Friday, October 03, 2008

La mujer y los laicos en el Sínodo de la Palabra


Hay que reconocer a la lengua una capacidad sorprendente de empatía con el lector. Cuando ésta se da, todo fluye de manera armoniosa. En cambio nos resulta insoportable el farragoso texto de cualquier teólogo lleno de citas eruditas. La frescura de la comunicación de la fe mediante la sencillez es el camino de los “grandes”, desde una Santa Teresita del Niño Jesús, hasta la Santa de Ávila o la más reciente Santa Teresa Benedicta de la Cruz. Las he elegido porque todas ellas celebran su onomástica en este mes del rosario. Y porque todas ellas contribuyeron a la literatura religiosa de la época y tuvieron especial repercusión en miles de personas al leer sus obras y conocer su vida.


Ahora el movimiento “Somos Iglesia” reivindica en el próximo Sínodo sobre la Palabra la presencia de la mujer en la Iglesia. Realizando una mirada al pasado nos encontramos con “el genio femenino” en toda época y condición. Tal vez hubo un interés inusitado por la vida religiosa y sólo se destacó esta vocación en detrimento de los laicos. Pero bien entrado el siglo XX, con el Concilio Vaticano II, se ha visto con claridad que el papel del laico en la Iglesia es insustituible y adquiere un protagonismo esencial. No está de más recordar en el Sínodo que comienza este 5 de octubre que la santidad no es una cuestión específica de la vida religiosa, sino de cualquier cristiano y esto es palabra del Concilio.


Eso que ahora tenemos tan claro, no lo estuvo en el pasado. Y es curioso como nos lo destaca el Pliego de Vida Nueva de la mano del sacerdote y escritor José Pedro Manglano. El cristiano en el mundo tiene el papel de los grandes creyentes de la Biblia, que no fueron especialmente otra cosa más que creyentes, independientemente de su condición social. La experta biblista Dolores Aleixandre lo explica con claridad:


Hay que reconocer que todavía “no hemos arreglado los papeles” para separarnos del pensamiento filosófico con el que se desposó el casto matrimonio de la joven teología cristiana. Uno de los frutos de esa unión fue un lenguaje plagado de categorías abstractas, clasificaciones, géneros, especies, sustancias y accidentes que nunca supo qué hacer con las narraciones y nombres concretos que pueblan todos los rincones de la Biblia: Abraham, Raquel, Davida, Gedeón, Andrés, Pedcro, Marta, Zaqueo, María...Todos diferentes y, sin embargo, visitados por un Dios que tiene como costumbre no suprimir nada de la diversidad que nos constituye como sujetos singulares, sino que promueve diferencias e instaura relaciones en las que llegamos a ser significativos unos para otros.


Cuando contemplamos como ha evolucionado la historia de la Iglesia tras el Concilio Vaticano II, tenemos conciencia de que el laico ha ocupado un puesto importante e insustituible. Muchos se oponen a un sacerdocio exclusivo para los célibes y varones, en razón de esa larga trayectoria de tantos y tantos creyentes, hombres y mujeres, que en la Biblia no fueron representantes de una casta especial, de un sacerdocio burócrata, sino más bien ciudadanos de a pie invadidos por el Espíritu y la gracia.


Entiéndase que esto por muy heterodoxo que suene, es sin embargo una dinámica que subyace a partir del Concilio Vaticano II. El papel del cristiano de a pie es tan importante como el papel del sacerdote revestido de la autoridad que le concede el magisterio. La santidad es la meta más importante de cualquier creyente, y en ella cabe todo ciudadano por la gracia de Dios. Así que escuchar la voz de la mujer, relegada a tareas secundarias y aceptada ahora como compañera de viaje en este camino de encuentro con el Señor, es una de las asignaturas pendientes de la Iglesia.
No se nos escapa que la propia fuerza de la mujer y su empuje hacen posible ahora el acceso a la formación de los futuros sacerdotes, como teólogas y doctoras expertas en Sagrada Escritura. Ellas darán ese toque de feminidad necesario en la Iglesia, con su empeño personal y la fuerza de los hechos.


A ver si el Sínodo nos sorprende aceptando con naturalidad la perspectiva de género que nada tiene que ver con “la ideología de género” bestia negra de la Iglesia que cuando huele su perfume salta a la defensiva como un león herido de muerte.



Carmen Bellver
Del blog "Diálogo sin fronteras"
Periodista Digital

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