Sunday, October 05, 2008

Homilís de Betania: ¿CORRESPONDEMOS AL AMOR QUE DIOS NOS TIENE?

Por José María Martín OSA


1.- Historia de amor de Dios con la humanidad. La lectura tomada del profeta Isaías y el evangelio de este día ponen ante nuestros ojos una de las grandes imágenes de la sagrada Escritura: la imagen de la vid. La lectura del profeta Isaías dice que Dios plantó una viña. Es una imagen de su historia de amor con la humanidad, de su amor a Israel, que E eligió. Por consiguiente, el primer pensamiento de las lecturas de hoy es este: al hombre, creado a su imagen, Dios le infundió la capacidad de amar y, por tanto, la capacidad de amarlo también a él, su Creador. Con el cántico de amor del profeta Isaías, Dios quiere hablar al corazón de su pueblo y también a cada uno de nosotros. La lectura de Isaías habla ante todo de la bondad de la creación de Dios y de la grandeza de la elección con la que El nos busca y nos ama. Pero también habla de la historia desarrollada sucesivamente, del fracaso del hombre. Dios plantó cepas muy selectas y, sin embargo, dieron agrazones. Y nos preguntamos: ¿En qué consisten estos agrazones? La uva buena que Dios esperaba -dice el profeta-, sería el derecho y la justicia. En cambio, los agrazones son la violencia, el derramamiento de sangre y la opresión, que hacen sufrir a la gente bajo el yugo de la injusticia.



2.- La descripción del evangelio contiene una gran riqueza simbólica. La imagen de la viña del evangelio de hoy está tomada de Isaías. El significado de las figuras simbólicas que aparecen en esta alegoría es el siguiente: el propietario de la viña representa a Dios; la viña a Israel; la plantación y trabajos del dueño en favor de ella muestran la solicitud y el amor de Dios por el pueblo elegido; los labradores encargados de que la viña produzca, son figura de los dirigentes; el fruto, como lo indica el paralelo de Is 5,7, es el amor al prójimo, es decir, el derecho y la justicia; los criados enviados por Dios representan a los profetas; su repetido envío señala la constante llamada de Dios a la conversión; el Hijo y heredero es Jesús el Mesías; «El tiempo de la vendimia» es el momento de los frutos. Dios pide cuentas a los dirigentes; envía dos grupos de criados, que pueden corresponder a los profetas de antes y después de la deportación a Babilonia. Los malos tratamientos que sufren por parte de los labradores marcan una progresión ascendente: apalear, matar, apedrear, mostrando el empeoramiento progresivo de las relaciones del pueblo con Dios. Tanto en el judaísmo como en el cristianismo primitivo se habla de la lapidación de los profetas La expectación del dueño se ve defraudada. Los labradores reconocen inmediatamente al hijo; no hay vacilación, pero deciden matarlo. Su crimen no es consecuencia de un error trágico; tienen plena conciencia de la gravedad de su acción. Quieren ser ellos los únicos dueños y señores de la viña, del pueblo de Dios.


La parábola se refiere directamente a los dirigentes de Israel, pero indirectamente toca también al pueblo, en cuanto éste se deja arrastrar y participa de la infidelidad de sus dirigentes. «Echar fuera de la viña» indica la exclusión de la sociedad judía que los dirigentes decretan contra Jesús. Se juzga al hijo indigno de vivir y aun de morir dentro de su heredad.


3.- La parábola tiene su aplicación actual. Muchos nos resistimos a reconocer nuestro mal camino, no nos gusta reconocer nuestros fallos y rechazamos en la práctica el mensaje del Evangelio. Otras veces queremos adaptar el Evangelio a nuestra vida, en lugar de adaptar nuestra vida a lo que nos pide la Palabra de Dios. Somos unos maestros en hacer componendas. A nosotros, los hijos de la Iglesia, nos echa Jesús la misma responsabilidad que tenían los judíos en tiempo de Jesús. La parábola nos lo dice claro. Por una parte, la Iglesia tiene la misión que tenía Israel de hacer llegar a todo el mundo el Reino de Dios. La Iglesia debe ser misionera. Por otra, la Iglesia debe ser fiel a Jesucristo, abundando en frutos de santidad, como lo espera Dios. Los hijos de la Iglesia debemos ser santos. La Iglesia debe anunciar a todo el mundo que Jesucristo, el que fue crucificado, es ahora el Resucitado y el Salvador del mundo. Debe llevar a todos el anuncio de la salvación que trae Jesucristo, desmintiendo a todos los que vienen con otros mesianismos distintos del de Jesucristo. Jesucristo es la última palabra de Dios, y no se ha dado ni se dará a los hombres otro Nombre con el que puedan ser salvos.

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