Wednesday, September 27, 2017

Lo que el deporte ha unido por Álvaro Zapata sj



En algunas ocasiones lo que más nos moviliza del deporte tiene que ver con las rivalidades que se van alimentando fruto de la competitividad. El Clásico es seguido por millones de personas alrededor del mundo. Las luchas entre Rossi y Pedrosa o Schumacher y Alonso nos hicieron a no pocos pasar los fines de semana pendientes de deportes que hasta entonces no tenían un seguimiento tan masivo.
Puede que sea el toque épico que acaban teniendo esos enfrentamientos, el ver a nuestros héroes cara a cara, uno frente al otro, buscando coronarse por encima del otro. Buscando la victoria, en definitiva. Y si es sobre el rival histórico, mejor. Porque así añadimos una página más a la gloriosa historia de nuestro equipo, de nuestro ídolo, o de nuestro país. Sin embargo, esta semana dos grandes tenistas de nuestra época nos han enseñado que ese no es el único camino por el que se puede escribir una página más en la historia del deporte. Y la diferencia ha sido que por primera vez no hay perdedor. Porque no lo han hecho uno frente al otro, si no ambos juntos, del mismo lado de la pista.
Nadal y Federer nos han enseñado mucho de deporte, de superación, de esfuerzo, de coraje, de humildad. Pero quizás su lección más grande la han dado estos días, mostrándonos que, por encima de la competición, la victoria, los títulos, el deporte es camino de unión. Que podemos elegir con qué nos quedamos, con la soledad de movernos en la dinámica de vencedores y vencidos, o con la amistad que surge del disfrutar del deporte a fondo, respetando y admirando al rival, buscando no machacarlo sino aprender de él. Sabiendo, cómo nos han enseñado esta semana Nadal y Federer que no hay título que se pueda cambiar por una verdadera amistad surgida de compartir una pasión común.
Álvaro Zapata sj
pastoralsj

Antes se pilla a un cojo que a un mentiroso por Álvaro Lobo sj



Acaba de ocurrir con una supuesta niña sepultada en el terremoto de Méjico. Elmundotoday.com es capaz de colar falsas noticias a diario en periódicos supuestamente serios y las redes sociales mueven miles de noticias o imágenes continuamente sin mucho fundamento -o ninguno-. Parece que con el desarrollo de los medios de comunicación Pinocho tendría bastantes followers y somos capaces de asumir como propio cualquier bulo con tal de que nos dé la razón, nos mueva el corazón o nos saque una sonrisa sin importar las consecuencias que la falsedad pueda tener en nuestro mundo. Al fin y al cabo se dice que todas las mentiras tienen algo de verdad y si se dice por algo será.
Mis padres, profesores y abuelos repetían el refrán castellano de antes se pilla al mentiroso que al cojo. Parece que esta frase tan mítica como sabia se ha pasado de moda. El caso es que ahora es muy complicado pillar al Pinocho de turno porque es complejo saber quién fue el causante de la mentira. O peor aún, si te pillan da un poco igual, porque la memoria social es frágil y se dicen tantas cosas que es complicado que alguien investigue si lo que dices es verdad o no. Y en cualquier caso si te han pillado: ¡Da igual! Una rectificación: ¿Para qué?
El problema de las mentiras no es que te pillen. El problema es que seamos nosotros mismos los que nos creamos nuestras propias mentiras y al final acabemos actuando desde ahí y construyamos nuestra casa sobre el aire. Gran parte de la madurez viene por saberse comportar en cada momento y poder adaptarse a las nuevas circunstancias. Sin una mirada lúcida y correcta sobre la realidad es imposible que sepamos ubicarnos en el mundo. No es fácil distinguir el hecho de la mentira, la ficción de la realidad, ni la opinión del argumento sólido, pero ojalá sepamos valorar y transmitir el gusto por la verdad y por la honradez en un mundo donde la imagen no siempre se ajusta a la realidad.
Álvaro Lobo sj
pastoralsj

Abrir un camino ante la montaña por Fernando Vidal



Hay historias que tienen el poder de inspirarnos ante desafíos que parecen imposibles. Es el caso de la historia de Sasi, un hombre discapacitado que abrió él solo un camino para que todo un pueblo pudiera atravesar una montaña. Donde todos veían un muro, él imaginó un camino.
  1. La historia
Melethuveettil Sasi comenzó trabajando a los 15 años como recolector de cocos en lo alto de las palmeras y así logró al cabo de los años adquirir una pequeña cabaña con huerta en Vilappilsala (región de Kerala, Suroeste de india), un recóndito pueblo separado de las rutas ordinarias por un monte. Para ir a trabajar tenía que salvar dicho monte cada día.
Sasi continuó su trabajo informal de recolector de cocos hasta que en 2000 sufrió un fatal accidente laboral. No sabe bien cómo pero sus pies le fallaron, resbaló y cayó desde lo alto de un cocotero. Brazos y piernas se rompieron y la mitad de su cuerpo quedó paralizada. Durante muchos meses permaneció encamado sin poder moverse.
Sin empleo y sin subsidios públicos pese a ser una accidente laboral, sus dos hijos tuvieron que abandonar la escuela y buscar empleo para sostener a la familia. Sin ayuda, Sasi se empeñó en rehabilitarse y volver a caminar, lo cual le llevó varios años. La familia tuvo que hacer grandes esfuerzos para poder adquirir los medicamentos que necesitaba.
En cuanto pudo dar algunos pasos, Sasi buscó un nuevo modo de ganarse la vida. Le ofrecieron vender lotería en una ciudad próxima y pensó que sería capaz de recorrer esa distancia si tuviese una motocicleta adaptada de tres ruedas. Buscó la ayuda del gobierno local pero los función arios se rieron de él ya que incluso teniendo esa motocicleta, no podría conducirla a través del monte. Sasi solicitó que se abriera una nueva senda en el monte pero tras sucesivas peticiones, decidió tomar la iniciativa.
A comienzos de 2013 adquirió un pico y una pala y decidió ponerse a cavar ese nuevo camino por sus propias manos. “Nunca pensé sobre cuándo lograría finalizar el trabajo pero estaba determinado a abrirme un camino. Cada día comenzaba mi trabajo a las cinco de la mañana, paraba a las 8:30 cuando el calor comenzaba a apretar y retomaba la obra a las 3:30 o 4 de la tarde para trabajar hasta el ocaso”. En total dedicaba aproximadamente seis horas diarias. La discapacidad física de Sasi hacía muy difícil poder realizar el trabajo de picar y cavar. “Al comienzo me herí muchas veces. No podía mantener bien el equilibrio cuando picaba y me caía con frecuencia. Pero con el tiempo aprendí a manejarme tal como estaba mi cuerpo”.
Los vecinos no daban crédito al empeño de Sasi y aunque al comienzo le desanimaron, conforme fue persistiendo, empezaron a darle apoyo. Tres años después de duras jornadas de trabajo, Sasi había casi logrado su empresa cuando a pocos metros del final se encontró ante un tendido eléctrico que su camino no podía atravesar. Sus solicitudes al gobierno para que lo instalara de otro modo, fueron ignoradas. Pero el ejemplo de Sasi arrastró el entusiasmo de sus vecinos. Decidieron movilizarse e iniciaron una campaña popular para obligar a cambiar el poste eléctrico que impedía terminar el camino.
La movilización alcanzó las redes sociales y se extendió dando a conocer la heroica obra de Sasi. No solamente obligó al gobierno a modificar el tendido eléctrico sino que por suscripción popular se reunió suficiente dinero para proporcionarle a Sasi su soñada motocicleta. En 2016 Sasi pudo finalmente terminar su trabajo y el pueblo inauguró el camino de 200 metros que logró cavar en tres años a pesar de su hemiplejia. Sasi abrió un camino para todos y pudo desplazarse con su motocicleta para volver a trabajar. A comienzos de 2017, su historia trascendió y fue publicada como una historia inspiradora en medios nacionales e internacionales.
2. Una reflexión sobre Sasi
Los más pobres nos dan cada día una lección de vida sobre la resiliencia. Sasi quedó sin empleo, discapacitado, sin ayudas y encima entre él y el único trabajo se interponía una montaña. Si queremos inspiración no busquemos héroes, simplemente miremos cómo los pobres sobreviven cada día.
Si los altos profesionales estresados necesitan coaching, que dejen de pagar a granes gurús. Simplemente les hace falta tener el oído afinado para escuchar las miles de historias que diariamente llevan a que las familias más pobres logren llevar comida a su hogar una y otra vez, a través de las más infranqueables dificultades.
Cada uno tenemos nuestras montañas diarias. Algunas son sueños que nos gustaría alcanzar pero que para cumplirlos se alza entre ellos y nosotros una enorme masa de ocupaciones, miedos o esfuerzos. A veces son montañas que hay que atravesar cada día: depresión, un entorno hostil, problemas familiares, un empleo indeseado o el sin sentido. Cada día tenemos que cruzar esa montaña y regresar por la misma senda.
Quizás no hay que tratar de mover esas montañas –arrancarlas de raíz- sino comenzar abriendo una senda, un pequeño camino transitable. ¿Por dónde se hace caminable este problemón? ¿Por qué sendero estrecho puedo convivir con él y atravesarlo cada día? Puede que haya aspectos de tu carácter que no te gusten. Has luchado contra ellos durante años. Es posible que nunca logres liberarte de ellos: pero abre un sendero para poder cruzarlos cada día en paz.
Es posible que convivas con alguien al que cada día se te hace más cuesta arriba soportar. Por mucha buena voluntad que le pones, está atragantado. Negarlo es voluntarismo. Ignorarlo no te deja tranquilo. Sentirte culpable solo te empequeñece más. El dilema no es todo o nada: retiro la montaña o me quedo paralizado. Abre un sendero por el que cada día puedas pasar.
Como Sasi, también nosotros muchas veces nos sentimos incapacitados para afrontar esas montañas: estamos quemados, hemos sufrido, nos vemos sin fuerzas. Supongo que Sasi sentía lo mismo. Incluso vergüenza al salir cada día de su casa ante la mirada de sus vecinos. Pero incluso el día que solo era capaz de quitar unos centímetros de tierra, avanzaba. Quizás solo somos capaces de quitar una pequeña piedra para abrir el camino, pero avanzamos.
Y ante nosotros también se levantan montañas sociales, grandes problemas de la sociedad o grandes proyectos en los que nos gustaría abrir un camino para cruzar al otro lado. Es fácil sentir la tentación de Moisés: soy demasiado nadie, no sé hablar, estoy solo, no es posible conseguirlo… Sasi estaba solo, no le escuchaban, nadie de ayudaba, parecía imposible; Sasi era demasiado nadie… Pero tuvo el coraje de arrastrarse cada día a la montaña y comenzar a romper las rocas.
Creo que lo más importante de la historia de Sasi es que imaginó un camino. Donde todos veían un muro él imaginó un camino. Esa visión le llevó no a inventar un camino sino a liberar el camino que ya estaba potencialmente dentro de la montaña. A veces no se trata de luchar contra la montaña sino de liberar el camino que tiene escondido dentro de sí.
Sasi nos hace pensar mucho. Por ejemplo, su entrega de tiempo. Viendo lo que Sasi hacía un solo día, era absurdo. Solamente la esperanza era capaz de dar sentido a su duro afán diario. A los proyectos entregamos inteligencia, entusiasmo, saber, confianza, dinero… pero lo más valioso que entregamos es tiempo, que es pura vida 100%. Sasi entregó tiempo, mucho tiempo, todo su tiempo. El tiempo es nuestra forma de relacionarnos con la eternidad. Él no solo quería pasar con su motocicleta: quería darle un camino a todo su pueblo.
Sorprende también la libertad de Sasi. Las burlas y críticas de sus vecinos no le pararon. Algunos pensarían que era idiota, que la caída del cocotero le había afectado al cerebro. Otros creerían que enfrentarse a tal proyecto imposible era un acto de soberbia y que incluso era un reproche a todos los que no hacían nada. Habría quien dijera más le valía resignarse a su situación, aceptar en qué se había convertido. Quizás alguno le viera, sintiera compasión, ganas de ayudarle pero no se atrevía a que le criticaran con a él.
El pueblo de Sasi no se encontraba por las calles, se habían dejado vencer antes siquiera de comenzar a luchar y cavar. Había un único lugar en donde el pueblo podría volver a encontrarse otra vez: en medio del camino que Sasi iba a abrir. Su ejemplo acabó arrastrando la fe y esperanza de la gente, pero sobre todo fue la compasión por Sasi y el reconocimiento a su esfuerzo lo que les hizo unirse a él para quitar aquel último obstáculo.
Pidamos la sabiduría de Sasi; pidamos el don de saber abrir caminos en las montañas. No se trata de mover la montaña ni arrasarla sino de simplemente imaginar un sendero estrecho por el que pasarla una y otra vez.
Referencias:
 (Foto: Sreekesh Raveendran Nair, The News Minute)
Fernando Vidal
entre Paréntesis

Friday, September 15, 2017

Exquisiteces y excesos por Saunier Ortíz


Hablaba yo con un adolescente próximo días antes de que concluyeran las vacaciones escolares sobre algunas tareas de verano que le habían mandado. Sensatamente, había decidido dejarlas para hacerlas de un tirón antes del comienzo del nuevo curso.
Me llamó la atención una, consistente en la lectura de un libro (perfecto), el análisis de su relación con el período histórico y cultural en el que se redactó (sin más pautas: bien sin más), la grabación de un vídeo explicativo de sus argumentos de una duración de entre tres y cinco minutos (laborioso, requeriría un guión y varias grabaciones a buen seguro: regular) y su remisión mediante el depósito en un canal privado de YouTube o en un repositorio en la nube al que debería accederse enlazando un código BIDI que debía enviar al docente encargado (bien). La que antaño hubiera sido una tarea consistente en una lectura pausada y la redacción de unos folios cuidados y bien articulados para entregar al comenzar las clases se ha convertido, por obra y gracia de la tecnología y las nuevas metodologías, en una tarea más amplia, variada y costosa. Una exquisitez, sin duda, pero abocada al exceso si no se cuida qué, cuándo y cómo se pide.
El adolescente, muy responsable y con más deberes a presentar, me lo contaba con una mirada algo triste y voz cansada: no es la primera vez. Me sentí incómodo. Y he estado unos días dándole vueltas a la breve conversación, comparando la situación del joven con la mía laboral como docente. Dejando aparte que a mí no me hubiera gustado que me chafen las vacaciones con cuestiones de trabajo, porque este alumno disfruta de un período de descanso sobradamente amplio y se ha organizado para que estas tareas le sirvan como calentamiento para el curso, coincido con él en su sensación de hastío. Entiendo como él que lo que se aprende debe mostrarse de formas competencialmente distintas. Comprendo que la tecnología ofrece posibilidades más amplias de expresión que las tradicionales, y él mucho más que yo. Pero ninguno entendemos la multiplicación de entregables similares salvo que pueda demostrarse que vertebran necesariamente los objetivos específicos de aprendizaje de las tareas encomendadas. No es este el caso.
Las exquisiteces se convierten en excesos por desmesura, reiteración o inutilidad.
  • Desmesuradas son las tareas para cuya realización se requiere demasiado tiempo, en especial si no se rebajan las cargas de otras, u otros docentes requieren contemporáneamente actividades similares. La falta de coordinación y la consideración de que todo tiene que ser trabajado con la misma calidad son sus causas habituales.
  • La reiteración se produce cuando no se toma en consideración de forma adecuada la interdisciplinariedad, o se evita pensar que saberes distintos requieren formas de trabajo diferentes y sistemas de evaluación alternativos. No hay que hacer todo de la misma forma aunque sea moderna y eficaz. El escriba sabio toma de lo antiguo y lo nuevo con medida y tino, adaptando qué hacer al fin pretendido y haciendo que prevalezca para un mismo objetivo el recurso más sencillo.
  • Inútiles son aquellos recursos que no añaden valor a lo realizado. En educación, lo superfluo es enemigo del aprendizaje. Lo esencial, llámense principios, competencias básicas, procedimientos elementales o recursos habituales, debe ser el objeto fundamental de nuestro quehacer.
Soy un convencido de la utilidad de la tecnología en la educación. Y, por experiencia, sé que los excesos son propios de los inicios. Por mucho que la era digital haya llegado para quedarse (bien que así sea), por rápidos que sean los cambios y exponencialmente mayores las posibilidades, el ritmo de adaptación personal, profesional y docente es más lento, y nos lleva a errores. Debemos ser conscientes. Y poner remedio a los excesos, dejándonos de exquisiteces cuando sea lo lógico.
Mas, ¿quién le recuerda a los docentes que trabajan en entornos activos que pueden estarse excediendo? ¿Qué recursos comunicativos tienen nuestras escuelas para evaluar el impacto de su acción real sobre sus alumnos? ¿Qué voz formada tienen las familias y los alumnos para decir una palabra? Esta es una pregunta sobre la que debemos reflexionar. ¿Lo intentaremos? El uso digital fuera de la escuela suele hacerlo. Nosotros, ¿por qué no?
Saunier Ortíz
entreParéntesis

Wednesday, September 13, 2017

¿Es posible cambiar el mundo? por Mimi Leder


Esta pregunta nos la hacemos continuamente. En un mundo donde cada vez parece que hay más odio y dolor, todavía hay miles de personas que dan su vida por mejorarlo diariamente. ¿Vivimos pensando que es posible?, ¿tenemos presente que quizás el mundo necesita de nosotros? En los lugares sin esperanza, quizás tengamos que llenarlos y renovarlos con la esperanza de que, si todos remamos en la misma dirección, cada día haremos de este mundo un lugar un poco mejor.
Tal vez esta escena parezca ingenua, bienintencionada, imposible. Seguro que los escépticos de todo cuño, los cínicos, los sobrados, dirán que el mundo no hay quien lo cambie. Y, sin embargo, la pregunta sigue ahí, impertinente, urgente, necesaria: ¿Qué espera el mundo de ti? ¿Y cómo puedes cambiarlo?
Mimi Leder, Cadena de Favores (2000)
pastoralsj

Para este curso: un voluntariado por Iñigo Alcaraz sj



Dicen que el tiempo es oro porque no vuelve. De hecho, se nos escapa continuamente. Lo que sí se puede es donar el que nos llega. Eso es el voluntariado, ofrecerse para atender un resquicio humano, una situación frágil que precisa ayuda. Ser voluntario es conspirar para el bien. Es gratuito y genera lazos de amistad. Sirve a personas concretas que necesitan cosas, tiempo y afecto.
Lo grande de la experiencia de ser voluntario es que es incómoda. Para uno mismo porque exige fidelidad, te esperan aunque tengas exámenes, trabajo o llueva. Para los demás, porque crear lazos lleva un tiempo y exige acomodarse al nuevo que llega. Para la sociedad porque es una brecha de humanidad fuera del mercadeo económico, ese que exige y recompensa. Quizás esta última faceta sea sugerente. Los voluntarios son un inmenso ejército silencioso empujando la sociedad y el mundo hacia el bien ajenos a los intereses y las relaciones de poder. No busca más que dar gratis lo que gratis se ha recibido: criar, educar, alimentar, pasear, enseñar, escuchar, jugar, cuidar al débil…
La alegría de ser voluntario es una revolución social. Es una rebeldía política ante el descuido del bien común y del interés general por parte de todos. Es hacer protagonista a quien de verdad lo merece: el descartado, el olvidado en la cuneta de la Historia. Poner nombre a esos que llaman excluidos. El voluntariado es la puerta de entrada para descubrir fraternidad donde dicen cárcel, manicomio, indigente, sin papeles…
Decía el apóstol Santiago: “te mostraré mi fe a través de las obras.” ¿Qué cristiano no busca tiempo de voluntariado? ¿Qué persona no se conmueve y se compromete para aliviar el sufrimiento de sus conciudadanos? ¿Quién es tu prójimo que está ahí afuera y te necesita? Ojalá nos atrevamos a exprimir nuestro horario para hacer hueco a la amistad, a las aventuras de quién es distinto y vive diferente y, en definitiva, a confabularse para lograr un orden distinto de cosas donde las personas sean lo primero. Y sin foto en red social, por favor. Ese día será el tiempo del Reino de Dios en tu vida y en la de muchos.
Iñigo Alcaraz sj
pastoralsj

Vientos del Pueblo (en homenaje a Miguel Hernández) por José Luis Pinilla



Hace setenta y cinco años, moría el poeta Miguel Hernández , autor del Vientos del Pueblo, víctima de la (in)justicia y se unía así su muerte a las de Federico García Lorca y Antonio Machado… Poetas muertos de la sinrazón que también produce monstruos… pero que también –a la contra-  siguen despertando iniciativas, sugerencias, proyectos, bellos todos ellos, que rompen la experiencia local y la multiplican en el poliédrico espejo de lo global. Uno de ellos es el que, en este año, está buscando acercar a la sociedad española la realidad que viven las personas refugiadas procedentes de Siria en Grecia, reflejando, como en un espejo poliédrico , donde también nos vemos desde España, su dura vida y realidad a partir de la obra de Miguel Hernández.
Se trata del proyecto “Vientos del pueblo sirio” que, buscando apoyos para la movilización social, la solidaridad y la concienciación hacia los refugiados, se acerca a las personas refugiadas a través de actividades teatrales basadas en los poemas y textos de Miguel Hernández, a los que se añaden fotografías en una exposición itinerante y con documentales propios.
Las cuatro responsables de esta iniciativa (teatro y cine, fotografia y versos, concienciación permanente )  allá y acá son Mario Hernández, director de cine y teatro; Paloma Jiménez, trabajadora social; Rubén García, fotógrafo; y Soubhi Hamaui, refugiado sirio, hoy médico en Elche. Partieron a Lesbos el 25 de julio, para trabajar con la organización no gubernamental española ProemAid, una de las pocas que continúa en la isla, y la Fundacion Miguel Hernandez . Han representado obras de teatro .Y han permanecido en Lesbos hasta el 15 de agosto. Paloma Jiménez dice “cuando leímos Para la libertad fue muy impactante. En la cara de todos se reflejaba el mismo sentimiento que en los versos”
Porque los refugiados de allá son carne “sin norte que va en oleada hacia la noche siniestra, baldía. ¿Quién es el rayo de sol que la invada? Busco. No encuentro ni rastro del día”, que escribía Miguel Hernandez en ETERNA SOMBRA.
O carne invadida de pena . Como tan gráficamente reflejaba Gonzalo Fanjul en Abril: 
“Los refugiados y migrantes de Grecia se mueren de pena. Se matan de pena. Si, han leído bien, se matan. Se están suicidando. El otro día uno directamente se quemó a lo bonzo en el campo de Quíos en Grecia. También los hay que se matan duramente con una droga que se llama Shisha, también conocida como la matapobres. Es muy barata y te mata en seis meses. Aquí es una muerte que comparten refugiados y griegos desesperados en situaciones de precariedad que no podemos ni imaginarnos. Globalización del dolor y la desesperación, frente a eso sí que somos todos iguales”
Muertos de pena o niños a punto de morir porque unos 60.000 inmigrantes y refugiados siguen atrapados en Grecia, entre ellos 20.000 niños y unos 2.400 menores no acompañados, viviendo en una situación “dura y desesperada” que podría empeorar a partir de agosto, ya que muchas de las ONG que les prestan ayuda dejarán de recibir fondos de la UE, alerta Save the Children.
Y que sería imperdonable aunque tan solo fuera uno, un niño tan solo,  «muerto niño, muerto mío,/ Nadie nos siente en la tierra/ donde haces caliente el frío» que diría el poeta de Orihuela.
Lo sabemos. La vida de Miguel Hernández, sobre todo la que invade el poemario Viento del pueblo, está cargada de angustia y dolor; lo que le lleva al compromiso y en  definitiva, a la esperanza que tenían sus textos como bandera de sus poemas, incluso en sus últimos momentos, y que ha sobrevivido a su propia muerte.
Paralelismos forzados en dos “biografías-sintesis” que recogió el  periodista Alejandro Torrús: Por un lado un Miguel Hernández completamente destrozado y harapiento que cruzó huyendo  la frontera que separa España con Portugal. Quiso vender el reloj de oro que le había regalado el futuro Premio Nobel de Literatura Vicente Aleixandre y con ese dinero , desde allí coger un barco para América. En definitiva, huir de la barbarie. Delatado y entregado, moriría tres años después en una cárcel enfermo de tuberculosis.
Y por otro, Bahar, refugiada de Siria, que  huía del ISIS y de la Guerra de Siria y que vio como su marido fue brutalmente asesinado por participar en las protestas de la primavera árabe en Siria. Decidió viajar a Dinamarca escondida en una caja parecida a un ataúd y sobreviviendo a base de dátiles. Lo consiguió.
Para que miles de ciudadanos sirios – o de cualquier otro punto de la tierra – continúen llamando la atención y suscitando ayuda para que su final pueda ser diferente al del poeta, proyectos como este u otros que tú mismo amable lector o tu grupo generen, son imprescindibles. La hospitalidad es tarea de pequeños y grandes . Y muchas son las instituciones de Iglesia que lo hacen ( Red Migrantes con Derechos, Campaña por la Hospitalidad del SJM ,  etc ) junto con otras instituciones y asociaciones civiles Ya que el gobierno no facilita su llegada, opciones como la que os narro nos la acercan para seguir reclamando. No solo los imprescindibles  pasillos humanitarios tan bien planteados por la ejemplar Comunidad de San Egidio. Sino también trabajando con este y otros pasos por la reforma integral sobre las líneas de actuación política de cara a acoger, proteger, promover e integrar a los emigrantes y refugiados ( los verbos son del papa Francisco)  en una labor que vaya más allá de  tapar grietas al sistema.
Entre todos haciendo verdad lo que Miguel Hernandez gritaba en la dedicatoria de Viento del Pueblo (1936-1937):« Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas. Hoy, este hoy de pasión, de vida, de muerte, nos empuja de un imponente modo a ti, a mí, a varios, hacia el pueblo. El pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo.»
Un pueblo inmenso, pueblo de “refugiados”, calificativo que añadimos nosotros con atrevimiento aun a riego de romper el encanto del mismo verso. Vientos del un pueblo que a todos nos llaman a “esparcir  el corazón y a aventar la garganta”.
Quizás sea solo la poesía lo que nos queda ante el silencio de la administración pública. Los recursos para obtener la acogida y/o la reubicación  a través de las peticiones legales, no han dado resultado alguno.
Quizás en este aniversario de Miguel Hernández, lo único que ya “nos queda sea la palabra” que diría Blas de Otero. O los versos de Celaya hablando de la “poesía como arma de futuro” .
Quizás el año que viene nos olvidemos que el 28 de marzo de 1942 Miguel Hernández fallecía en el Reformatorio de Adultos de Alicante. Lo hacía muy herido  y con los ojos abiertos. Nunca se negaba a mirar. Nadie consiguió cerrárselos. “No lo sé. Fue sin música./Tus grandes ojos azules/abiertos se quedaron bajo el vacío ignorante,/cielo de losa oscura,/masa total que lenta desciende y te aboveda,/cuerpo tú solo,/inmenso,/único hoy en la Tierra,/que contigo apretado por los soles escapa”, escribió Vicente Aleixandresobre su amigo Miguel.
Quizás esos ojos estén contemplando la tragedia de nuestro tiempo. La global tragedia del refugiado a la que cualquiera y desde cualquier acción, sitio, letra, o verso hemos de responder .
«Que mi voz suba a los montes / y baje a la tierra y truene, / eso pide mi garganta / desde ahora y desde siempre./ Acércate a mi clamor, / pueblo de mi misma leche, / árbol que con tus raíces / encarcelado me tienes, / que aquí estoy yo para amarte / y estoy para defenderte / con la sangre y con la boca / como dos fusiles fieles. / Si yo salí de la tierra, / si yo he nacido de un vientre / desdichado y con pobreza, / no fue sino para hacerme / ruiseñor de las desdichas, / eco de la mala muerte, / y cantar y repetir / a quien escucharme debe / cuanto a penas, cuanto a pobres, / cuanto a tierra se refiere ».
Quizás por eso escribo. Por eso canto. Por eso escogí hoy su eco.
José Luis Pinilla
entreParéntesis

La altura de la infancia por Fernando Vidal


Como suelen hacer muchas familias, seguramente tus padres o abuelos fueron marcando tus diferentes alturas desde niño en algún sitio. En cuanto el niño se puede poner en pie, se pone una raya para recordar a dónde “llegábamos” a esa edad. Cada año –quizás por el cumpleaños- se marcaba una para comprobar cuánto se había crecido. Algunos las grababan en el marco de una puerta mellando la madera. Otros dibujaban con lápiz en una columna de la casa.
Cuando vas creciendo, es emocionante ver la evolución. Aquí llegabas cuando tenías 2 años, aquí a los 9, aquí a los 14… Recuerdas cómo hacían que te pegaras firme contra la pared. ¡Quizás tú te ponías de puntillas queriendo ser más alto! Pero su mano se ponía sobre tu cabeza, te aplastaban el pelo y se dejaba un testigo de tu altura para el futuro.
Es bonito verlo ahora al paso de los años, cuando vuelves a la casa familiar. ¡Qué enanos éramos de niños! Ahora que mis hijos comienzan la universidad, mis sobrinos pequeños me parecen más diminutos que lo que recuerdo a mis hijos. Esas mediciones nos recuerdan que todo crece y cambiamos. La vida siempre tira hacia arriba y adelante. Nuestros mayores nos dejan esas señales para que nunca olvidemos la infancia y nos asombremos ante la crecida de tanta vida.
Una madre que conozco quiso darle una vuelta a esa entrañable costumbre. O a lo mejor fue simplemente por la torpeza de mi amiga, que siempre ha sido muy distraída. Tiene un jardín no muy grande pero lleno de vida en su casa del pueblo donde veranea, que era la casa de sus abuelos. Al nacer su primera hija plantó un árbol en él. El árbol y su hija llevarían vidas paralelas. Cuando la niña logró sostenerse en pie, llegaba a la mitad del joven árbol. Mi amiga buscó un pincel, pintura roja y llevó a su hija al árbol. La puso todo lo recta que pudo junto al tronco y marcó su altura. Pintó un anillo rojo en el delgado tronco, allí donde llegaba le coronilla de la niña y añadió con esmero: 1 año. No había cumplido los tres años la primera niña cuando nació la segunda. Tomó el pincel, pintura blanca y comenzó a marcar las alturas de la segunda también.
Cada verano mi amiga repetía su rito: iba al árbol con las niñas y pintaba dos anillos a la altura adonde llegaran. Las niñas se disponían entusiasmadas, disputaban por lograr ser la primera en medirse y la pequeña competía por llegar a superar a su hermana mayor. Así pasaron los años.
Tras muchas invitaciones, conocí por fin el pueblo de mi amiga cuando sus hijas ya estaban trabajando y era abuela de un nieto. Me acogió en la casa de veraneo  y me encantó pasar un día con toda su familia. Después de comer me senté con mi amiga a tomar un largo café en el jardín. Fue entonces cuando vi aquel árbol. El tronco estaba rodeado por numerosos anillos blancos y rojos. -¿Y eso?-, le pregunté. Ella sonrió. –Son las alturas de las niñas casi año a año. Lo planté cuando nació la mayor-. En lo más abajo había una primera raya naranja, que indicaba la altura de su primer nieto.
Me levanté y fui al árbol, un gran magnolio que nos refrescaba con su sombra. –Pero…-, sonreí, -¿no te diste cuenta de que el árbol crecía a la vez que las niñas?-. Ya he dicho que mi amiga es una sabia distraída, de esas que van tan concentradas en sus pensamientos que alguna vez ha ido en zapatillas al trabajo. –Ya-, se rió. Ella es la primera en reírse de sus despistes y contarlos divertida a todo el mundo, con un estupendo sentido del humor.
Claro, mi amiga no había tenido en cuenta que el árbol era un ser vivo. Cuando haces marcas en el marco de una puerta o una columna, no crecen; siguen igual siempre. Lo que está abajo se queda abajo y lo que pones arriba siempre está por encima. En el árbol, no. El anillo rojo que había pintado el primer año de su primogénita, estaba en lo más alto del árbol, mucho más arriba de donde alcanzaríamos al saltar. ¿Cómo pudo despistarse así mi amiga? Yo estaba atónito. Tantos años acordándose de hacer cada verano la marca y todo era finalmente absurdo. Lo más antiguo estaba en lo más alto y lo reciente era lo más pequeño. El mundo al revés. Miré para ella, que me seguía sonriendo, divertida con mi asombro. –Al final no sirve, ¿no?-, dije imprudentemente, aunque tengo confianza con ella. Entonces me propuse convencerla para que cambiara de sitio. Lo que fue un error entonces, ahora era una extravagancia inútil. Vi cerca la valla de metal de la casa, donde se podrían poner mucho mejor las marcas de su nieto. Me senté de nuevo a su lado, con el café, para ayudarla.
-Mi abuelo también lo hizo conmigo. En su taller del sótano fue poniendo mi altura varios años-, comencé. -¡Qué bueno!-, comentó calmada. –Da casi vértigo cuando ves lo pequeño que eras. No sé, ves las primeras rayas y te impresiona haber sido de ese tamañito. Es como si vieras una escultura tuya. Es importante-, le expliqué mi buena experiencia. –Es verdad-, reconoció acogedora. –Pero…-, traté de ser delicado, -eso no es posible en el árbol-, fui sincero. -¿Por?-, dijo graciosa. –Bueno-, describí lo obvio, –has ido poniendo las marcas, el árbol ha crecido y ahora se queda al revés-. Mi amiga no se extrañó. –Pero así es la vida, ¿no?-, me interpeló. ¿Qué es lo que había hecho mi amiga?
-La primera vez que puse las marcas no me di cuenta-, dijo. –Ya sabes lo despistada que soy, Me hizo caer en la cuenta mi marido y nos reímos un rato-, reconoció. –Claro-, la excusé, -es fácil confundirse. Uno no ve crecer un árbol delante-. Me miró con gratitud. –O sí-, añadió. –Pero entonces me di cuenta de algo-, se levantó, fue al árbol y acarició el tronco como si fuese un caballo. Fui yo también bajo aquella gran copa de magnolio. –Es genial acordarse de lo bajito que éramos de niños-, dijo. –Enseguida te sale de la memoria el momento en que te ponían esa mano grande y caliente sobre la coronilla. Lo vuelves a sentir muy vívidamente-, cerró los ojos mi amiga. –Pero la infancia-, siguió, -se parece más a este árbol-, afirmó. -¿Por?-, pregunté.
-Cuantos más años pasan, más gigante se hace nuestra infancia. Lo que hemos vivido hace poco es como un arbolito que acabamos de plantar. No da apenas frutos ni nos abriga. Conforme pasa el tiempo, la infancia no cesa de crecer. Cada año se hace más y más grande y conforme maduramos y sobre todo envejecemos, todavía crece más deprisa, hasta llegar a hacer sombra a las demás etapas de la vida. Todo sucede bajo la altura de la infancia. La infancia se hace cada vez más aceleradamente profunda, grande y alta-.
Miramos los dos para arriba aquella sucesión de anillos blancos y rojos con los números 1, 2, 3, 4, 5… -De niños seremos gigantes-, sonrió y volvió donde su café. Sonreí, vi de nuevo a lo alto del gran árbol y rogué: Ojalá nuestro mundo esté a la altura de la infancia.
Fernando Vidal
entreParéntesis

Monday, September 04, 2017

Frei Betto: "Si ya no alberga sueños de un futuro mejor ni se inyecta utopía en vena, le robaron la esperanza"


"Sé que no participaré de la cosecha, pero me empeño en morir semilla"


"Sé que el futuro será lo que hagamos en el presente. No espero milagros"


(Frei Betto op, teólogo).- Si ya no avista perspectivas de futuro, desprecia a los políticos y la política, se retira a su esfera privada, es señal de que le robaron la esperanza. Si ya no soporta el noticiero, cree que la especie humana fue un proyecto fallido y que todas las liberaciones terminan en opresiones, sepa que le robaron la esperanza.
Si destila odio en las redes digitales, desconfía de todos los que pronuncian discursos sobre la ética y la preservación del medio ambiente y solo confía en su cuenta bancaria, no le quepa duda, le robaron la esperanza.
Si ya no alberga sueños de un futuro mejor, no se inyecta utopía en vena y no asume su protagonismo como ciudadano, sino que prefiere aislarse en su redoma de cristal, es señal de que le robaron la esperanza.
Los amigos de Job utilizaron todos los argumentos para que abandonara la esperanza. ¿Cómo se obstinaba en mantenerla si había perdido tierras, riquezas y familia? Job no introyectó la culpa, no arrojó sobre hombros ajenos los males que lo afligían, no abominó de los reveses que le ocurrían.
Reza el poema de Franz Wright, inspirado en la plegaria del poeta persa Rabi'a al-Adawiyya:
"Dios, si proclamo mi amor por ti por miedo al infierno, incinérame en él; / si proclamo mi amor porque ansío el paraíso, ciérramelo ante la cara. / Pero si hablo contigo porque existes, deja / de ocultar de mí tu / infinita belleza."
Fue en esa gratuidad de la fe, la esperanza y el amor que Job se sintió recompensado al contemplar la infinita belleza: "De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven" (42, 5).
Como escribió Spinoza en su Tratado teológico-político, "un pueblo libre se guía por la esperanza más que por el miedo; el que está oprimido se guía más por el miedo que por la esperanza. El uno ansía cultivar su vida. El otro, soportar al opresor. Al primero le llamo libre. Al segundo le llamo siervo."
Usted, como yo, es víctima de promesas que se trasformaron en espejismos y desembocaron en frustraciones. Ni aun así admito que me roben la esperanza.

¿El secreto? Sencillo. No me aferro al aquí y ahora. Miro las contradicciones del pasado, marcado por retrocesos y avances. ¿Cuántas batallas perdidas no terminaron en guerras victoriosas? ¿Y cuántos emperadores, señores de la vida y de la muerte, desde los césares hasta Atila el huno, desde Napoleón hasta Hitler, no acabaron deshonrados por la historia?
Encaro el futuro a largo plazo. Sé que no participaré de la cosecha, pero me empeño en morir semilla.
No creo en discursos ni ato mi esperanza al paracaídas de algún ser superior que promete salvación a corto plazo. Exijo programas y proyectos, y juzgo a sus portadores según criterios rígidos. Trato de conocer su vida pasada, su compromiso con los movimientos sociales, su ética y sus valores.
Sé que el futuro será lo que hagamos en el presente. No espero milagros. Me arremango la camisa, convencido de que "quien sabe hace ahora, no espera lo que acontezca".
La esperanza es una virtud teologal. La fe cree; el amor acoge; la esperanza construye. Así como se hace camino al andar, la esperanza se teje como el alba en el poema de João Cabral de Melo Neto:
"Un solo gallo no teje la mañana; / siempre necesitará de otros gallos. / De uno que tome su canto / y lo lance a otro; de otro gallo / que tome el canto que antes lanzó otro gallo / y lo lancé a otro; y de otros gallos / que con muchos otros gallos se cruzan / los rayos de sol de sus cantos de gallo / para que la mañana, desde una tela tenue, / se vaya tejiendo entre todos los gallos."
Me gusta el verbo esperanzar: desenrollar el hilo de Ariadna que nos conduce a todos hacia afuera del laberinto. Es un esfuerzo colectivo, una acción comunitaria, un trabajo común que nos hermana en la certeza de que de dentro de la piedra mana el hilo de agua que forma el arroyo, hace el riachuelo, se convierte en río y rasga la tierra, riega los campos, alimenta a los pobladores de las riberas, hasta sumarse al lecho del océano.
Como dice Mário Quintana en "Das utopias":
"Si las cosas son inalcanzables... ¡caramba! /No es motivo para no quererlas... / ¡Qué tristes los caminos, si no fuera / Por la mágica presencia de las estrellas!"
RD

Saturday, September 02, 2017

Llevamos música dentro por Ender


Llevamos música dentro. Y a veces sale, y se convierte en melodía, en fiesta, en encuentro.
Dicen que Leonard Cohen llegó a pedir que no se hicieran más versiones de esta canción. Pero fue en vano. Supongo que porque inspira, emociona, y envuelve.  Choir! Choir! Choir! es un coro abierto de Toronto. Aprenden las canciones por separado. Luego, un día, se juntan a cantar. Y la música fluye. No siempre son tantos como en esta ocasión, que es especial. Pero, fíjate por un momento, déjate llevar. Disfruta del grupo. De la diversidad de gentes. De la comunidad que forman. Por un momento, todos envueltos en la misma historia hecha canción, construyéndola juntos, siendo parte de ella. Encontrando el equilibrio entre el solista y el grupo, entre la voz que guía y los coros que abrazan.
Alguien, un día, tuvo la loca idea de juntar a quien quisiera en estas sesiones. Porque el mundo cambia gracias a las locas ideas, a los espíritus inquietos, a los sueños convertidos en proyectos. El mundo cambia gracias a la gente que es capaz de hacer cosas junto a otra gente. El mundo cambia cuando más allá de la niebla nos atrevemos a imaginar el sol (que está). El mundo cambia cuando damos cancha a la belleza, a la esperanza, al talento, a la creatividad, al arte, a la comunidad. 
¡Vamos! ¡Es hora de que los soñadores silencien a los falsos profetas!
Ender
pastoralsj
Pero no podía faltar la interpretación de Leonard Cohen
Y si quieren tener la letra subtitulada, pueden escucharla y verla en esta otra versión