Hay un trecho entre la Alexia González Barros real y la de la película de Javier Fesser
-Quieres mucho a Jesús, ¿verdad, mi vida?
-Sí.
-Te vas al cielo, hija. El te está esperando porque te quiere mucho. Y la Virgen también, que te quiere aún más que yo.
-Sí.
-¿Eres feliz, hija?
-Sí -respondió la niña y expiró. Una gran lágrima rueda por la mejilla derecha de Alexia González-Barros, mientras su madre, Moncha, se deja mecer por un llanto dulce y represado durante años. Eran las 11.05 de la mañana del día 5 de diciembre de 1985. Alexia tenía tan sólo 14 años. Y, sin embargo, murió aceptando la voluntad de Dios. En la habitación 225 de la Clínica Universitaria de Navarra. Terminaba así su calvario de 11 largos meses de lucha contra un tumor maligno que ya la había dejado paralítica. Hoy su caso se reabre. Porque su proceso de beatificación está ya en Roma y, en cualquier momento, la Iglesia puede decidir elevarla a los altares. Y, sobre todo, porque es la protagonista involuntaria de Camino, la última película que acaba de estrenar Javier Fesser.
¿Quién era Alexia?, ¿la película refleja su historia real?, ¿cuál es su auténtico rostro?
Alexia nació el 7 de marzo de 1971 en el seno de una familia acomodada y de profundas raíces religiosas. Francisco y Moncha (Ramona) vivían en un piso del número 110 de la calle Galileo de Madrid. Ella pertenecía al Opus Dei (él entrará más tarde) y, como prescriben los cánones de la Obra, aspiraba a tener una familia numerosa. De hecho, cuando nace Alexia, se encuentra con cuatro hermanos. Y otros dos que habían muerto a los pocos meses de haber nacido. «Nuestras espinas siempre tuvieron rosas», solía decir Moncha.
Francisco y Moncha eran primos hermanos y miembros de una de las familias de mayor alcurnia de la comarca pontevedresa de Deza. Con pazo y dedicados a las obras públicas desde siempre.Primero en Galicia y después en Madrid. Conciliador y dialogante y con capacidad directiva, él dirige la empresa familiar de construcción y ella se dedica por entero a los hijos y a la casa. Como debía ser en una familia tradicional católica de entonces. Fueron llegando los hijos. La primera, María José, hoy numeraria del Opus Dei.La última, el regalo de Alexia, cuando en la familia ya hablaban de adoptar a un niño vietnamita.
Alexia sentía adoración por su padre, se identificaba totalmente con su madre y admiraba a su hermana mayor. Una infancia feliz, arropada por padres y hermanos. Y aprovechada. Para esponjar la mente de una niña despierta, la casa de los González-Barros era especial. Porque había de todo. De Francisco, el artista de la familia, aprendió a pintar. De José Damián, música. Y la lectura fue siempre un vicio familiar. Los domingos, toda la familia, después de misa, iba a la Cuesta Moyano de Madrid, donde hay permanentemente instalada una feria de libros de ocasión.Alexia compraba allí sus tebeos y libros preferidos: el loto azul de Tintín o Platero y yo. Además, como había posibles, la familia viajaba.
Desde muy pequeña, Alexia recorrió España y Europa. Dos viajes dejaron huella en ella. El año anterior a su muerte, visitó Tierra Santa. Antes, a los ocho años, había estado en Roma. Hizo la primera comunión en la capilla donde descansan los restos de San Josemaría Escrivá y, además, tuvo el privilegio de acercarse al Papa, en una audiencia general. Juan Pablo II, que la acarició y le hizo una cruz en la frente. ¿Un signo premonitorio?
La familia y la escuela eran sus universos vitales. Alexia ingresó a los cuatro años en el colegio Jesús Maestro de la Compañía de Santa Teresa de Jesús. Un centro de pago, muy cercano a su casa de Madrid y entonces sólo de niñas. «Era una niña muy normal, de notables, buena compañera, responsable y vital. Eso sí, tenía carácter y era impulsiva», recuerda la hermana Isabel Olmedo, que fue su tutora.
EL ABORTO
Y muy piadosa. Alexia mamó con total naturalidad la fe cristiana.Su madre, todas las noches antes de dormirse, le hacía la cruz en la frente y le decía: «Hija, que el Señor te bendiga y te haga santa». En esa clave hay que leer la carta que envió al diario Ya, publicada el 28 de marzo de 1983, para protestar contra el aborto. «Tengo 12 años y soy la séptima de mis hermanos...Si mi madre hubiera sido una de esas que quieren matar a sus niños antes de nacer, yo no habría nacido. Me gustaría decirles que no los maten, por favor».
Una piedad que llamó la atención de sor María Victoria Molins, una de las monjas que le dio clases y que, después, escribiría su primera biografía. «A los cinco años, iba a la capilla y se quedaba mirando al sagrario. Una vez, me acerqué y le pregunté: "¿Qué le dices a Jesús?" Y ella me contestó: "Jesús, que haga siempre lo que Tú quieres"». Sentía la presencia de su ángel de la guarda y le puso un nombre: Hugo. «Pero no era nada ñoña», añade sor Victoria. Ni iba para monja. De hecho, a los 12 años, le confesó que le gustaba un chico, al que veía pasar en los veranos desde la casa de sus primos en Palamós (Gerona) y con el que nunca llegó a hablar.
No tuvo tiempo de enamorarse. El 4 de febrero de 1985 se le declaró un tumor maligno que, en pocos días, la dejó paralítica: sarcoma de Ewing. Durante 10 meses, Alexia sufrió cuatro operaciones y los padecimientos propios y terribles del cáncer. Vivió su calvario con entereza y sin un mal gesto. «Jesús, yo quiero ponerme buena, quiero curarme, pero si Tú no quieres, yo quiero lo que Tú quieras», solía decir.
Los últimos días de su vida pasa, incluso, por una cierta noche oscura del alma. Siente -y así se lo dice a los suyos- que Hugo, su ángel custodio, se va y que la rodean los demonios. Su madre los ahuyenta con agua bendita y Alexia respira aliviada: «Ya se han ido todos los negros. Y ya ha vuelto Hugo». Y con Hugo se fue al cielo. Miles de personas le rezan. Roma no tardará en elevar oficialmente a los altares a Alexia, la niña santa de la Obra.
PELICULA Y APLAUSO CON DISGUSTO
La gran batalla de la familia de Alexia no está siendo sólo el proceso para llevar a la niña a los altares de Roma. Desde que se estrenó la película Camino (recibida por la crítica con pareceres diversos; la revista Metrópoli la calificaba este viernes dándole una sola de las cinco estrellas posibles), los González-Barros y el Opus Dei andan reclamando al director de la cinta rectificaciones por situaciones de la vida de Alexia narradas en Camino. A su modo de ver, se deforman «las actitudes sentimientos que mueven a quienes forman parte de esta realidad de Iglesia».
La familia de Alexia, incluso, denunció en un comunicado firmado por uno de los hermanos (Alfredo) que la película llegaba, «con invenciones que deforman», a presentar la realidad con un «carácter caricaturesco e insultante para la familia». Incluso pedía al director que rectificara públicamente «tu aserto de que los padres y hermanos de Alexia se despidieron de su hija y hermana con un aplauso».
Otras quejas de la familia sobre el filme -cuyo cartel aparece abajo junto a una foto de Alexia ya paralítica- son que desfigura al padre de la niña (lo presenta como pusilánime cuando «tenía sólidas convicciones») y a la madre (aparece como «fanática y manipuladora», pero, dicen, era «culta, cariñosa y decidida a que sus hijos aprendiesen por sí mismos»). Le pone Jesús al novio inexistente de Alexia, para «crear confusión». Y se dice que Alexia tenía «horror a los ángeles», cuando «desde pequeña tuvo mucha devoción por Hugo, su ángel custodio».
Periodista Digital
2 comments:
Ya se ve que, después del fracaso en taquilla (la 7ª película de la semana pasada, y eso que no había muchas más), a Fesser le interesa crear polémica antes del fin de semana.
Cometí el error de ir a ver Camino, lo cual sólo me hizo pasar un mal rato con una película larga, lenta y sangrienta. Estoy de acuerdo con los críticos: el tema se aborda lentamente y la película resulta como una patada en el estómago. Tuve que irme al cabo de dos horas de película… y todavía le quedaba lo peor, según me han contado.
La película ya está en la red para descargar. Os recomiendo que os la bajéis y gastéis ese dinero en unas buenas copas, en lugar de pasar un mal rato en el cine.
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