Pasar más tiempo con la familia, alcanzar metas profesionales, cuidarnos más, ser más ecológicos… Uno tendería a pensar que comenzar el año nuevo con desafíos es positivo, saludable y motivador. Pero, claro, depende del reto.
A algunos nos parece surreal y casi inverosímil lo que leemos en los medios esta primera semana del año, pero es real: es actualidad (y se ha hecho viral) poner en peligro la integridad física, de forma voluntaria y delante de la cámara de un smartphone, para imitar a los protagonistas de una película. Concretamente, personas más o menos maduras realizan tareas cotidianas con los ojos vendados, con los riesgos que eso implica no solamente para ellos, sino también para quienes los rodean. Desde cualquier análisis objetivo, este reto resulta ridículo. Pero si vamos un poco más allá, nos damos cuenta de que, por desgracia, andar a ciegas voluntariamente no es novedad en nuestra sociedad.
Normalmente no llevamos vendas en los ojos al atravesar una calle o al bajar a comprar el pan. Pero sí nos las ponemos para otro tipo de elecciones de consumo que (sabemos) afectan al deterioro del planeta o fomentan conflictos, o frente a realidades tan duras y tan cercanas como la pobreza, la soledad o la migración forzosa.
Como todas las modas, esta también pasará. Quiero pensar que lo absurdo de confundir realidad y ficción es temporal. Pero ojalá uno de nuestros propósitos este año sea el de quitarnos las vendas frente a la realidad palpable de sufrimiento a nuestro alrededor, para descubrir un mundo de oportunidades de cambio posibles. Que 2019 nos traiga miradas limpias y horizontes abiertos.
Elisa Orbañanos
pastoralsj
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