un pequeño incensario, una vez al año, en el día de la fiesta, hasta el sarcófago del Apóstol. Las dos aberturas cuadradas permitían pasar sobre el sarcófago piezas de tela («brandea») y otros objetos que se convertían en «reliquias por contacto», conservadas con gran veneración. La «envoltura» de protección impedía ver el sarcófago pero permitía tocarlo con objetos que no representasen peligro para las reliquias. Por idéntico motivo de respeto, Giorgio Filippi no ha intentado abrir el sarcófago pues su misión era tan sólo localizarlo, y para extraerlo habría que desmontar el altar.
Pablo de Tarso fue decapitado en torno al año 67 en un lugar llamado «ad Aquas Salvias», fuera de las puertas de Roma, donde se alza desde el siglo IV la abadía de «Tre Fontane», de las tres fuentes. Una mujer llamada Lucina enterró el cuerpo en su propia finca, el «predium Lucinae», contigua a la vía que llevaba a Ostia Tiberina, la ciudad portuaria en la desembocadura del Tíber.
Sobre el lugar de la sepultura se alzaría más adelante el «trofeo de Gayo», un monumento relativamente modesto, hasta que el emperador Constantino empezó a construir, el año 320, una basílica similar a la que se alzaría en la colina del Vaticano sobre la tumba de Pedro.
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