Tuesday, August 28, 2018

Los cardenales norteamericanos desmontan las acusaciones de Viganò


WUERL NIEGA QUE EL EX NUNCIO LE COMUNICARA SANCIÓN ALGUNA CONTRA MCCARRICK

Tobin expresa su "conmoción, tristeza y consternación" ante el ataque de los ultras al Papa

Di Nardo pide "respuestas que sean concluyentes y basadas en evidencias", pues de lo contrario "los culpables pueden repetir errores del pasado"

(J. B./Agencias).- La trama orquestada contra el Papa Francisco sigue desinflándose. Tras las duras acusaciones de Carlo Maria Viganò, la respuesta de los cardenales no se ha hecho esperar, desmintiendo de forma contundente al ex nuncio en EEUU, y proclamando, sin fisuras, su apoyo a Bergoglio.
El primero en hacerlo fue el cardenal de Chicago, Blase Cupich. Tras él, uno de los máximos implicados, el cardenal de Washington, Donald Wuerl, quien sustituyó a McCarrick y que, según Viganò, conocía de su boca los desmanes del cardenal destituido por Bergoglio.
En un comunicado, la Archidiócesis afirma tajantemente que Viganò "nunca proporcionó al cardenal Wuerl ninguna información sobre el alegado documento del papa Benedicto XVI acerca de unas directivas de Roma sobre el (ex)arzobispo McCarrick".
Wuerl, con McCarrick

La oficina de Wuerl también subrayó que Viganò no tiene ninguna prueba verificable contra él, y explicó que nadie se ha presentado nunca ante el arzobispo como víctima de los abusos de McCarrick. "Durante todo su mandato como arzobispo de Washington nadie se le acercó (a Wuerl) para decirle: 'el cardenal McCarrick abusó de mí' o hizo cualquier otro reclamo similar", dijo un comunicado de su archidiócesis.
Otro de los blancos de los ataques de los ultras, el cardenal Joseph Tobin, de Newark, expresó "conmoción, tristeza y consternación" por las amplias acusaciones, de las que dijo, "no se puede entender que contribuyan a la curación de los sobrevivientes de abuso sexual".

"Junto con el papa Francisco estamos confiados en que el análisis de las acusaciones ayudará a establecer la verdad", dijo Tobin.


Por su parte, el presidente de la Conferencia Episcopal estadounidense, el cardenal Daniel DiNardo, recalcó que las preguntas planteadas por el ex nuncio "merecen respuestas que sean concluyentes y basadas en evidencias". "Sin esas respuestas -añadió- los hombres inocentes pueden estar contaminados por acusaciones falsas y los culpables pueden repetir los pecados del pasado".
DiNardo declaró estar "ansioso" de encontrarse con el Papa "para ganar su apoyo" de cara a la Visita Apostólica que los obispos estadounidenses pidieron a Francisco para abordar la crisis de abusos provocada por el escándalo de Pensilvania y las acusaciones contra McCarrick, a quien Francisco, ahora sí, ha obligado a un vida de silencio y oración, sin apariciones públicas, que el ex purpurado está cumpliendo.


The courageous witness of abuse survivors brought reform in 2002. The U.S. Bishops are committed to the hard work ahead. We ask for your help in rebuilding the Church. pic.twitter.com/syzvaNWwok
Ver imagen en Twitter

Hechos y omisiones en el documento de Viganò contra Francisco


Día 2 de mayo de 2012 (bajo Benedicto XVI), el nuncio Viganò participa en la entrega de un premio al "sancionado" cardenal "McCarrick (foto del blog del cardenal Sean O'Malley)

Lectura detenida del informe del ex nuncio que pide la renuncia del Pontífice y de sus contradictorias conclusiones

«Creo que el comunicado de Viganò habla por sí solo, y ustedes tienen madurez profesional para sacar conclusiones». Con estas palabras, dirigidas a los periodistas durante el vuelo de vuelta a Roma desde Irlanda, Francisco invitó a leer el informe de 11 páginas divulgado por el ex nuncio apostólico en Estados Unidos, Carlo Maria Viganò, que pide la renuncia del Papa acusándolo de haber encubierto al cardenal estadounidense de 83 años Theodore McCarrick, emérito de Washington, que habría tenido relaciones homosexuales con seminaristas adultos y sacerdotes. Hay que comenzar leyendo atentamente el texto, analizándolo, separando los hechos citados de las opiniones e interpretaciones. Y, sobre todo, de las omisiones. 
  
La operación anti-Bergoglio  
  
  
La clamorosa decisión del diplomático vaticano de violar el juramento de fidelidad al Papa y el secreto profesional representa el enésimo ataque contra Francisco desplegado organizadamente por los mismos ambientes que hace un año trataron de llegar a una especie de “impeachment” doctrinal, después de la publicación de la Exhortación “Amoris laetitia”. Aquella estrategia no funcionó. Viganò es, efectivamente, uno de los que firmaron la llamada “Profesión”, en la que se dice que el Papa Bergoglio es un divulgador del divorcio, y tiene muy buenas conexiones en los ambientes conservadores tanto en Estados Unidos como en el Vaticano. No es simplemente el desahogo de un hombre de la Iglesia cansado de la suciedad que ha visto a su alrededor, sino una operación bien calibrada que trata de presionar al Pontífice para que renuncie. Lo demuestran tanto el momento como la participación de la misma red mediática internacional que desde hace años está propagando (a menudo sirviéndose de anónimos) las instancias de quienes pretenden cambiar el resultado del Cónclave de 2013. Y lo demuestran los mismos testimonios escritos en diferentes blogs por los periodistas que publicaron el “dossier” Viganò: en primera fila, como siempre, en la defensa de la familia tradicional, sin preocuparse por lanzar la “bomba” precisamente el día en el que Francisco concluía con una gran misa el Encuentro Internacional de las Familias. 
  
La denuncia de 2000  
  
Antes que nada, pues, los hechos, presumiendo que cuanto afirma Viganò sea verdadero. El 22 de noviembre de 2000, el fraile dominico Boniface Ramsey escribió al nuncio apostólico en Estados Unidos, Gabriel Montalvo, para informarle sobre los rumores que ha escuchado según los cuales McCarrick había «compartido la cama con seminaristas». Un día antes, el 21 de noviembre, Juan Pablo II nombró a McCarrick arzobispo de Washington. Viganò anota que esta señalación enviada por el nuncio a la Secretaría de Estado, guiada por el entonces cardenal Angelo Sodano, no tuvo ningún eco. Hay que recordar que la primera denuncia que llega a la nunciatura y de allí al Vaticano es inmediatamente posterior al nombramiento en Washington. Podríamos preguntarnos por qué, si estos rumores sobre McCarrick eran tan conocidos e insistentes, no frenaron el nombramiento como auxiliar en Nueva York (en 1977, al final del Pontificado de Pablo VI), el nombramiento como obispo de Metuchen (en 1981, a comienzos del Pontificado de Juan Pablo II), el paso a la archidiócesis de Newark (en 1986, con Papa Wojtyla), la promoción a Washington (2000) y la creación cardenalicia (2001). 
  
Sudano, el culpable de todo 
  
Un año después de su promoción a Washington, pues, Wojtyla incluyó a McCarrick en el Colegio cardenalicio. En su informe Viganò descarga (sin ningún indicio) la “culpa” del nombramiento sobre Sodano, explicando que el Papa en esa época ya estaba enfermo y casi era incapaz de razonar o de gobernar la Iglesia. Quien tenga presentes las cosas vaticanas sabe que no es verdad, por lo menos no lo era en el año 2000: Juan Pablo II habría vivido otros cinco años. Y sabe también que, en ese entonces, en el “entourage” wojtyliano que se ocupaba de los nombramientos estaban el secretario particular del Papa Stanislaw Dziwisz (nombre omitido por Viganò) y el Sustituto de la Secretaría de Estado y después prefecto de los obispos, Giovanni Battista Re (a quien Viganò menciona, pero para absolverlo de toda sospecha. ¿Esa primera indicación, sin denunciantes que asumieran responsabilidades en primera persona, tal vez fue considerada no confiable? ¿O el poder (también financiero) de McCarrick fue capaz de abrir puertas vaticanas que debían permanecer cerradas? Se pueden tener dudas sobre su nombramiento en Washington, pero ¿por qué nunca nadie consideró que era oportuno investigar antes de elevarlo a la púrpura un año más tarde? ¿Sodano no le pasó la denuncia al Papa? ¿Por qué el nuncio, si estaba tan seguro de los abusos cometidos contra seminaristas y sacerdotes (adultos), no insistió ni pidió una audiencia con Juan Pablo II? 
  
Las “sanciones” de Benedicto XVI 
  
En 2006 llegan nuevas acusaciones, cuando el Papa ya era Benedicto. Su Secretario de Estado era Tarcisio Bertone. Esta vez entra al escenario un ex sacerdote y abusador de menores: Gregory Littleton, que envía al nuncio en Estados Unidos (entonces monseñor Pietro Sambi) un texto en el que narra haber sufrido abusos sexuales por parte de McCarrick (ya cuando era mayor de edad). Viganò prepara un apunte para los superiores, que no responden. Vale la pena recordar que en ese momento McCarrick ya estaba jubilado: el nuevo Papa, Benedicto XVI, aceptó su renuncia el 16 de mayo, que había sido presentada un año antes, el 7 de julio de 2005, por razones de edad. Si los rumores y las denuncias eran tan conocidos, ¿por qué no se aceptó la renuncia de McCarrick inmediatamente, cuando cumplió 75 años? En 2008 circularon nuevas acusaciones sobre los comportamientos inadecuados de McCarrick y nuevamente Viganò escribe que envió a sus superiores otro apunte. Sin embargo, parece que esta vez algo se mueve, aunque con los tiempos no tan veloces de la burocracia vaticana. Habría intervenido Benedicto XVI con una serie de sanciones en contra del cardenal ya emérito y jubilado. Viganò no es preciso al indicar la fecha de estas sanciones: en ese momento ya no estaba en la Secretaría de Estado, en la que se ocupaba de coordinar el trabajo del personal en las nunciaturas, pues había sido nombrado secretario del Gobernatorado. Entonces, si Viganò afirma un hecho verdadero (y hay que presumir que lo hace) «en 2009 o 2010», Benedicto XVI interviene y ordena a McCarrick que lleve una vida retirada, de oración, y que deje de vivir en el seminario neocatecumenal Redemptoris Mater, inaugurado por él mismo en Washington. 
  
Restricciones misteriosas  
  
Esta orden de Benedicta nunca es revelada, sino transmitida de palabra por la Santa Sede al nuncio en Washington (todavía Sambi), para que la comunique al interesado. ¿Indulgencia para un cardenal ya viejo y jubilado, a quien se le quiere ahorrar la sanción pública? ¿O Benedicto XVI consideró que las pruebas no eran suficientes? Si él fue quien decidió las sanciones, tenía que estar bien informado sobre lo que McCarrick había cometido. ¿El Papa Ratzinger sabía, pero consideró suficiente recomendarle al cardenal ya jubilado que permaneciera tranquilo y alejado de la vida pública? Hay que recordar que nadie, nunca, se ha referido (y mucho menos ha denunciado) a abusos sexuales contra menores. Estamos hablando de conductas inapropiadas con adultos, pero que se perfilan como verdaderos abusos, puesto que el obispo era quien invitaba a su cama a los propios seminaristas o a los propios sacerdotes: no existe una situación de paridad, es un abuso de poder clerical. Nunca nadie ha afirmado que al invitar a dormir con él a seminaristas a un paso del sacerdocio o a sacerdotes jóvenes el “tío Ted” (como se hacía llamar McCarrick) hubiera utilizado formas de violencia o amenazas. Podemos preguntarnos: si estos hechos graves eran tan evidentes, ¿por qué no reservar al cardenal una sanción ejemplar y pública, pidiéndole una vida retirado en penitencia? 
  
¿Nadie vigila?  
  
Algunas dudas sobre el contenido real de las sanciones son más que lícitas, sobre todo a la luz de lo que sucedió después. El “dosier” de Viganò da a entender que en los últimos tres o cuatro años del Pontificado ratzingeriano McCarrick vivió como un eremita o como un monje de clausura y que solamente después de la elección de Francisco pudo salir de su encierro. Una vez más, hay que atenerse a los hechos documentados. Y la historia es muy diferente, documentada y documentable. Al alcance de todos: basta navegar un poco por la red. Durante los últimos años del Pontificado de Ratzinger, McCarrick no cambió su estilo de vida: es cierto que dejó el seminario en el que vivía, pero celebraba ordenaciones diaconales y sacerdotales al lado de importantes cardenales de la Curia romana, estrechos colaboradores del Papa Ratzinger. Incluso dictaba conferencias. El 16 de enero de 2012 participó, junto con otros obispos estadounidenses en una audiencia de Benedicto XVI en el Vaticano, y su nombre fue indicado en el boletín de la Sala de Prensa de la Santa Sede como uno de los presentes. El 16 de abril de 2012 se encuentra nuevamente con Benedicto XVI en la audiencia de la Fundación Papal y festeja con todos los presentes el cumpleaños del Pontífice. Viaja a Roma en febrero de 2013 para despedirse del Papa que ha ya presentado la renuncia y le estrecha la mano sonriente (todo ello quedó inmortalizado por las cámaras de la TV vaticana). Es evidente que su posición no era considerada tan grave, que los indicios de su culpabilidad no fueron juzgados tan evidentes y que las sanciones no debían ser tan restrictivas. 
  
También aparece Viganò al lado de McCarrik  
  
El mismo Viganò, que mientras tanto había sido alejado del Vaticano por decisión de Benedicto XVI, quien le dio la “promoción” a nuncio en Washington, no se veía muy preocupado por la situación. Hay documentos que demuestran su participación en eventos públicos con el purpurado abusador, como concelebraciones en Estados Unidos y la entrega de un premio a McCarrick (el 2 de mayo de 2012, en el Pierre Hotel de Manhattan), ceremonia durante la que Viganò aparece en una foto para nada avergonzado o indignado al lado del viejo cardenal. ¿Por qué, entonces, puesto que tenía el poder de llegar directamente a Benedicto XVI, en calidad de uno de sus representantes en una de las sedes diplomáticas más importantes del mundo, el nuevo nuncio no se rebeló, no actuó, no pidió audiencia, no llamó a respetar las disposiciones restrictivas? 
  
Involucrar a Francisco 
  
El actual Papa, verdadero y único blanco de toda la operación, entra al escenario en junio de 2013, pocos meses después de su elección. Recordemos: McCarrick, de más de ochenta años, no participó en el Cónclave, porque era un cardenal jubilado, aunque hiperactivo. Sigue viajando por el mundo, dictando conferencias, presidiendo celebraciones. Viganò va a una audiencia con Francisco. Y es el Papa quien le hace una pregunta sobre McCarrick; Viganò le explica que el cardenal «ha corrompido a generaciones de seminaristas y sacerdotes» y que en el Vaticano hay un informe que lo demuestra. Cuidado: no es Viganò quien, preocupado, saca a relucir el tema. Es el Papa quien le pide un parecer. El nuncio no dice haber entregado a Bergoglio ningún informe sobre el caso ni haber pedido su intervención. Ahora, indignado, Viganò escribe sobre las sanciones de Benedicto XVI, mismas que nadie conoce, pero (presumiendo su existencia) él, como nuncio, no parece haber actuado para que se respetaran. Esa respuesta es todo lo que comunica al Papa. 
  
¿McCarrick consejero?  
  
Viganò escribe que el viejo cardenal se habría convertido, en los primeros años del Pontificado de Francisco, en uno de sus consejeros, sobre todo en relación con los nombramientos estadounidenses. No ofrece, por lo menos hasta ahora, ninguna prueba de ello. En cambio, sostiene que (y también en este punto no hay por qué no creerle) que en ese primer encuentro de junio de 2013 el nuevo Papa le habría pedido que «los obispos en Estados Unidos no tienen que estar ideologizados, deben ser pastores». Como en los meses que siguieron también McCarrick hizo una afirmación semejante, hablando con monseñor de la nunciatura (que lo refiere a Viganò), el ex nuncio que pide la renuncia del Pontífice deduce que precisamente McCarrick está detrás de la actitud de Bergoglio frente a la Iglesia estadounidense. Una deducción bastante débil. Es mucho más simple y plausible pensar que Francisco (que conocía a la Iglesia estadounidense) hubiera dicho a diferentes personas con las que se encontraba la frase sobre los obispos que «no deben estar ideologizados», sino que deben ser «pastores». Además, para comprender que este es precisamente uno de los puntos más insistentes de su magisterio sobre el episcopado, basta leer los discursos del Papa, que ya pensaba de esta manera mucho antes del Cónclave de 2013. 
  
El desmentido del ex embajador 
  
Una interesante confutación de la teoría de Viganò llegó ayer. La pronunció el ex embajador estadounidense ante la Santa Sede, Miguel Díaz, nombrado en mayo de 2009, quien se dijo sorprendido al haber leído las afirmaciones de Viganò sobre las palabras de Francisco, «porque me acordé inmediatamente de que durante mi primer encuentro con el nuncio Sambi en su residencia de Washington (estamos todavía en el Pontificado de Benedicto XVI, ndr.)», él dijo que «necesitamos obispos estadounidenses que sean menos políticos y más pastorales, no “guerreros culturales”». Ya desde el Pontificado del Papa Ratzinger, la indicación que llegó al nuncio apostólico en Estados Unidos era la de nombrar a obispos pastores y no “guerreros culturales”. Evidentemente, la cuestión del excesivo colateralismo del episcopado estadounidense con ciertas posiciones políticas y un cierto interés unilateral solo en relación con determinadas cuestiones éticas eran percibidos como un problema desde finales del Pontificado ratzingeriano. 
  
La nueva denuncia  
  
Pasan cuatro años y medio, y, en 2018, lleva al Vaticano, por primera vez, la noticia de un abuso contra un menor cometido cincuenta años antes por McCarrick, joven sacerdote. Nunca antes había sido presentada la denuncia, nunca antes nadie (según lo afirmado por Viganò) se había referido a posibles abusos de menores en los que estuviera involucrado McCarrick. La diócesis de Nueva York abre rápidamente un procedimiento canónico regular y envía la documentación a la Congregación para la Doctrina de la Fe. Surgen nuevas noticias, divulgadas por la diócesis de Newark, sobre denuncias de molestias presentadas por seminaristas mayores de edad cuando sucedieron los hechos. Con una decisión que no tiene antecedentes en la historia reciente de la Iglesia, Francisco no solo impone el silencio y la vida retirada a McCarrick (ese silencio y esa vida retirada que antes no se le habían impuesto o que nadie se había encargado de que cumpliera), sino que le quita el birrete cardenalicio. El cardenal emérito de Washington ya no es cardenal, fue “des-cardenalizado”. 
  
Los hechos y la lógica (al revés) 
  
No solo hay que preguntarse si lo que cuenta Viganò es cierto (como repiten a modo de mantra los medios de comunicación que piden la cabeza de Francisco). Hay que preguntarse si la secuencia de hechos descrita por Viganò, si sus consideraciones, sus omisiones, sus interpretaciones son razonables y conducen a la atribución real de alguna responsabilidad del Pontífice reinante. De cualquier manera, según los hechos puros y crudos, y presumiendo que cada detalle narrado por el ex nuncio sea verdadero, esto es lo que sucedió. Hay un Papa santo cuyo “entourage” (mucho menos santo) promovió y convirtió en cardenal a un obispo homosexual que abusaba de su poder para llevarse a algunos seminaristas a la cama, aunque no queda claro cuántas comunicaciones directas al respecto haya recibido Juan Pablo II, que en ese entonces todavía estaba en condiciones de tomar decisiones. Y algo tan importante como el nombramiento del arzobispo en Washington no podía tomárselo a la ligera. Hay otro Papa, hoy emérito, Benedicto, que (tal vez) habría ordenado que este cardenal viviera retirado, pero no habría sido capaz de que se respetaran sus órdenes. No habría dicho nada al encontrárselo en el Vaticano en varias ocasiones. Y su nuncio en Estados Unidos (Viganò) no habría tenido ningún problema para aparecer en fotografías a su lado, para concelebrar con él, cenar con él y pronunciar discursos ante su presencia. Y, para concluir, está el Papa Francisco, quien le quitó al cardenal (a pesar de que fuera ya un anciano jubilado desde hacía tiempo) la púrpura después de haberlo reducido al silencio y de haberle prohibido celebrar en público. Pues bien, precisamente de este último es de quien ahora Viganò, indignado, pide la cabeza. Probablemente solo porque Francisco ha “osado” nombrar en los Estados Unidos a algunos obispos menos conservadores con respecto a los que fueron nombrados antes, cuando quienes daban consejos sobre los nombramientos en Estados Unidos eran cardenales como Bernard Law. La instrumentalización en esta operación es evidente, si se reflexiona sobre la sucesión cronológica de los hechos, sin la necesidad de llenar páginas para desacreditar la figura de Viganò. 
  
  
Una versión reducida de este artículo fue publicada en la edición de hoy del periódico italiano “La Stampa”.

Vatican insider 

El papa Francisco, ante el abismo por Juan Arias

El papa Francisco, ante el abismo

El Pontífice corre el peligro de acabar arrastrado por la parte más podrida de una Iglesia que vive una de sus grandes crisis seculares


El papa Francisco se encuentra a la vera de un abismo. La jerarquía conservadora de la Iglesia no le ha perdonado el que no haya querido ser Papa. Que haya preferido ser, como Pedro, simplemente, obispo de Roma. Se despojó de las insignias que los emperadores romanos le habían prestado a los Papas. Y cometió el pecado de querer volver al cristianismo de los orígenes. La curia quiere, y ya, un Papa de verdad.
El terremoto del gran escándalo de la pedofilia practicada con miles de menores por eclesiásticos, incluso de la alta jerarquía, que se llevaba ocultando vergonzosamente desde hace decenas de años, bajo la complicidad de la Iglesia oficial, ha acabado de explotar peligrosamente en las manos de Francisco. No sabemos aún hasta qué punto son creíbles las acusaciones que se le hacen de que conocía ese drama y no actuó con prontitud, pero han bastado para que quienes esperaban el momento para darle el golpe mortal, lo hayan aprovechado pidiendo su renuncia. Lo han cogido a contrapié.
Es curioso que la jerarquía conservadora solo haya pedido la renuncia de dos Papas de la era moderna. Lo hicieron los cardenales de la curia con Juan XXIII cuando anunció el Concilio Vaticano II. Quisieron deponerle por loco. Él acabó ganándoles la batalla. Hoy se intenta deponer a Francisco, justamente el más parecido al anciano Roncalli, considerado entonces más como un párroco que como Papa. Le faltaba la pompa hierática de su antecesor, el papa Pacelli.
A Francisco se le acusaba, ya antes de llegar el escándalo de los abusos sexuales, de querer resucitar la parte más revolucionaria del Vaticano II, de querer desburocratizar la Iglesia a partir de sus orígenes. Ahora se le intenta involucrar en uno de los casos más sucios de la conducta de tantos eclesiásticos. Necesitará ahora demostrar con hechos, ya que no bastan las simples condenas, que él estuvo y está de la parte de las víctimas.
Necesitará hacerlo con hechos. Ya no le bastarán las condenas verbales. Necesita entender para ello que la fuerza conservadora de la vieja curia puede ser más poderosa que su voluntad de remover los cimientos de la Iglesia. Tiene para ello que empezar a quebrar las piernas a esas estructuras con reformas concretas, empezando por la abolición del celibato obligatorio, la apertura a la mujer al poder de la Iglesia, así como a los laicos. Y hasta de deshacerse del viejo esquema rancio de la curia.
Tendrá que tener la fuerza, si fuera necesario, de convocar un nuevo concilio ya que la Iglesia acaba de cerrar un ciclo en este momento. Tan grave que Francisco, un Papa que llegó a suscitar esperanza e interés no solo en la Iglesia sino fuera de sus fronteras por su libertad de espíritu, corre el peligro de acabar arrastrado por la parte más podrida de una Iglesia que vive una de sus grandes crisis seculares.
El País

La guerra sucia vuelve al Vaticano por Daniel Verdú


El Papa Francisco junto al arzobispo de Dublín, Diarmuid Martin, este domingo en Irlanda. 

Las acusaciones contra el Papa avivan el fuego de una batalla de poder disfrazada de ortodoxia religiosa e ideología que busca restaurar el viejo orden


Los cuervos vuelan bajo y amenaza tormenta. La carta de 11 páginas del arzobispo Carlo Maria Viganò acusando al papa Francisco de encubrir los abusos del cardenal Theodore McCarrick es un síntoma de la mala digestión que acompaña siempre al Vaticano cuando cambia de orden. El alcance destructivo de la denuncia, sin la esperada respuesta clara del Papa mientras él mismo pedía investigar todos los casos, todavía no se conoce. Pero su calculada publicación, diseño y necesaria colaboración certifican la reapertura de una guerra que corre el riesgo de organizar definitivamente a los opositores a Francisco, más interesados en el poder extraviado que en la ideología o los abusos que denuncian ahora e ignoraron cuando pudieron actuar.

Carlo Maria Viganò (Varese, 1941), autor de este J’accusevaticano, dio siempre muestras de inestabilidad. Carácter complicado, propenso a las intrigas (estuvo en el origen del caso Vatileaks) e inclinaciones a la mentira. De hecho, cuando Benedicto XVI decidió mandarlo a EE UU como nuncio para apartarlo del Vaticano, escribió una carta asegurando que tenía un hermano incapacitado que le impedía asumir ese encargo. Resultó que el hermano vivía en Chicago desde hacía años y no se hablaba con él por una disputa económica. El arzobispo, pese a su currículum, no tendría por si solo capacidad para estructurar un ataque que plantea sin complejos derribar el Pontificado de Francisco, muy fortalecido en los últimos tiempos a través de los nombramientos en el colegio cardenalicio (59 de los 125 purpurados que podrían el elegir hoy al siguiente Pontífice). “Han convertido a un pollo en un cuervo”, ironizaba el historiador de la Iglesia Alberto Melloni.

El problema, más allá de la veracidad de sus gravísimas acusaciones, quizá es que sujetos así hayan ocupado los puestos más altos de la jerarquía católica. Figuras como el controvertido cardenal George Pell, a la espera de juicio en Australia por abuso de menores; el ex secretario de Estado Tarcisio Bertone, salpicado en todos los escándalos imaginables; el español Lucio Ángel Vallejo Balda, una suerte de revisor de las cuentas del Vaticano encarcelado en un surrealista lío de faldas, o los propios opositores al Papa, entre los que están nada menos que el último prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe, Gerhard Müller, o el expresidente del Banco del Vaticano, Ettore Gotti Tedeschi. Cuando remaron a favor fueron útiles, hoy para la Santa Sede se desacreditan con sus propias palabras.

Viganó, probablemente despechado por no haber recibido un mayor reconocimiento de Francisco cuando le planteó las denuncias aquel 23 de junio de 2013 (si es que así fue), tiene una larga experiencia en conspiraciones. Estuvo en el origen de 'Vatileaks' y acumuló toneladas de información sensible a su paso por el Governatorato de la Ciudad del Vaticano y la Secretaría de Estado, de modo que no sería extraño que sorprendiese con más documentos. Nadie duda de que en su ataque participaron diversas personas, especialmente del entorno de los medios digitales estadounidenses ultraconservadores, con quienes pudo intimar en su periplo americano. El Vaticano espera que las acusaciones se desvanezcan por sí solas. Pero el misil estaba cuidadosamente diseñado para que todo sea una tormenta de verano. Se hicieron traducciones de la carta al inglés, francés y español por parte de distintos colaboradores, algunos –y algunas- vinculados directamente al círculo tradicionalista, y se lanzó cuando más daño podía hacer.

El epicentro de la guerra contra el Papa procede de la corriente tradicionalista de la Iglesia estadounidense vinculada al Tea Party y de potentes círculos mediáticos cercanos a Steve Bannon, obsesionado con los movimientos populistas en Roma y con el propio Vaticano. Un matrimonio de conveniencia con la derecha religiosa —estadounidense y Europea—, huérfana de un líder espiritual fuerte en el Vaticano que la defendiese. O que, al menos, no la atacase continuamente en cuestiones como la inmigración o las desigualdades. Un cocktail aliñado con un potente clickbait, una elevada dosis de falsedades e inversiones en portales como LifeSite, Catholic Register o el propio Breitbart de Bannon. Además, tras la dimisión de Benedicto XVI, la virulencia de los ataques ha crecido con la percepción de que elevar la presión puede provocar la dimisión de un Papa. Este lunes, las primeras reacciones, obviamente, llegaron de los propios líderes de la revuelta.

El cardenal Raymond Burke, comandante de esta guerra, humillado en anteriores enfrentamientos con Francisco como la esperpéntica lucha en la Orden de Malta, fue el primero. “Las declaraciones hechas por un prelado de la autoridad del Arzobispo Carlo Maria Viganò deben ser tomadas muy en serio por los responsables en la Iglesia. Cada declaración debe estar sujeta a investigación, de acuerdo con la ley procesal aprobada por la Iglesia”. Luego llegó el que fuera primer consejero de la nunciatura en Estados Unidos, el francés Jean-François Lantheaume, que avaló la veracidad de la acusación a Catholic News Agency. El Papa, sin embargo, prefirió guardar silencio el domingo y pidió a los periodistas que ellos mismos extrajesen conclusiones a través de su “madurez profesional”. Una salida poco ortodoxa, pero eficaz temporalmente. “Era la mejor respuesta que podía dar en ese momento”, señala una persona que despacha a menudo con él. Pero la guerra no ha terminado.

El País

Tuesday, August 21, 2018

José María Castillo: "La Iglesia no tiene solución, si no cambia el clero" POR jOSÉ mARÍA CASTILLO


"SUPRIMIR EL CLERO, TAL COMO AHORA MISMO ESTÁ ORGANIZADO Y GESTIONADO"

"Mientras 'hacerse cura' sea 'hacer carrera', la Iglesia seguirá estando rota"

Recuperar las "ordenaciones" "invitus" y "coactus" de la Iglesia antigua

(José M. Castillo, teólogo).- El papa Franciscoacaba de publicar una carta, dirigida al "pueblo de Dios", en la que denuncia los abusos sexuales que no pocos clérigos vienen cometiendo contra menores de edad desde hace ya bastantes años. "Un crimen que genera hondas heridas de dolor" sobre todo en las víctimas, dice el papa.
Este asunto es gravísimo, como bien sabemos. Grave para las víctimas. Grave para quienes lo cometen. Grave para la sociedad y para la Iglesia. Por eso se han escritos cientos de artículos y no pocos libros alertando del peligro que todo esto entraña. Y ofreciendo soluciones de todo tipo. No voy a ponerme ahora a discutir quién tiene razón - y quién no la tiene - en el análisis y solución de este enorme problema. ¿Quién soy yo para eso?
Sólo creo que puedo (y debo) decir algo que me parece fundamental. El papa Francisco no duda en decir que el "crimen", que son los mencionados abusos sexuales, han sido cometidos "por un notable número de clérigos y personas consagradas". Pero, cuando se refiere a las consecuencias, el mismo papa dice que "el clericalismo, sea favorecido por los propios sacerdotes como por los laicos, genera una escisión en el cuerpo eclesial". Es decir, el clericalismo ha roto la Iglesia, la tiene destrozada. Y una Iglesia rota, termina rompiendo hasta las conciencias de los culpables y la vida de los más débiles.
No es lo mismo hablar de "clero" que de "clericalismo". El diccionario de la Rae dice que "clericalismo" es la "intervención excesiva del clero en la vida de la Iglesia, que impide el ejercicio de los derechos de los demás miembros del pueblo de Dios". El papa hace bien en responsabilizar, no tanto al "clero", sino más propiamente al "clericalismo". Y digo que el papa hace bien, al utilizar esta distinción lingüística, porque de sobra sabemos que, si hablamos del "clero", no se puede generalizar. Por todo el mundo, hay "hombres de Iglesia" (clérigos) que son sencillamente ejemplares y hasta heroicos.



Otra cosa es si hablamos de "clericalismo". Porque la teología y el derecho eclesiástico están pensados y gestionados de manera que "inevitablente"todo "hombre de Iglesia", que no sea un santo o un héroe, termina ejerciendo el más refinado y quizá brutal "clericalismo". Por la sencilla razón de que, si cumple con lo que le impone la "teología" y el "derecho" de la Iglesia, no tiene más remedio que "impedir el ejercicio de los derechos de los demás". Por ejemplo, tiene que impedir que las mujeres tengan los mismos derechos que los hombres. Y así, tantas y tantas otras cosas.
¿Tiene esto solución? Claro que la tiene. El término "clero" significa "suerte", "herencia", "beneficio". Según el Evangelio, Jesús no fundó ningún "clero", en este sentido. Al contrario. Lo que les mandó a sus apóstoles es que fueran los "servidores" de los demás. Hasta prohibirles que, para difundir el Evangelio, llevaran dinero, alforja o calderilla.
Tenían que ir por la vida lavando los pies a los demás, como se sabe que hacían los esclavos. Hacerse cura no es hacer carrera, no es subir en la vida y en la sociedad. Hacerse cura es vivir el Evangelio tal y como Jesús mismo lo vivió. O sea, es asumir una forma de presencia en la sociedad, como la que asumió Jesús. Una forma de vida que le costó perder la vida.



Entonces, ¿esto tiene arreglo? Claro que lo tiene. Pero supone y exige dos pasos, que son (o serían) muy duros de asumir:
1º) Suprimir el clero, tal como ahora mismo está organizado y gestionado.
2º) Recuperar las "ordenaciones" "invitus" y "coactus" de la Iglesia antigua.
Estos dos términos latinos significan que eran "ordenados" de ministros de la comunidad cristiana, no los que lo deseaban o lo pedían, sino los que no querían. Es decir, los que eran elegidos por el pueblo, en cada diócesis y en cada parroquia.
Esto es lo que mandaban los sínodos y concilios. Y fue una práctica que duró siglos. De forma que incluso los grandes teólogos escolásticos de los siglos XII y XIII discutían todavía sobre este asunto. Así lo demostró, con amplia y seria documentación, el profesor Y. Congar (en Rev. Sc. Phil. et Theol., vol. 50 (1966) 161-197).
Termino ya. Pero no me puedo callar lo siguiente. Mientras "hacerse cura" sea "hacer carrera", la Iglesia seguirá estando rota. Y además seguirá también perdiendo presencia en la sociedad. Y lo más grave: una Iglesia, en la que sus curas son hombres que buscan (quizá sin darse cuenta de lo que hacen) un "estatus social" de buen nivel y, sobre todo, buscan tener una sólida "seguridad económica", la Iglesia seguirá rota, en ella se seguirán cometiendo abusos (no sólo sexuales) y, para colmo, el clericalismo inevitable continuará ocultando el mundo oscuro del clero que, como el que los curas y maestros de la ley del tiempo de Jesús, seguirá viviendo en la "hipocresía" que tan duramente denunció el mismo Jesús de Nazaret.


El artículo del profesor Y. Congar
RD