Mi amigo Tomás, un hombre grande y barbudo, de unos 50 años, es una gran ayuda para cientos de personas necesitadas. Hace poco comenzó a sufrir de jaquecas enceguecedoras. En el hospital le encontraron un tumor cerebral; removieron el tumor, lo irradiaron y enviaron a Tomás a su casa, incapacitado para trabajar, ahora tan necesitado como los que ayudaba.
Los que vivimos con él no sólo fuimos golpeados por la noticia, sino que en cierta forma insultados por ese tumor. Al escuchar a nuestro cuerpo, lo hacemos con desconfianza, preparándonos para un insulto en alguna parte; la enfermedad nos señala que una parte de nosotros no está como debería estar. La enfermedad siempre nos parece mal. Nada nos llama a una oración urgente, más que la enfermedad de alguien cercano.
Nos volvemos a Dios casi con indignación: "esto está mal; deberías estar de nuestro lado".
Dios está de nuestro lado. El toque de Jesús sana a la mujer con hemorragias; toma de la mano a la niña ("Talitha, cumi") y ella se pone de pie, con hambre. Dios está del lado de la vida, de la salud y del apetito.
A lo largo de nuestra vida luchamos por la salud, en nosotros y en los demás. Somos ahora las manos de Jesús; cuando cuidamos a los enfermos, o usamos nuestra mente para mantenerlos sanos, continuamos con la labor de Jesús.
Sabiendo que fuimos creados para la vida eterna, laboramos en este mundo para sanar. Oramos por los enfermos, como Tomás y como nuestros seres queridos. También oramos por aquellos que, como Jesús, luchan de cuerpo y alma contra la enfermedad, y por aquellos que los cuidan y acompañan.
De Espacio Sagrado
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