Friday, October 24, 2008

España: El imperio PRISA y su guerra contra la Iglesia


Vida Nueva) Hace unos meses, abordábamos el análisis del que, pudiendo ser uno de los mejores medios de la Iglesia española para evangelizar, se ha convertido en causa de división y polémica: la cadena COPE. Ahora es el turno de valorar la presencia e incidencia del todopoderoso imperio mediático de PRISA, cuyo posicionamiento en materia eclesial y religiosa tampoco contribuye a menudo a rebajar la confrontación social.

(Norberto Alcover, SJ- Periodista y escritor. Profesor de Comunicación en la Universidad Pontificia Comillas/ Ilustración: Julio Sánchez) Uno de los problemas más acuciantes de España y de los españoles como ciudadanos de pleno derecho es que, en nuestra historia moderna, todo nos llegó tarde. Y en este proceso de marginalización autopretendida, el paréntesis del franquismo adquiere un protagonismo crucial: tras la guerra tan incivil, nos aislamos del resto de la humanidad, montamos una organización estatal totalitaria, fuimos capaces de convertir el credo católico en instrumento de cohesión sociopolítica, organizamos una sociedad fundada sobre valores apenas asumidos de verdad, impusimos la hipocresía como instrumento de supervivencia, reprimimos las libertades como fantasmas amenazadores del espíritu nacional y, en fin, llegamos a vivir en una conquista del bienestar material como único argumento para olvidarnos de tamaño invento. De pronto, tras larga espera, el dictador moría en su cama, y le sucedía un joven monarca del que apenas esperábamos algo positivo, heredero del régimen anterior como era.

En este momento, cuando tuvimos la intuición de que podíamos recuperar tantas cosas perdidas, surgía El País como referente obligado de los aspirantes a demócratas y, con él, comenzábamos a conocer la existencia de una empresa mediática de nombre PRISA (Promotora de Publicaciones S.A.), al frente de la que aparecían dos nombres: Jesús de Polanco y Juan Luis Cebrián, el primero como señor de los dineros y el segundo como director del nuevo periódico que, si lo llevabas bajo el brazo, te otorgaba patente de corso para pensar, para opinar, pero, sobre todo, para sumergirte en el núcleo del deseado futuro de una España en libertad.

Era 1976. E inmediatamente, la cuestión eclesial se puso sobre el tapete de El País, que se preciaba de ser un diario laico, y pretendía, como era lógico, una separación radical entre Estado e Iglesia como condición de posibilidad casi prioritaria para comenzar un tiempo diferente en libertad y democracia.

Y con esta decisión, comenzó el declive inexorable del nacionalcatolicismo, tan aparentemente arraigado en la sociedad española. Con el tiempo, las peripecias de tal declive y la confrontación entre El País y la Iglesia católica como supuesta mantenedora del espíritu del nacionalcatolicismo, adquiriría proporciones escandalosas hasta el día de hoy, cuando este tremendo enredo, entre ideológico y político, ha alcanzado las desgraciadas dimensiones que todos conocemos. De tanta peligrosidad para la democracia en cuanto tal y no menor para el porvenir de la misma Iglesia católica en España.

Sin embargo, hubo unos años de vino y rosas: desde 1976 hasta 1982, cuando alcanza el poder el PSOE de Felipe González y se mantiene al frente de la Conferencia Episcopal Española el arzobispo de Madrid, el cardenal Vicente Enrique y Tarancón, siempre apoyado por el jesuita José María Martín Patino, las relaciones fueron mucho más estrechas, puesto que las intenciones de El País/PRISA y de la Iglesia católica coincidían en la recuperación de las libertades desde un espíritu democrático, que inundaba tanto la empresa mediática como a los católicos españoles, en la medida en que penetraba en sus conciencias la Constitución de 1978 y el vendaval del Vaticano II. Desde 1982, la situación comenzó a modificarse para entrar en una confrontación que, con el tiempo, se ha convertido en los acontecimientos de los primeros años de José Luis Rodríguez Zapatero en el poder como representante del nuevo socialismo, una especie de “partido radical” a la italiana, trufado del pretendido “republicanismo cívico” de Pettit.
Un ensordecedor choque de trenes, que nos fatiga hasta el cansancio más absoluto, porque significa retornar a aquellos años que parecían superados: de nuevo PRISA y la Iglesia católica de España aparecen sumidas en una peripecia de confrontación permanente por la imposición de un modelo cultural determinado. Porque de esto se trata: de modelos alternativos.
Todo nos ha llegado tarde, decíamos al comienzo: también nos llega tarde, muy tarde, una situación que otros países europeos vivieron hace uno o más siglos, mientras nosotros nos manteníamos al margen de la Ilustración y de las nuevas corrientes del pensamiento mundial. Ojalá estas líneas sirvan un tanto para recuperar una relación perdida. O, por lo menos, algo semejante, en beneficio de la convivencia entre todos los españoles, creyentes y no creyentes, pero también creyentes avanzados y creyentes más conservadores. Ojalá.
Vida Nueva

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