«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5)
Pero no todo pueden ser opiniones, etiquetas y juicios (o prejuicios).
Porque hay que arrimar el hombro para levantar al afligido.
Porque hay que abrazar al solitario que no tiene con quién pasar unas horas.
Porque hay que amar al desvalido. Hay que cantar una milonga que caliente el corazón frío.
Es tiempo de abrir las ventanas de las estancias oscuras.
Hay que temblar al acariciar un rostro sediento de ternura.
Y llorar con quien grita, desgarrado, compartir su pena y trocarla en esperanza.
Partir tu pan con el hambriento, hasta quedar todos saciados.
Que entonces la vida cambia, y los pies caminan más ligeros.
Entonces todo es distinto.
Y mejor.
¿Qué experiencias de servicio hay en mi vida?
¿Qué vidas se tocan con la mía desde ese encuentro real que transforma las cosas?
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