La gran explanada del santuario de Aparecida, a 170 kilómetros de Sao Paulo, puede acoger unos 600.000 fieles y para la misa del domingo del Papa se esperaba que estuviera casi llena. Al menos medio millón de personas, según las previsiones. Sin embargo, desde primera hora de la mañana quedó claro que habría menos gente. Los medios brasileños hablaron de 100.000 personas, la organización, de 200.000 y al final del día el Ministerio de Defensa dio 150.000 como cifra oficial.
El mayor Mateus Teixeira, coordinador de la seguridad en Aparecida, se basó en los cálculos de la multitud presente, pero también en las cifras del peaje de la autopista y en la ocupación hotelera, que no fue completa y se quedó en el 80%. Según explicó, además del coste del desplazamiento, pudo influir que este domingo era el Día de la Madre, con fuerte tradición en Brasil, y muchas familias prefirieron quedarse en casa para celebrarlo.
En cualquier caso, la asistencia fue similar o incluso inferior a la que registra el santuario en los días de celebración de la patrona de Brasil, pues Aparecida es el centro mariano más visitado del mundo, con 8 millones de personas al año. Este domingo había grupos de fieles que llegaron a ver a Benedicto XVI desde países como Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay, pero aún así fallaron los pronósticos.
Después de cinco viajes (dos a Alemania, Polonia, España y Turquía), es la primera vez que la respuesta popular al Papa no cuadra con lo programado y alguna lectura deberá hacer el Vaticano. Es verdad que el viaje no se había planteado para propiciar baños de masas y el objetivo de Ratzinger era inaugurar ayer la V Conferencia Episcopal de Latinoamérica y Caribe (CELAM), pero era el primero fuera de Europa y para una Iglesia en crisis había un desafío en juego. Decenas de visitas
Las decenas de visitas de Juan Pablo II a América Latina -sólo a Brasil hizo cuatro-, con toda su energía, no frenaron el declive del catolicismo, y es dudoso que una de Benedicto XVI lo haga. Esta ha sido muy fugaz, y quizá se esperaba más, visitas a favelas o contacto con la gente. Pero no es Wojtyla y el mundo deberá acostumbrase.
La edad y el estilo de Ratzinger, a quien no le gusta viajar y sí ir al grano, sólo puede ofrecer visitas rápidas. En este caso ha sido la más larga, cinco días, suficiente para dos discursos densos de contenido al clero latinoamericano. Pero, en el obligado protocolo de masas, el Papa se limita a lo imprescindible.
Fuente: El Periodista Digital
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